No existe una vía cubana hacia la economía de mercado
La apuesta de Raúl Castro por los “timbiriches” en su discurso ante la Asamblea Nacional de Cuba ha supuesto que las expectativas que se habían abierto sobre eventuales cambios de profundidad en la economía cubana, no han sido atendidas.
Tal vez conviene hacer un poco de historia para centrar el análisis. Como se recordará, poco después de su llegada al poder, tras el abandono primero temporal, y luego definitivo de su hermano por problemas de saludo, Raúl Castro inició un ambicioso plan de consultas a la población que, durante varios meses, se dedicó a recopilar y presentar una serie de demandas entre las que, las de contenido económico, pasaban a ocupar un primer puesto.
Para muchos ciudadanos, la permanente escasez de la economía castrista, no se podía soportar más tras medio siglo de racionamiento. De nada sirvió al régimen justificar los elevados gastos de las “conquistas” en educación y sanidad. Conforme decenas de miles de estos profesionales dejaban el país en dirección a Venezuela para el trueque desigual con petróleo, la población cubana se encontró con que los servicios de los que se les había presumido históricamente, también entraban en crisis.
La caída de la economía en picado en poco más de tres años obligó a Raúl Castro a facilitar el gasto, en función de los ingresos, permitiendo la entrada de cubanos en los establecimientos turísticos hasta entonces reservados a turistas extranjeros, la compra de una serie de electrodomésticos en las tiendas servidas con la moneda convertible, como los móviles. Y también para estimular la producción, como la eliminación de los comedores populares, las escuelas al campo o la entrega de tierras en arrendamiento, entre otras medidas.
El alcance de estas decisiones ha sido limitado. Las estadísticas de turismo apenas se han visto alteradas. La agricultura sigue sin reflejar los aumentos de productividad de las tierras entregadas, y el único sector que ha registrado crecimientos significativos, ha sido el de las telecomunicaciones, en respuesta a la demanda de móviles. Poco más.
Ante este panorama, ciertamente sombrío, la expectativa abierta sobre cambios en profundidad había avanzado notablemente en los últimos meses. Y en eso estábamos, cuando aparece en escena política Fidel Castro en un acuario, en un centro de investigaciones y desplegando una actividad sin precedentes para una persona de su edad y enfermedad.
Entonces surgen las dudas. ¿Tenía realmente Raúl Castro un plan ambicioso para cambiar la economía cubana y su hermano le obligó a enterrarlo? ¿Es la presencia de Fidel Castro una amenaza para Raúl? ¿A dónde nos lleva todo esto? Estamos ante un dúo mortífero para la economía cubana, cuya destrucción han conseguido a base de experimentos que chocan contra la naturaleza humana.
Y entonces, Raúl Castro se saca de la manga lo de los “timbiriches” y los “cuentapropistas”, a la vez que aprovecha para reivindicar la unidad de la cúpula del régimen y calificar a los presos políticos como terroristas al servicio de Estados Unidos. Poca inteligencia, más bien nula.
¿Por qué decimos esto?
Primero, porque la economía cubana no puede continuar funcionando al ralentí comunista por más tiempo. Si se necesitan préstamos internacionales para producir más y mejor, hay que confirmar esa capacidad de producción superior y la eficiencia. Con un sistema comunista, en el que todo depende de la decisión del Estado, la única posibilidad es acabar en miseria como Corea del Norte, el otro bastión ideológico que les queda a los Castro.El comunismo no tiene modelo económico para atender las necesidades de la población. Es un sistema perverso que va en contra de la condición humana. La historia, en el caso cubano, lo ha confirmado de forma reiterativa.
Segundo, porque la liberalización de un sistema económico controlado por el Estado no se puede hacer a cuentagotas y con miedo, sino de forma ordenada y rápida. Aparecerán en poco tiempo los estrangulamientos provocados porque unas ramas de actividad van a funcionar a mayor velocidad que el paquidermo estatal, obsoleto e ineficiente. Por ejemplo, qué tipo de sistema bancario será necesario para inyectar liquidez a la economía, o qué estructuras de distribución son las más eficientes para dar abasto a toda la población con independencia de su hábitat de residencia.
Tercero, porque no existe alternativa al modelo de economía de mercado basada en la propiedad privada. Cuando el millón largo de ciudadanos cubanos sean expulsados de sus empleos en el estado, y tengan que dedicarse a actividades privadas, lo primero que necesitarán será un stock mínimo de capital para poder ejecutar sus funciones libremente, ¿será ese stock también propiedad de Raúl Castro?, ¿para quién van a trabajar los nuevos cuentapropistas?, ¿para el Estado cubano, otra vez?
Todas estas cuestiones carecen de respuesta en los planes que Murillo, ministro de economía, dice tener. No existe una vía cubana hacia la economía de mercado. Hay sólo una: la que exige valentía, conocimiento y experiencia. Precisamente, la que no tienen los dirigentes del régimen.
Tal vez conviene hacer un poco de historia para centrar el análisis. Como se recordará, poco después de su llegada al poder, tras el abandono primero temporal, y luego definitivo de su hermano por problemas de saludo, Raúl Castro inició un ambicioso plan de consultas a la población que, durante varios meses, se dedicó a recopilar y presentar una serie de demandas entre las que, las de contenido económico, pasaban a ocupar un primer puesto.
Para muchos ciudadanos, la permanente escasez de la economía castrista, no se podía soportar más tras medio siglo de racionamiento. De nada sirvió al régimen justificar los elevados gastos de las “conquistas” en educación y sanidad. Conforme decenas de miles de estos profesionales dejaban el país en dirección a Venezuela para el trueque desigual con petróleo, la población cubana se encontró con que los servicios de los que se les había presumido históricamente, también entraban en crisis.
La caída de la economía en picado en poco más de tres años obligó a Raúl Castro a facilitar el gasto, en función de los ingresos, permitiendo la entrada de cubanos en los establecimientos turísticos hasta entonces reservados a turistas extranjeros, la compra de una serie de electrodomésticos en las tiendas servidas con la moneda convertible, como los móviles. Y también para estimular la producción, como la eliminación de los comedores populares, las escuelas al campo o la entrega de tierras en arrendamiento, entre otras medidas.
El alcance de estas decisiones ha sido limitado. Las estadísticas de turismo apenas se han visto alteradas. La agricultura sigue sin reflejar los aumentos de productividad de las tierras entregadas, y el único sector que ha registrado crecimientos significativos, ha sido el de las telecomunicaciones, en respuesta a la demanda de móviles. Poco más.
Ante este panorama, ciertamente sombrío, la expectativa abierta sobre cambios en profundidad había avanzado notablemente en los últimos meses. Y en eso estábamos, cuando aparece en escena política Fidel Castro en un acuario, en un centro de investigaciones y desplegando una actividad sin precedentes para una persona de su edad y enfermedad.
Entonces surgen las dudas. ¿Tenía realmente Raúl Castro un plan ambicioso para cambiar la economía cubana y su hermano le obligó a enterrarlo? ¿Es la presencia de Fidel Castro una amenaza para Raúl? ¿A dónde nos lleva todo esto? Estamos ante un dúo mortífero para la economía cubana, cuya destrucción han conseguido a base de experimentos que chocan contra la naturaleza humana.
Y entonces, Raúl Castro se saca de la manga lo de los “timbiriches” y los “cuentapropistas”, a la vez que aprovecha para reivindicar la unidad de la cúpula del régimen y calificar a los presos políticos como terroristas al servicio de Estados Unidos. Poca inteligencia, más bien nula.
¿Por qué decimos esto?
Primero, porque la economía cubana no puede continuar funcionando al ralentí comunista por más tiempo. Si se necesitan préstamos internacionales para producir más y mejor, hay que confirmar esa capacidad de producción superior y la eficiencia. Con un sistema comunista, en el que todo depende de la decisión del Estado, la única posibilidad es acabar en miseria como Corea del Norte, el otro bastión ideológico que les queda a los Castro.El comunismo no tiene modelo económico para atender las necesidades de la población. Es un sistema perverso que va en contra de la condición humana. La historia, en el caso cubano, lo ha confirmado de forma reiterativa.
Segundo, porque la liberalización de un sistema económico controlado por el Estado no se puede hacer a cuentagotas y con miedo, sino de forma ordenada y rápida. Aparecerán en poco tiempo los estrangulamientos provocados porque unas ramas de actividad van a funcionar a mayor velocidad que el paquidermo estatal, obsoleto e ineficiente. Por ejemplo, qué tipo de sistema bancario será necesario para inyectar liquidez a la economía, o qué estructuras de distribución son las más eficientes para dar abasto a toda la población con independencia de su hábitat de residencia.
Tercero, porque no existe alternativa al modelo de economía de mercado basada en la propiedad privada. Cuando el millón largo de ciudadanos cubanos sean expulsados de sus empleos en el estado, y tengan que dedicarse a actividades privadas, lo primero que necesitarán será un stock mínimo de capital para poder ejecutar sus funciones libremente, ¿será ese stock también propiedad de Raúl Castro?, ¿para quién van a trabajar los nuevos cuentapropistas?, ¿para el Estado cubano, otra vez?
Todas estas cuestiones carecen de respuesta en los planes que Murillo, ministro de economía, dice tener. No existe una vía cubana hacia la economía de mercado. Hay sólo una: la que exige valentía, conocimiento y experiencia. Precisamente, la que no tienen los dirigentes del régimen.
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