La libertad económica y los carretilleros cubanos



Elías Amor

Los carretilleros cubanos pueden ir preparándose para lo peor. Eso es, al menos, lo que cabe extraer de un artículo publicado en Granma, titulado “¿El mercado en carretilla”?, en el que el diario oficial del régimen culpa a estos nuevos trabajadores por cuenta propia del “desabastecimiento de los mercados agropecuarios estatales y al encarecimiento de los productos comercializados bajo esta fórmula ambulante, redundando en un deterioro de la capacidad de compra de la familia”.

Me van a permitir los autores de este artículo que discrepe. Es muy sencillo. Si los cubanos quieren comer productos agropecuarios en condiciones de calidad y precio todos los días, los carretilleros serán necesarios. Vaya por delante que me parece lamentable que una economía del siglo XXI necesite de este tipo de servicios para la distribución comercial de los alimentos básicos, pero vista la experiencia del régimen comunista y su incapacidad para atender las necesidades alimentarias de la población durante medio siglo, más vale pájaro en mano que ciento volando.

No me sorprende el aumento del número de ciudadanos que se dedican a esta actividad. Según Granma, a finales de noviembre eran más de 16.000 los carretilleros o vendedores de productos agrícolas de forma ambulatoria en el territorio nacional, y constituía la quinta actividad con mayor número de trabajadores por cuenta propia. Por razones lógicas, en La Habana se concentraba, al final del mismo mes, casi el 20 %, con poco más de 3.200 carretilleros inscritos, sin contar los ilegales, que no son pocos. Todo un fenómeno emprendedor. Escasa necesidad de capital,  servicio fundamental a la población.

El crecimiento del número de carretilleros tiene lugar porque es una actividad rentable; digamos que, dedicándose a la misma, un cubano puede obtener mejores ingresos que perdiendo su valioso tiempo en las empresas estatales burocráticas. Otros muchos, habrán sido despedidos de sus empleos mal retribuidos e improductivos, descubriendo en esta actividad un universo de posibilidades. Hasta aquí, nada que cuestionar. En la medida que la población pueda ir mejorando su dieta alimentaria y variando sus preferencias, si tiene renta para adquirir los productos a unos precios razonables, este sector tiene que ir a más.

Pero los carretilleros también aumentan porque el sistema de distribución en tiendas estatales ha sido un rotundo fracaso. El racionamiento en las tiendas y mercados estatales, las libretas, las colas, la escasez, la pésima calidad del producto, forman parte de una memoria colectiva de más de medio siglo de frustración acumulada, que para muchos cubanos debería desaparecer cuanto antes. Incluso, los mercados de oferta y demanda, en los que rigen precios libres, tampoco han servido para resolver un problema fundamental: la proximidad a los domicilios. En cualquier otro país del mundo, e incluso en la Cuba de antes de la “revolución” las bodegas daban solución al mismo tipo de problema de subsistencia que los actuales carretilleros del siglo XXI.

Tengo la impresión de que si el régimen quiere que los cubanos puedan disfrutar de productos agropecuarios diariamente, y superar los problemas de la comercialización de los mismos, necesitará cuidar y potenciar a los carretilleros, y no someterlos a más vigilancia, control y la represión.

Mal asunto es que la Comisión Permanente de Implementación de los llamados “•Lineamientos” esté trabajando en este asunto. Cualquier actividad en la que el espíritu emprendedor, la libertad, el sacrificio y el trabajo vayan acompañados de la retribución creciente, debe escapar de la mano oscura de los burócratas del régimen. Por su propio bien.

El sistema comunista de distribución y comercialización agrícola es inservible. Su funcionamiento concentra la mayor parte de la producción en manos del estado y el consumo social. El resto, una parte inferior puede venderse libremente. Un Decreto ciertamente antiguo, número 191 de 1994, establecía que los productores, una vez cumplida la entrega pactada en las relaciones contractuales con las empresas agropecuarias, pueden vender su mercancía por libre disposición.

Aquí tenemos el problema. Si la oferta se concentra en manos improductivas e ineficientes para su distribución, lo que llega a la población será limitado y de alto precio. La responsabilidad no será de los carretilleros, que son el estadio final de todo el proceso, sino de las autoridades del régimen, incapaces de poner fin a un modelo inservible e improductivo.

Si los carretilleros, que como el resto de los trabajadores por cuenta propia deben recurrir al mercado minorista para obtener lo que precisan en el ejercicio de su actividad, en tanto no existan posibilidades en el país de garantizar un mercado mayorista, su capacidad de proporcionar el mejor servicio aumentando el número de productos, su oferta, calidades y variedad, será muy limitada.

El problema reside en la inexistencia de mercados mayoristas, similares a los que existen en otros países del mundo, que actúan como un canal entre la producción y el consumidor final. El régimen desató desde los primeros años revolucionarios una guerra sin cuartel contra la figura de los intermediarios, a los que convirtió en blanco de sus ataques en contra del enriquecimiento injusto y demás bobadas castristas. Desde que los intermediarios se vieron obligados a huir del país, la distribución estatal de alimentos fue un caos, y así ha sido durante medio siglo.

Hora es de volver a la racionalidad de los instrumentos del mercado. Dejarse de absurdas supercherías como el “a río revuelto, ganancia de pescadores” o el “lucro de ciertos intermediarios que se aprovechan de la falta de control y fiscalización”. Pero, ¿es que acaso no deben darse condiciones de ganancia en una actividad para garantizar su sostenibilidad?, ¿pero es que acaso el carretillero cuando se dedica a traer productos a los consumidores lo hace por algún sentimiento altruista y benefactor?”

No, así no funcionan las cosas. En una economía de mercado, los agentes se mueven orientados por el beneficio, y dedican su tiempo, su esfuerzo, su tesón e ingenio y su capital, cuando lo poseen a actividades que proporcionan un beneficio y unas rentas crecientes que posteriormente se reinvierten en los mismos negocios.

El régimen castrista quiere que el carretillero, que paga sus impuestos, por cierto elevados y numerosos, actúe en función de una estructura económica improductiva. Y eso, sinceramente, es imposible.

Déjenme que les de algunas sugerencias prácticas. Si aceptaran que los carretilleros se fusionen y puedan dedicar parte de su trabajo a comprar directamente los productos agropecuarios a los campesinos, y transportarlos con sus medios a las ciudades, ya verán como las cosas pueden ir a mejor. Incluso, una red organizada de carretilleros a nivel estatal podría, en un plazo no muy lejano, competir directamente con la ineficiente Acopio en el suministro de productos en el ámbito estatal.

Reconozco que los monopolios y los oligopolios no son la mejor solución para una economía que trata de superar el atraso de las doctrinas económicas intervencionistas, pero siempre serán mejores que una empresa estatal ineficiente. Estoy convencido de que si la preocupación reside en el cumplimiento de los contratos, ya verán como los carretilleros, con el tiempo, conseguirán que los productores agropecuarios cumplan lo pactado. ¿Cómo? Se preguntarán los dirigentes comunistas. Muy fácil, negociando libremente precios remuneradores y atractivos, que permitan a los productores aumentar la tierra, comprar más medios de producción, y obtener mayor cantidad de bienes con menores costes, lo que también elevaría sus beneficios.

Si esto se hace bien, y en Cuba ya se hizo antes de 1959 y funcionó de manera correcta, no tardaremos en observar asociaciones de carretilleros y transportistas con productores agropecuarios, especializados en zonas del territorio, por productos y por calidades y precios. Una posible solución, siempre que los dirigentes comunistas no lo obstruyan, sería aprovechar el potencial de las cooperativas, para crear esas redes de distribución en sentido contrario, impulsando la asociación de carretilleros y transportistas desde la producción agraria. Para ambos movimientos debería estar preparado el régimen, si quiere que los cubanos coman todos los días.

De lo que estamos hablando es del nacimiento de un nuevo sector económico, que puede ser fundamental para la sostenibilidad de la economía, la generación de empleo y la obtención de ingresos impositivos. El sector que arrasó la llamada “revolución” por razones ideológicas absurdas, y que obligó al exilio a muchos que participaban de él después de arrebatarles todos sus ahorros y propiedades: la intermediación comercial. De lo que estamos hablando es del renacer en la Isla de los beneficios de la libertad económica, de la transparencia de los precios en los mercados y del comportamiento de la oferta y demanda en Cuba.

Eliminen las prácticas burocráticas e intervencionistas de los anticuados e ineficientes Consejos de Administración provinciales y municipales, que no saben del funcionamiento práctico de la economía, y dejen a los carretilleros funcionar en condiciones de libertad, y verán. La actual situación de caos en la distribución que se denuncia en el artículo de Granma pone de manifiesto que la adopción de medidas parciales y sueltas como las que se incluyen en los llamados “Lineamientos” no son la solución para una economía que precisa un giro de 180º, sabiendo cuál es el escenario final al que se debe dirigir. Por supuesto que nadie está diciendo que será fácil, pero sí que es necesario hacerlo y cuanto antes. Por el bien de todos los cubanos.

Tomado de: Miscelánea de Cuba, 27 de enero 2012

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