El campo cubano no necesita inversión extranjera para prosperar

Elías Amor Bravo economista 

Los dirigentes comunistas apuestan antes por el capital extranjero que por el nacional. Admiten que unos empresarios privados vengan a Cuba a lucrarse y hacer negocios, pero eso mismo lo impide para los nacionales. Lo último ha sido esa ampliación de la llamada Cartera de oportunidades para atraer la inversión extranjera al sector agropecuario. Parece mentira. Cualquier gobierno interesado en defender los intereses de sus ciudadanos, jamás actuaría de este modo. La inversión de los foráneos es el último recurso cuando se han explorado todas las opciones posibles con los nacionales. Esta apuesta de los comunistas cubanos por el capital extranjero es una muestra de la desconfianza que tienen en los emprendedores privados cubanos, a los que se relega a un segundo plano.

Al parecer, ahora se les ha ocurrido permitir a las cooperativas agropecuarias que puedan asociarse con extranjeros, pero limitando la posibilidad a negocios de producción y comercialización de carne de cerdo, pollo, leche y otras encaminadas al desarrollo local. Trabas y más trabas en un país que funciona al 20% de su potencial por la obsesión ideológica del modelo económico comunista.

Somos muchos los que pensamos que el sector productivo agropecuario cubano podría funcionar mucho mejor si tuviera libertad para hacerlo, si estuviera privatizado y los medios de producción se dirigieran a generar riqueza nacional y empleo. Para el desarrollo de un país, el capital extranjero puede ser una buena opción cuando el nacional no puede funcionar. Pero en Cuba, en los últimos 64 años no se ha querido explorar esta opción, y se mantiene una economía postrada, débil, ineficiente, controlada por el estado y supeditada a los intereses comunistas.

Ante dicha situación, se ideó la Ley 118 que no ha dado los frutos deseados porque su definición fue incorrecta. No es posible atraer capital extranjero a un país si sus empresas nacionales están muertas, como ocurre en Cuba. Los empeños del régimen en ir aumentando el número de proyectos de la llamada Cartera de oportunidades, no han dado sus frutos salvo en sectores muy concretos. La amplia mayoría de las actividades económicas cubanas están al margen del capital extranjero y por supuesto, de las posibilidades reales de aprovechamiento por el sector privado cubano.

La atracción de inversión extranjera al sector agropecuario no depende de que se flexibilicen las condiciones o que se abran los proyectos a las cooperativas. Esos golpes de efecto solo sirven para los que están empeñados en cumplir los planes, pero no se preocupan por los resultados. Atraer capital extranjero al sector cooperativo en determinados negocios va contra el concepto mismo de cooperativa, que es una entidad en la que el trabajo se organiza para desplegar actividades en las que, casualmente, el capital pasa a un segundo plano.

Habrá que preguntarse qué inversor extranjero puede querer formar cooperativa con los cubanos o qué sentido tiene abrir esta forma organizativa al capital, cuando su prioridad es el factor trabajo. De hecho, la cooperativa reparte sus beneficios entre los trabajadores por su propia razón de ser. ¿Qué se pretende acaso, que el inversor extranjero obtenga sus rentas como un cooperativista más? ¿A quién se ocurrió esta idea absurda?

No estamos en contra del capital extranjero que es fundamental para la tecnología, la organización, las finanzas y numerosos aspectos del proceso económico. Pero de lo que estamos en contra es de la política de regalías del régimen a inversores extranjeros del capital productivo de la nación, hasta ahora, estatal al 90%. ¿No sería más adecuado que ese capital productivo fuera de titularidad privada estableciendo un marco jurídico respetable para los derechos de propiedad? 

La economía cubana no puede alcanzar su potencial si los activos no pasan a ser privados. De nada sirve andar con majaderías en actividades como el carbón vegetal, la miel de abejas, el cacao y el café, o el turismo de naturaleza. El inversor extranjero quiere saber con quién va a arriesgar su dinero y tecnología y esto no depende solo de la cualificación de la fuerza de trabajo con experiencia o de la existencia de centros de investigaciones. El marco jurídico de derechos de propiedad es fundamental y si no se despejan las múltiples incógnitas que existen, no crecerá la inversión extranjera. 

El sector agropecuario cubano dista mucho de ser atractivo para el inversor foráneo, pero si fuera explotado por el sector privado en su totalidad, los resultados serían muy distintos. Es inaudito que en 2023 y con los problemas de falta de comida que hay en Cuba, casi el 20% de la tierra de cultivo no esté en explotación. Los arrendamientos a largo plazo no han servido para hacer crecer la producción, porque el agricultor y ganadero quieren que los medios de producción sean de su propiedad. ¿Por qué se permite al extranjero adueñarse de los medios de producción por la inversión foránea y sin embargo, a los nacionales se les prohíbe? ¿Hasta cuándo se puede mantener esa discriminación que no existe en ningún país del mundo?

El régimen debería ser consciente que aumentar las producciones, reducir las importaciones y crear más fondos exportables no se consigue con la inversión extranjera. Ahí están los resultados del turismo. Hay que hacer que el sector privado nacional asuma la titularidad de los derechos de propiedad y lidere la economía nacional. Vietnam lo hizo y dejó atrás sus hambrunas.

Al capital extranjero le importa un bledo reducir la brecha que existe entre el campo y la ciudad o crear mejores condiciones de vida en las zonas rurales, arreglar el problema de las o viviendas e infraestructuras. Esto lo podría impulsar una economía de agentes privados, orientada por la propiedad privada y el mercado para asignar los recursos. No existe modelo alternativo porque el comunismo entró en crisis tras el derrumbe de muro de Berlín y nadie le otorga la menor viabilidad. Hay que dar el giro de 180º y empezar por el campo cubano tiene todo el sentido. Sería una buena forma de olvidarse de aquella experiencia traumática de la Ley de reforma agraria y empezar de nuevo. Nunca es tarde si las ideas son las correctas.

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