En torno a los costes económicos y sociales de los “Lineamientos” de Raúl Castro
Ya ha quedado atrás la fanfarria y el marketing del último congreso de los comunistas cubanos. Apenas se habla en la prensa oficial de la Isla del acuerdo adoptado en torno a la aplicación de los denominados “Lineamientos”, y hay quienes creen que después de la movilización anunciada para el próximo 1 de mayo, el empuje inicial y el deseo de impulsar cambios reales en la destruida maquinaria de la economía y la sociedad cubana, pasarán a la historia.
Hay varios motivos para que ello sea así.
Primero, el fuerte tono inmovilista de la clase dirigente que se alza con el poder después de este congreso comunista. Con una edad promedio que se acerca a los 70 años, sin una organización de jóvenes profesionales capaz de liderar cambio alguno en la dirección adecuada, y un peso elevado de una institución poco favorable a los cambios, como es el ejército o la seguridad del estado, difícil será que Marino Murillo, incluso con el apoyo de Raúl Castro, pueda llevar a término los principios incluidos en los Lineamientos.
Segundo, por la misma oposición frontal e ideológica de Fidel Castro. Aunque algunos lo quieran ubicar fuera de los círculos de poder, y en una situación de reserva o de retiro, sus artículos en Cubadebate, sus opiniones casi siempre reservadas a visitantes internacionales en busca de la foto con el viejo “revolucionario”, reflejan el mismo odio destructivo y obsesivo contra el funcionamiento de la economía, las mismas ideas alejadas de la realidad que el tiempo no consigue ubicar en el sentido común.
Tercero, porque el propio Raúl Castro no las tiene todas consigo. El impulso a los Lineamientos, con los que se ha jugado el tipo frente a los distintos sectores que emergen en la sociedad estabulada del régimen creado por su hermano, obedecía más a razones coyunturales derivadas de una profunda crisis en los mercados mundiales y una escasez de financiación, que a un deseo real de cambio y transformación social. Superada la crisis, siempre se puede volver atrás. Ya se hizo en el pasado, y se puede volver a intentar en cualquier otro momento.
Y tal vez sea esto, de lo que menos se ha hablado, lo que ha sido el definitivo golpe de muerte a los procesos de transformación de los Lineamientos.
Los costes económicos y sociales de los Lineamientos son, para un régimen político como el castrista, una sociedad plana como la que existe en Cuba, y una economía empobrecida e ineficiente como la de la Isla, un grave peligro a corto y medio plazo, que pueden conducir a un estallido social desconocido en el medio siglo de régimen castrista.
Para quienes se han empeñado históricamente en defender un proyecto “para los pobres y los humildes” y que reniegan del eventual retorno del sistema capitalista a Cuba, la evaluación de los costes de un proceso como el que se apunta en este documento, no parece haberse tenido en cuenta lo necesario. O tal vez sí.
Un ejemplo ha sido la política de expulsar trabajadores de las empresas estatales e ineficientes y de las estructuras administrativas del régimen. Proceso que se ha detenido y que, previsiblemente, no podrá continuar salvo que se amplíen cuantitativa y cualitativamente las opciones profesionales a las que se pueden dedicar por cuenta propia los cubanos, por citar un solo ejemplo. Es impensable que se pueda construir un sector privado a partir de 178 ocupaciones, ni una más ni una menos, casi todas de baja cualificación, orientadas al sector de servicios, y con niveles de productividad y de intensificación de capital muy bajos que hacen inviable el logro de un estímulo al crecimiento económico.
Y si esa reducción del empleo estatal puede crear costes sociales de grandes dimensiones, ¿qué cabe suponer de la modificación que se tendrá que practicar en la estructura del presupuesto de gastos estatales? No conviene olvidar que en Cuba, donde el gasto estatal absorbe más de la mitad del PIB generado en la economía, la participación de las inversiones en infraestructuras, la denominada formación bruta de capital, el principal factor de estímulo del crecimiento económico a medio y largo plazo, apenas alcanza un 9%, de los más bajos del mundo. Reordenar el gasto público del gasto corriente al de infraestructuras, no resultará fácil y provocará enormes costes económicos. Ya se está viendo con la acción de la Contraloría, convertida en látigo de corruptos que, en líneas generales, lo que han hecho y lo que hacen es justo lo que se les ordena.
Lo anterior son solo ejemplos del desastre que no ha sido calculado adecuadamente por las autoridades y que frenará cualquier despliegue de los Lineamientos. Inmersos en tales dudas y limitaciones, los responsables del régimen irán abandonando muchas de las medidas y al final se recurrirá al parcheo para ganar tiempo, como las cesiones de tierras, la venta de electrodomésticos o el sinfín de medidas que el régimen ha ido impulsando desde 2006 para contener la válvula de presión de una sociedad al “borde del precipicio”.
Sin capacidad real para sostener un sistema económico que no puede mantenerse más sin cambios hacia el futuro, los gestores del castrismo se encuentran ante un grave dilema que van a intentar ocultar a cualquier precio, con tal de no dirigir la economía cubana hacia un sistema de derechos de propiedad y de economía libre de mercado, que es el único modelo que puede servir para realizar una transformación del sistema y en la línea adecuada. Demasiado peso ideológico durante tanto tiempo que se han acostumbrado a no reconocer la realidad, en una huida adelante que en materia de asuntos económicos ha dado los resultados conocidos. Y como siempre, las víctimas de todo ello, el pueblo cubano.
Publicado en Miscelanea de Cuba, 27 de abril 2011
Hay varios motivos para que ello sea así.
Primero, el fuerte tono inmovilista de la clase dirigente que se alza con el poder después de este congreso comunista. Con una edad promedio que se acerca a los 70 años, sin una organización de jóvenes profesionales capaz de liderar cambio alguno en la dirección adecuada, y un peso elevado de una institución poco favorable a los cambios, como es el ejército o la seguridad del estado, difícil será que Marino Murillo, incluso con el apoyo de Raúl Castro, pueda llevar a término los principios incluidos en los Lineamientos.
Segundo, por la misma oposición frontal e ideológica de Fidel Castro. Aunque algunos lo quieran ubicar fuera de los círculos de poder, y en una situación de reserva o de retiro, sus artículos en Cubadebate, sus opiniones casi siempre reservadas a visitantes internacionales en busca de la foto con el viejo “revolucionario”, reflejan el mismo odio destructivo y obsesivo contra el funcionamiento de la economía, las mismas ideas alejadas de la realidad que el tiempo no consigue ubicar en el sentido común.
Tercero, porque el propio Raúl Castro no las tiene todas consigo. El impulso a los Lineamientos, con los que se ha jugado el tipo frente a los distintos sectores que emergen en la sociedad estabulada del régimen creado por su hermano, obedecía más a razones coyunturales derivadas de una profunda crisis en los mercados mundiales y una escasez de financiación, que a un deseo real de cambio y transformación social. Superada la crisis, siempre se puede volver atrás. Ya se hizo en el pasado, y se puede volver a intentar en cualquier otro momento.
Y tal vez sea esto, de lo que menos se ha hablado, lo que ha sido el definitivo golpe de muerte a los procesos de transformación de los Lineamientos.
Los costes económicos y sociales de los Lineamientos son, para un régimen político como el castrista, una sociedad plana como la que existe en Cuba, y una economía empobrecida e ineficiente como la de la Isla, un grave peligro a corto y medio plazo, que pueden conducir a un estallido social desconocido en el medio siglo de régimen castrista.
Para quienes se han empeñado históricamente en defender un proyecto “para los pobres y los humildes” y que reniegan del eventual retorno del sistema capitalista a Cuba, la evaluación de los costes de un proceso como el que se apunta en este documento, no parece haberse tenido en cuenta lo necesario. O tal vez sí.
Un ejemplo ha sido la política de expulsar trabajadores de las empresas estatales e ineficientes y de las estructuras administrativas del régimen. Proceso que se ha detenido y que, previsiblemente, no podrá continuar salvo que se amplíen cuantitativa y cualitativamente las opciones profesionales a las que se pueden dedicar por cuenta propia los cubanos, por citar un solo ejemplo. Es impensable que se pueda construir un sector privado a partir de 178 ocupaciones, ni una más ni una menos, casi todas de baja cualificación, orientadas al sector de servicios, y con niveles de productividad y de intensificación de capital muy bajos que hacen inviable el logro de un estímulo al crecimiento económico.
Y si esa reducción del empleo estatal puede crear costes sociales de grandes dimensiones, ¿qué cabe suponer de la modificación que se tendrá que practicar en la estructura del presupuesto de gastos estatales? No conviene olvidar que en Cuba, donde el gasto estatal absorbe más de la mitad del PIB generado en la economía, la participación de las inversiones en infraestructuras, la denominada formación bruta de capital, el principal factor de estímulo del crecimiento económico a medio y largo plazo, apenas alcanza un 9%, de los más bajos del mundo. Reordenar el gasto público del gasto corriente al de infraestructuras, no resultará fácil y provocará enormes costes económicos. Ya se está viendo con la acción de la Contraloría, convertida en látigo de corruptos que, en líneas generales, lo que han hecho y lo que hacen es justo lo que se les ordena.
Lo anterior son solo ejemplos del desastre que no ha sido calculado adecuadamente por las autoridades y que frenará cualquier despliegue de los Lineamientos. Inmersos en tales dudas y limitaciones, los responsables del régimen irán abandonando muchas de las medidas y al final se recurrirá al parcheo para ganar tiempo, como las cesiones de tierras, la venta de electrodomésticos o el sinfín de medidas que el régimen ha ido impulsando desde 2006 para contener la válvula de presión de una sociedad al “borde del precipicio”.
Sin capacidad real para sostener un sistema económico que no puede mantenerse más sin cambios hacia el futuro, los gestores del castrismo se encuentran ante un grave dilema que van a intentar ocultar a cualquier precio, con tal de no dirigir la economía cubana hacia un sistema de derechos de propiedad y de economía libre de mercado, que es el único modelo que puede servir para realizar una transformación del sistema y en la línea adecuada. Demasiado peso ideológico durante tanto tiempo que se han acostumbrado a no reconocer la realidad, en una huida adelante que en materia de asuntos económicos ha dado los resultados conocidos. Y como siempre, las víctimas de todo ello, el pueblo cubano.
Publicado en Miscelanea de Cuba, 27 de abril 2011
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