El día después: transición a la democracia
Elías Amor Bravo, economista
Las exequias de
Fidel Castro se han convertido en un espectáculo televisado en directo, a nivel
mundial, que permite contemplar la riada de personas dolientes de
todas las edades que “acuden a dar su adiós” a quién ha
dirigido Cuba en los últimos 57 años. Un adiós silencioso ante un
retrato del dirigente revolucionario como única referencia del
fallecido que, horas antes, ya había sido incinerado como paso
previo a su viaje final hacia Santa Ifigenia.
Varios aspectos
conviene destacar de este momento histórico y que quiero compartir con los lectores.
En primer lugar, el
altar del dictador que se ha instalado en la plaza de la revolución
no contiene referencias o alegorías del marxismo y el comunismo que
han inspirado a su régimen político. La ideología comunista ha desaparecido
por arte de magia, siendo reemplazada por un travestismo político en el que sólo
aparecen flores blancas y retratos de Maceo, Martí y Gómez.
Tan solo una hermosa bandera cubana se mantiene en un lugar discreto
de la estancia por la que concurren los miles de personas que irán a
despedirse, o sabe usted a qué, del desaparecido dictador.
Ya han quedado fuera
del escenario la hoz y el martillo, la bandera roja maoísta, las
consignas estalinistas o la imagen imperturbable y roída de los
viejos revolucionarios del siglo pasado, como Lenin, Marx, Stalin o
Mao. Cuesta creer que un dirigente político que arrastró a su nación hacia el comunismo en sus últimas horas quede despojado de sus principales valores. Habrá que preguntarse el por qué. Hasta los chinos, preocupados por el nuevo escenario de imagen
política castrista, se han apresurado a pedir al sucesor, a Raúl Castro que continúe la
revolución de su hermano, anclada en los postulados marxistas.
Tiempo habrá para comprobar cómo evolucionan los acontecimientos,
pero tengo la impresión que la suerte ya está echada.
En segundo lugar, la
nómina de los dirigentes internacionales que se han acreditado en La
Habana para decir adiós al tirano comunista es de poca calidad y
cantidad. Posiblemente, los defensores del régimen castrista no sean
tantos como se presume. Muchos han debido abandonar este mundo desde hace muchos años. Los más, posiblemente desilusionados por el rumbo de la
dictadura desde hace décadas, han puesto un muro de indiferencia.
Por mucho que Cuba interese al mundo, hay mucho más interés detrás de las
posibilidades económicas que se abren al futuro, que en el recuerdo ideológico
de alguien que lo único que hizo fue destruir la nación sin dar una
oportunidad a sus rivales. Esa baja participación internacional en las exequias,
pone de manifiesto que el embargo o el bloqueo, es un cuento que no
lleva a ninguna parte y que Cuba, en las condiciones actuales, no es
esa pobre nación sometida a la presión de su vecino del norte, sino
otra cosa distinta. Castro, realmente, tuvo poco que ver en ello. Sin Castro en vida, hablar del bloqueo o del embargo es perder el tiempo.
En tercer lugar, si
hay un protagonista del momento es el exilio. La diáspora, que ha
dado rienda suelta a sentimientos y emociones mantenidas a raya
durante décadas. Además, el exilio confirma, una vez más, que
desea participar activamente en la construcción del día después de
su nación, lanzando una piedra sobre el vetusto tejado en que se
mueve Raúl Castro, al que van a obligar a tender puentes de
entendimiento y de unión de las familias destrozadas por culpa de
las políticas de Fidel Castro. En esa reunión de la familia cubana
se encuentran las principales potencialidades de la nación,
combinando las ganas de salir adelante de los que viven en Cuba, con
el conocimiento, el capital, la tecnología y las relaciones de los
de fuera. La combinación de ambos elementos debe producir un
resultado espectacular, si se sabe gestionar bien.
En cuarto, Trump ha
marcado muy pronto la agenda con respecto a Cuba, desmontando de un plumazo la política
vacilante de Obama y el descongelamiento. Sin concesiones por el régimen, nada de qué hablar. El castrismo
tiene que mover ficha. Es la antigua Posición Común de la Unión
Europea que la señora Mogherini se dio prisa, en mi opinión excesiva, en
dar carpetazo. Las democracias deberían consensuar una posición activa respecto a la dictadura castrista. No es la democracia la que debe facilitar la supervivencia de un régimen represor, es éste el que debe desaparecer y producir un sistema plural y de libertades. La apuesta por un futuro de democracia y
libertad en Cuba, donde la revolución deje de ser el todo, y se
convierta en una opción más, probablemente marginal, para los que viven en el país, sin
desprecio de las restantes, está más cerca que nunca, y por ello,
hay que hacer un último esfuerzo para llegar a la meta de la
libertad.
Cuando Franco murió
en 1975, eran muy pocos los españoles que pensaban en una democracia
liberal como la que se construyó en muy poco tiempo. Los cubanos
pueden estar pensando lo mismo, que el castrismo es lo mejor que
puede ocurrir y que no existe alternativa. Aquel pensamiento
desapareció muy pronto cuando las autoridades que quisieron recoger
el testigo del viejo dictador no pudieron dar respuesta a las
necesidades sociales de cambio. Sueño con algo parecido para Cuba,
aunque se que no será fácil. Pero al menos, vale la pena
intentarlo.
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