Topando precios en la economía cubana: el desastre que se avecina

Elías Amor Bravo, economista

Una nota en Granma se refiere a las nuevas Resoluciones del Ministerio de Finanzas y Precios publicadas ayer en la Gaceta Oficial Extraordinaria No. 16, y ahora ya la cosa no está para juego. El tono empleado es conminatorio y traslada a la sociedad un sálvese quien pueda, que viene a confirmar las débiles bases teóricas que sustentan las decisiones en materia de economía.

Ya se expuso hace algún tiempo que los aumentos de salarios en el sector presupuestado y de pensiones iban a provocar un efecto “champagne” en las decisiones de gasto de las familias cubanas, que traería como consecuencia un incremento de la demanda y por tanto de los precios, insostenible para la rígida y poco estimulante oferta productiva estatal que no había sido conveniente preparada por su propietario para afrontar estos cambios.

Cuando se toman decisiones en una economía, los responsables de las mismas deben estudiar todas las aristas posibles. Ahora, los dirigentes castristas quieren controlar la peligrosa fiebre de la inflación, topando precios, pero no solo en el sector presupuestado, lo que se podría entender hasta cierto punto, sino en el pequeño sector privado al que se “vendió” el aumento de salarios como una operación de mayor poder adquisitivo de la población para que sus ventas no se vieran reducidas por una menor llegada de turistas.

La moneda se lanzó al aire, y parece que cayó de canto. Ni cara ni cruz, y por eso, las sendas resoluciones a las que se refiere Granma no van a resolver nada.

De un lado, la Resolución 301/2019 es infame en términos económicos, ya que “dispone que los precios mayoristas, las tarifas técnico-productivas y los precios de acopio, los de las empresas comercializadoras, independientemente de cual sea su instancia de aprobación, no pueden ser incrementados”, es decir la economía, en su conjunto, queda bloqueada hasta nuevo aviso. Es posible que aquellos que pudieron comprar antes de la subida de salarios hayan obtenido alguna ventaja, pero los que vinieron después, lo van a tener difícil. Nadie querrá producir, ni comerciar, ni vender nada, si no obtiene ganancia de ello. El mercado negro puede alcanzar proporciones desmedidas.

Los comunistas justifican esta medida porque creen que basta con vender más. No. Por supuesto que el aumento de la demanda significa vender más, pero debe ir acompañado del aumento de precios para que la oferta reaccione y envíe más productos al mercado. Este segundo lazo, necesario para que el nuevo equilibrio de oferta y demanda suponga mayor poder adquisitivo, lo han destrozado con la Resolución 301/2019. Un auténtico desastre sobre todo, porque lo vinculan a los precios de importación y exportación, sobre los que la economía cubana, dadas sus dimensiones, tiene poco que decir.

En suma, todos los precios en el ámbito estatal quedan topados por esta Resolución, salvo casos excepcionales, que se deberán solicitar al Ministerio, no a los consejos de Administración provinciales y municipales (cada vez menos inútiles son estas figuras propias de una economía estalinista) para su evaluación. Como siempre las consideraciones políticas e ideológicas de turno condicionan el destino económico de los cubanos. Nada ha cambiado en este país desde 1959.

Por su parte, otra Resolución publicada, la 302/2019, es, sin lugar a duda, la que puede causar más daño al sector privado y los pequeños emprendedores, ya que “establece las regulaciones para los precios de venta de los trabajadores por cuenta propia, las cooperativas no agropecuarias, cooperativas agropecuarias, de créditos y servicios, unidades básicas de producción cooperativas, y otras formas de gestión no estatal”.

Es decir, una auténtica espada de Damocles que tiene como objetivo impedir que el sector privado se aproveche del aumento de la demanda derivado de unos mayores salarios y pensiones de la población. En suma, el régimen decide de forma expresa prohibir a estos agentes económicos el incremento los actuales precios y tarifas de sus productos y servicios, con destino a las entidades estatales y a la población. Y esto lo hace sin haber estudiado previamente costes, márgenes, productividad y rentabilidad.

En esta Resolución, en cambio, se faculta a los presidentes de los consejos de Administración provincial y de algunas administraciones locales en Artemisa y Mayabeque, para establecer los precios y tarifas máximos a aplicar a los agentes económicos bajo su término, en un claro mensaje de subordinación de lo privado a lo estatal, y además, al nivel territorial más próximo, para acentuar el factor de represión y control.

Nada bueno cabe esperar de todo esto. Topar precios es prepararse para lo peor. Escasez, racionamiento, largas colas y una vez más, la necesidad de resolver frente a un mercado negro en auge. El “período especial” en ciernes, o lo que se parezca, llega ahora de la mano de decisiones económicas que no van a resolver los problemas de fondo, que siguen ahí y que acercan a la economía cubana al desastre, o por expresarlo en términos económicos sencillos, a la bancarrota.

Los gestores no son capaces de tomar las únicas decisiones que pueden ayudar a salir adelante, y que pasan por un giro de 180º en el modelo económico, avanzando de forma clara hacia la homologación de la economía cubana con las del resto del mundo. En suma, dejar atrás la experiencia estalinista y colectivista ideada por Fidel Castro, que ha supuesto un rotundo fracaso histórico.

Parchear la economía es lo mismo que hacerlo con una vieja rueda de un almendrón de los años 50, en cualquier momento, con un bache imprevisto de los muchos que hay en las calles y carreteras cubanas, explota, y el accidente está servido, con daños mucho peores. Este símil puede ayudar a entender lo que significa jugar con fuego en una economía, topando precios después de aumentar las rentas. Nada tiene sentido en la economía castrista, pero luego, cuando el daño esté hecho, siempre habrá un responsable al que culpar, ya lo verán, el mismo de siempre, EEUU. El victimismo que lleva funcionando 60 años. A ver cuándo cambian las cosas.

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