Las deficiencias e incumplimientos: responsabilidad de la gestión económica del gobierno
Elías Amor Bravo
Cuando altos dirigentes del régimen castrista, con
competencias en la gestión de la economía, como Machado Ventura o Murillo, el
“zar de la actualización del socialismo”, se lanzan a criticar las
“deficiencias e incumplimientos” para justificar los pésimos resultados de la
cosecha de azúcar 2011-2012, no se puede sentir más que una profunda vergüenza
hacia este comportamiento antidemocrático y poco responsable de las autoridades.
Sucede que, en cualquier país del mundo, con
instituciones plurales y libres, la responsabilidad de la gestión económica recae
en el gobierno. Los ciudadanos valoran y en su caso, cuestionan, la actuación
de quiénes están al frente del poder. En la Cuba de los Castro, por desgracia,
no ocurre así. Los dirigentes no asumen su responsabilidad, y lejos de callar,
la trasladan a otros. Repugnante.
Esto viene a cuento por los resultados de la zafra, un
16% superiores a la anterior, y que han sido calificados de “modestos” e “insuficientes”,
atribuyendo los mismos a deficiencias e incumplimientos por parte de los
directivos del sector. Al parecer, estos son los llamados a asumir
responsabilidades.
Machado Ventura ha sido el primero en levantar el dedo
acusatorio, y cito textualmente, "podíamos haber producido más azúcar y no
lo hicimos, se nos fue, la perdimos y se podía haber hecho más (...) Hay que
cambiar, cambiar de verdad y hay que hacer las cosas distintas de como se han
hecho hasta ahora, que no se puede estar creyendo en cuentos ni promesas".
Inmediatamente surgen varias preguntas: ¿qué es lo que
hay que cambiar, y cambiar de verdad? ¿Qué cuentos y promesas son los que están
creyendo los cubanos?
Por desgracia, desde el triunfo de la llamada
“revolución”, la ideología oficial ha sembrado la sociedad cubana de una serie
de postulados que nos conducen a la situación actual.
Valores fundamentales para el desarrollo de las
naciones, como esfuerzo, emprendimiento, obtención legítima de beneficio,
retribución en función de las capacidades personales, acumulación de riqueza y
reinversión, fueron convertidos en artículos de un código penal amenazador, que
apartó a las mentes más claras del país de la gestión de los asuntos económicos.
De ese modo, cuando en 1958 Cuba alcanzaba
prácticamente 7 millones de toneladas de azúcar en sus más de 150 ingenios,
nadie parecía cuestionar cómo se alcanzaban esos records año tras año.
La “revolución” arrojó por la borda toda la cultura y
el liderazgo azucarero internacional de Cuba. Estas decisiones, contrarias a la
razón económica y humana, se pagan. Y se pagan con un alto precio de
ineficiencia, improductividad, insolvencia y pésima gestión que caracteriza al
conjunto de las actividades controladas por el estado comunista cubano.
Y a diferencia de lo que ocurre en los países
democráticos, donde las autoridades y los gobiernos responden de sus fracasos,
Marino Murillo no tiene más argumento que una crítica indefinida a unos
incumplimientos “como la demora en el arranque de los centrales a pesar de las
inversiones previstas”. Él, y sólo él, es único responsable de los cambios
recientes en el sector azucarero, tras la reestructuración emprendida a título
personal por su jefe Fidel Castro a comienzos de siglo. Suprimió el ministerio
del azúcar y lo cambió por un Grupo Empresarial, para, según dice, conseguir un
mayor dinamismo. Sin embargo, la realidad ha mostrado a los directivos de ese
nuevo Grupo Empresarial de la Agroindustria Azucarera (AZCUBA) que el “salto superior" que esperaban dar
durante este año gracias a las condiciones "ideales", se ha quedado
en un pequeño “saltito”.
No me extraña que los inversores brasileros
interesados en el azúcar cubano observen todo esto con preocupación y una
cierta inquietud. Si lo que se pretendía con el grupo estatal AZCUBA era lograr una gestión
más eficiente, nuevas tecnologías y generar exportaciones para financiar los
gastos y atraer inversiones, es evidente que no se ha conseguido. Y lo que es
peor, mucho me temo que cualquier participación de financieros internacionales
en este organismo caótico, puede resultar en un auténtico fracaso.
Si Murillo quiere intensificar la producción azucarera
en Cuba y alcanzar los registros previos al triunfo de la llamada “revolución”,
tiene que ir haciendo cosas muy distintas a las que ha venido implementando,
con la autorización de Raúl Castro.
Para empezar, tiene que modificar la estructura de la
propiedad agrícola, propiciando una drástica reducción de la participación
estatal que se ha mostrado especialmente incapaz de cumplir compromisos y
generar riqueza. Pero la propiedad estatal no se reduce con fórmulas precarias
de arrendamiento en usufructo, o por medio de la creación de cooperativas
controladas y penetradas por la ideología comunista.
Para superar el atraso, Murillo debe introducir la
libre empresa de propiedad privada, y para todos los cubanos con igualdad de
derechos, en el conjunto de todas las actividades económicas industriales y de
servicios. A partir de ahí, la construcción de un marco jurídico estable que
garantice los derechos de propiedad de todos los agentes económicos es
fundamental para que se despeje cualquier incertidumbre, de las muchas que
gravitan sobre la economía de la Isla. Si tiene éxito en este programa de
reformas, debería facilitar la transferencia de tecnología y maquinaria para
hacer frente a la obsolescencia del sector en Cuba por medio de una política de
atracción de la inversión extranjera completamente distinta del monopolio de
estado que se practica actualmente.
Leyes transparentes, mecanismos de subasta limpios y
abiertos, que estimulen la participación de los inversores que apuesten por el
medio y largo plazo y la transferencia de tecnología, con contrapartes cubanas
a las que se hace necesario otorgar un papel en la transformación del sistema
económico.
Por desgracia, mucho me temo, que en sus planes de
actualización del socialismo, nada de eso existe. Como consecuencia, ya verán
como el año próximo vuelve a dar quejas por los “incumplimientos”.
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