EEUU y dictadura castrista: ¿un nuevo marco de relaciones?

Elías Amor Bravo, economista
 
En política, suele ser difícil, en ocasiones, definir los espacios en que cada uno de los actores se debe mover. Más aun en tiempos turbulentos como los actuales, en los que resulta difícil determinar qué es lo que está abajo o arriba, e incluso, qué es lo que se encuentra a la izquierda o derecha. Con el régimen castrista, la última dictadura de la guerra fría, que lleva más de 58 años al frente del poder, sucede más o menos esta cuestión. Mientras que a nivel interno se mantiene la represión contra los disidentes que solo desean elecciones libres y plurales, se les encarcela, se restringen las libertades económicas y los principios y valores democráticos de Occidente, en el plano internacional el régimen castrista se presenta como un defensor de los derechos humanos sociales, de los logros de la educación y sanidad gratis, y de haber conseguido frenar las ambiciones imperialistas que siempre ha observado en su vecino del norte.

Cuando Obama decidió poner fin a la tensión con Raúl Castro, sin concesiones a cambio, el mundo enteró respiró con cierta calma, mientras que los empresarios y hombres de negocios se aprestaron a viajar en masa a la isla en búsqueda de proyectos que, a posteriori no llegaron a cuajar por falta de estímulos, apoyo financiero o voluntad política. El clima más favorable entre los dos países sirvió para abrir tímidos espacios en los que algunos cubanos, sobre todo los que tenían familia en el exterior con capacidad para enviar remesas mensuales, pudieron disfrutar del acceso a bienes y servicios de los que, hasta entonces, se encontraban privados.

Sin embargo, los datos económicos no daban el resultado esperado. El número de trabajadores por cuenta propia se había estancado en el medio millón (el régimen no concedía más licencias) al tiempo que los principales indicadores de la economía desde el segundo semestre de 2016 anunciaban que la recesión se había adueñado de los principales indicadores (casi un nuevo período especial). La reducción de los suministros de petróleo de Venezuela fue la responsable de la situación, pero los que siguen de cerca las tendencias a corto plazo de la economía castrista saben que, desde hace un lustro, la relación entre petróleo y crecimiento del PIB ha dejado de ser una regularidad y que hay otros factores reales que lastran la dinámica económica.

Por ejemplo, los factores institucionales y asociados al régimen de derechos de propiedad de la isla, que impiden a los cubanos alcanzar la independencia económica, tener sus propias empresas, acumular riqueza, realizar inversiones y generar empleo por cuenta ajena. Variables que explican, en líneas generales, el dinamismo económico de las naciones, pero que en Cuba, están proscritas, como se ha encargado de dejar bien claro la Asamblea nacional en su última reunión de este mes para aprobar la llamada “conceptualización”, los lineamientos y el plan económico para 2030.

Dos no se pelean, si uno no quiere. Y aquí es dónde esta el problema. De nada ha servido que Obama abriese en canal todo tipo de ayudas y proyectos para Cuba, porque el régimen castrista no ha movido las fichas en el tablero para asegurar que la partida tuviera algún resultado. En esa parálisis fría en la que uno de los jugadores mira para otro lado y pierde el tiempo, al presidente Trump se le acabó la paciencia y ha puesto fin a una partida que, desde el principio, arrancó con unas reglas equivocadas, sentando las bases de una nueva. Ahora lo que ocurre es que el régimen ni siquiera se plantea jugar, porque sabe que para hacerlo hay que cumplir con unas condiciones que, de hacerlo, no podría sobrevivir. Y lo sabe.

Por ello, el cambio de política hacia el régimen castrista del presidente Trump no sólo es acertado, sino que llega en el mejor momento y supone una operación estratégica de gran calado para la que el último de los Castro no se encuentra preparado. Por lo pronto, se le van a complicar, y mucho, los planes de sucesión para 2018, y tendrá que negociar, ¿con quién? Casi seguro con Gaesa, donde a pesar del control que ejerce su hijo, empezarán a producirse reclamos de aquellos magnates que mantienen posiciones de negocio con empresas extranjeras que experimentarán descensos muy rápidos en sus niveles de rentabilidad, como ocurrirá en la hotelería.

La nueva política es inteligente, porque mantiene intacto el esquema de los envíos de remesas y los contactos familiares y viajes de los cubanoamericanos a la isla, que representan una oportunidad para unir y estrechar lazos rotos por la dictadura comunista durante décadas, pero también para generar oportunidades de negocio para los pequeños emprendedores. Ellos son, al parecer, el principal objetivo de los programas de ayuda. Ojalá tengan éxito al conseguirlo. No es fácil en Cuba separar al régimen, partido y estado de la sociedad. Tal vez esta debería ser una de las prioridades de la nueva política, dadas las dimensiones totalitarias que tiene ese fenómeno. Tampoco parece que los viajes en cruceros o algunos de los nuevos negocios se vayan a ver perjudicados, salvo por las excepciones que se plantean en la isla. Conviene recordar que la única empresa de EEUU interesada en fabricar tractores en Cuba finalmente no recibió el plácet de las autoridades del régimen.

En todo caso, habrá que esperar para obtener una valoración de lo que suponen estos cambios. EEUU toma el liderazgo en las relaciones con el régimen del último Castro y, por extraño que parezca, los tradicionales defensores de la dictadura son cada vez menos y más radicales y marginales. Esta si que es una muy buena noticia.

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