Sobre la Cumbre de La Habana del mes de enero
Elías Amor Bravo, economista
Hoy se ha sabido que en
el mes de enero vamos a presenciar una cumbre en La Habana de
Estados Unidos y Cuba, de nuevo cuño, a la que muchos, tal vez
demasiados, le están dando una gran importancia cuando tal vez no la
tiene. No es difícil encontrar a los más entusiastas. Se les ve por
doquier. Creen que el comienzo de un diálogo entre los dos países
puede aliviar una tensión que se ha mantenido durante más de medio
siglo por la negligencia de una de las partes y su comportamiento
vejatorio con la otra. En cualquier momento, esa parte puede romper
la baraja y renunciar a la partida. Dos no hablan cuando uno no
quiere. Es evidente que la situación no es la misma, y que el foco
de inestabilidad se ha agrandado, y mucho, lo cual confirma el
fracaso de la política agresiva aplicada desde los tiempos lejanos
de la ayuda soviética. Mientras tanto, los inversores privados
esperan. Algunos gobiernos también.
Los negociadores que se
embarquen en este proceso de diálogo inicial tienen una gran
oportunidad para salir del estado de negación de la realidad y
sentar las bases de una negociación transparente y clara, pero
conociendo las reglas del juego que exige el régimen de La Habana,
no será fácil. La Unión Europea es un buen ejemplo de lo que
estamos hablando. Pese a la buena voluntad de los comunitarios, los Castro la han despedido sine die. Pienso que, al menos, tendrán que dar respuesta a
dos preguntas que se van a plantear: la primera, ¿han llegado a
algún acuerdo en materia de derechos humanos y libertades
democráticas? y la segunda, ¿cuando se van a celebrar elecciones
libres y plurales? No veo fácil que estas preguntas tengan
respuesta. Tal vez nunca la tengan en vida de los Castro. Mucha
terquedad política e ideológica cierra cualquier oportunidad a la
libertad. Tan solo si el caos económico prosigue su tendencia
imparable y la economía castrista se precipita al vacío, como
muchos esperan tras la debacle de Venezuela, que es inminente, el
régimen puede ceder lo suficiente para un giro de 180º. En todo
caso, conseguir un soplo de aire fresco, que permita abrigar
expectativas positivas al futuro, puede servir para que las
negociaciones no sean un fracaso.
Y esto nos lleva
nuevamente al punto de partida, en que el tiempo va a ser, una vez
más, la variable más preciada para ir avanzando en el proceso de
diálogo de La Habana. Y en ello, los Castro, han mostrado una
extraordinaria habilidad para gestionar los plazos, ganar tiempo,
prolongar la desaparición de su régimen político. Ya veremos cómo
reaccionan los negociadores de Estados Unidos, más acostumbrados a
responder ante sus electores de aquello que hacen o no hacen.
El cambio de
perspectiva que va a condicionar las negociaciones de La Habana viene
de que la economía castrista está al borde del desastre por un
modelo ineficiente que prohibe el ejercicio de los derechos de
propiedad y proscribe el funcionamiento libre de los mercados. Tal
vez un buen punto de partida sería el reconocimiento de ese fracaso
y el regreso a la ortodoxia. Hasta Vietnam ha hecho los deberes, pero
los Castro y su cúpula ideológica están más cerca de los
planteamientos absolutos de Corea del Norte y ya han dado muestras,
más que suficientes, de que no van a dar marcha atrás. Lo más
probable es que los negociadores cubanos lleguen con posiciones muy
enrocadas e inamovibles que solo la necesidad de Obama de conseguir
algún éxito, llevará a mantener el diálogo.
Estados Unidos debería
debería estar prevenido de cualquier trampa. Son muchos años sin negociar con los Castro. El precio a pagar por una Cumbre de
Panamá tranquila puede ser muy elevado si los Castro aprietan las
tuercas. Ahora están convencidos de haber ganado, y los defensores
de sus ideas, también. Los países del ALBA no van a cambiar su
posición y perspectiva respecto de la influencia de Estados Unidos
en la región, pero necesitan el mercado del norte para dar salida a
sus producciones y obtener recursos. Y además, 2015 no parece que
vaya a ser un año especialmente favorable para América Latina. Los
negociadores estadounidenses en La Habana tienen que mantener la
mente fría para evitar que el castillo de naipes que les van a
construir se venga abajo y además, les culpen de derribarlo. Castro
necesita apoyo económico. Su dictadura se encuentra en bancarrota,
pero no le preocupa más que lo justo. Estados Unidos se ha
comprometido demasiado y su presidente no querrá fracasar una vez
más.
La economía castrista
lleva medio siglo años al borde del colapso. Ha superado numerosas
trabas y dificultades, y se ha alejado del precipicio en varias
ocasiones, para regresar poco después. Lo que no van a hacer es dar
un paso al frente, ni mucho menos ceder. El caos se puede mantener de
forma indefinida en el tiempo, con la connivencia de inversores
extranjeros oportunistas y el auge de los timbiriches bajo control
comunista. Estados Unidos debe ser consciente que el régimen de los
Castro no tiene el menor interés en hacer nada que pueda poner en
peligro su estrategia de supervivencia, de ganar tiempo y de
evolucionar hacia un nuevo sistema en el que los nietos hereden el
poder de los abuelos.
La sociedad cubana ha
superado el nivel del umbral de malestar soportable en numerosas
ocasiones, pero sometida a un riguroso control por la seguridad del
estado no podrá decir basta. Quienes creen que la eventual apertura
que se pueda conseguir de un proceso de negociación puede servir
para encarrilar la vía de las libertades, está equivocado. El
número de turistas se puede multiplicar por tres y las remesas por
cuatro, pero la cúpula de poder y el control político de la
sociedad seguirá incólume. El escenario más probable será alargar
la negociación, sin alcanzar resultados concretos. Esperar a ver
cómo evolucionan los acontecimientos. Los Castro saben que el tiempo
es la variable más preciada en una negociación y que Obama lleva
todas las de perder. Lo más probable es que saquen la espada contra los
senadores y congresistas que se opondrán al derribo de las medidas
del embargo o bloqueo. No conviene hacerse grandes expectativas del
proceso. Ni con los mejores estadistas y líderes esta negociación
puede dar el resultado que es más importante para la democracia, las
libertades y los derechos humanos.
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