La inversión extranjera tampoco va bien

Elías Amor Bravo, economista
 
Granma habla de “dilaciones que no puede permitirse el desarrollo” en relación con la inversión extranjera que, según se señala en el artículo, “lo alcanzado aún dista de los niveles que demanda el desarrollo de nuestra economía”. Un reconocimiento expreso de un nuevo fracaso en las políticas implementadas por la administración de Raúl Castro, que viene, además, de una autoridad del régimen con responsabilidades en la materia, la directora general de Inversión Extranjera, del Ministerio de Comercio Exterior y la Inversión Extranjera.

En algo que podemos coincidir es que la inversión extranjera puede ser un “elemento activo y fundamental” para el desarrollo de determinados sectores de la economía, “pero lo alcanzado, en correspondencia con todo ello, aún no es suficiente”. Hacer crecer las inversiones extranjeras en Cuba no es fácil, pero su aportación al valor añadido nacional, a las tecnologías, a la cualificación de la población laboral, en suma, al bienestar y calidad de vida de los cubanos, puede ser muy importante.

Sin embargo, las cifras no aumentan. Todo lo contrario. Básicamente, según Granma, los problemas que lastran el crecimiento de la inversión extranjera en Cuba son dos: “las dilaciones excesivas del proceso negociador” y la necesidad de ”superar la mentalidad obsoleta llena de prejuicios contra la inversión foránea”. El mismo Raúl Castro así los expuso en el discurso de clausura del periodo ordinario de sesiones de la Asamblea Nacional hace apenas un año.

El problema es que estos lastres continúan. Y que las inversiones se han estancado.

Culpar del fracaso de la política de inversión extranjera del régimen castrista a los retrasos burocráticos y la mentalidad es fácil. En realidad, la economía cubana no funciona de manera eficiente porque toda ella es un atraso, un paquidermo que funciona con muy poca agilidad, dominada por una burocracia comunista que sigue al pie de la letras las directrices jerárquicas. En tales condiciones, la falta de agilidad es un problema general. No parece que esté ahí el problema principal.

Tampoco parece razonable echar culpas a los empresarios estatales cubanos, por su escaso conocimiento de la legislación en materia de inversión extranjera y sus políticas, lo que les lleva a no interesarse por la misma. Los dirigentes de las empresas estatales gestionan sus organizaciones con márgenes muy escasos de autonomía, siguiendo directrices políticas, y antes de embarcarse en operaciones complejas y con una fuerte connotación política, se lo piensan más de dos veces. Son quizás, excesivamente prudentes.

Por eso, pasan de la Feria Internacional de La Habana, desde sus inicios, y ni tienen idea de la llamada Cartera de Oportunidades de inversión extranjera de la Ley No. 118, en la que se van incluyendo proyectos que están muy alejados de cualquier planteamiento empresarial al uso, porque pertenecen al complejo militar y de la seguridad del estado que dirige los principales intereses de la industria turística nacional que nutren esa Cartera. Como consecuencia de ello, los extranjeros no encuentran las opciones que buscan y los cubanos se quedan al margen esperando que alguien les autorice a realizar algo para lo que, evidentemente, no están preparados.

Si las autoridades piensan que promocionando cartera de oportunidades de inversión extranjera, Foros de inversiones o encuentros bilaterales entre empresarios se puede aumentar la inversión extranjera en Cuba, están muy equivocados.

Lo primero, y fundamental, es que ningún gobierno puede atribuirse la facultad de decidir en qué puede o debe invertir su dinero el empresario que es el legítimo propietario. Los extranjeros que visitan La Habana para mostrar su interés en la economía nacional, se sorprenden al tener que lidiar con un gobierno que no solo les dirige hacia una serie de sectores que califican como prioritarios, agroalimentario, construcción, industrias ligeras, sideromecánica, química, electrónica y biotecnológica, hidráulica, biomasa cañera, turismo, etc, sino que además les informa que él seleccionará sus trabajadores, les dirá cuánto les tienen que pagar e incluso, en donde tendrán que establecer sus plantas productivas, llámese El Mariel o similares.

El empresario extranjero no está acostumbrado a ese dirigismo, ni a la intervención del estado en sus planes. El régimen castrista debería se consciente de ello. Por tanto, al cabo de un tiempo, estos inversores, salvo razones de mucho peso, abandonan los proyectos y regresan a sus países a la espera de tiempos mejores. Esto es lo que explica el bajo nivel de la inversión extranjera en Cuba, amén de otras muchas cosas.

Lo segundo, es que la famosa Ley No. 118 de inversión extranjera y sus normas complementarias, han aumentado la inseguridad jurídica que perciben los inversores extranjeros en Cuba así como el peso del intervencionismo estatal y la burocracia. Entre 2016 y 2017 se han cerrado proyectos de capital extranjero por el equivalente a algo más de 1.300 millones de dólares. Una cifra claramente insuficiente para los objetivos de cierre del desequilibrio comercial de la economía. El fracaso viene del hecho que programar la inversión extranjera con un único y principal fin recaudatorio es otro grave error. Una revisión en profundidad de las normas se hace necesaria y urgente.

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