Recetas para la mejora del comercio en Cuba: en la dirección contraria de lo que pretende el régimen
Elías Amor
Uno de los sectores más atrasados y que presenta un mayor nivel de
ineficiencia en la economía castrista es el comercio.
Tras el triunfo de la denominada “revolución”, los máximos dirigentes
del sistema identificaron a los honrados profesionales del comercio, a los que
se dedicaban a la actividad intermediaria y mercantil, como enemigos y usureros
a los que había que suprimir de la escena económica. Muchos vieron sus
comercios y negocios confiscados sin compensación alguna. Muchos quedaron sin
propiedades, ni ahorros, ni capacidad económica tras muchos años de sacrificio,
trabajo y ahorro. La demagogia radical y oportunista del régimen instauró una
libreta de racionamiento, bajo una interpretación malévola del concepto de
equidad, y nadie protestó. A resultas de aquella extraordinaria reforma, la
circulación comercial en Cuba desapareció, y la otrora abundante y surtida
oferta de los comercios en la isla, pasó a ocupar esa imagen de depauperación y
pobreza que las fotografías trasladan todos los días.
El raulismo ha lanzado para su supervivencia la estrategia denominada
“Lineamientos” que busca en el ámbito del comercio, un proceso de reordenación
de las empresas estatales a fin de alcanzar una mejor gestión y control de sus
recursos, una mayor precisión en la contratación y un incremento en la gestión
comercial. En el diario oficial del régimen, Granma, se menciona de forma expresa
el caso de la Unión de Empresas de Comercio y Gastronomía de La Habana, al
parecer inmersa en este proceso de cambios.
La importancia de este proceso es muy significativa. No conviene olvidar
que La Habana concentra el 25 % del
total del comercio del país.
Cabe preguntarse qué cambios son los que se están produciendo y qué
efectos cabe esperar de los mismos. En esencia, estamos hablando de pequeños
retoques estéticos en la deteriorada oferta comercial del régimen que no van a
resolver los problemas de fondo. Básicamente “los programas iniciados el pasado
año con la venta de materiales de la construcción, la venta de insumos
agrícolas, de productos de aseo y de renglones alimentarios liberados de la
canasta básica”. Pretender mejorar la situación de poder de compra de los
cubanos con estas acciones descoordinadas y poco efectivas, es querer y no
poder.
Las autoridades del régimen carecen de la visión global e integral que
posee una economía cuando todos los mercados se ponen en relación unos con
otros a través del efecto combinado de la información procedente de precios y
salarios, rentas y gustos y preferencias. Dicho en otras palabras, de nada
sirve practicar pequeños y tímidos ajustes en determinados renglones de la
actividad económica, si todavía existe un elevado porcentaje en manos de la
ineficiente maquinaria estatal que se guía por otro tipo de decisiones
políticas. Solo una amplia participación de la iniciativa privada en la
economía podrá superar el atraso existente y dar a los cubanos libertad y capacidad
de elección. Liberalización, privatizaciones y apuesta decisiva por la economía
de mercado, con la conveniente regulación administrativa, es lo que debe
hacerse y además cuanto antes.
En el mismo artículo de Granma se alude a la necesidad de “garantizar el
desarrollo y fortalecimiento de los nuevos modelos de gestión”. Suena extraño. El
comercio en Cuba antes de 1959 estaba a la altura de los más avanzados del
mundo. Fórmulas explotadas con éxito en la Isla, trasladadas tras las
confiscaciones castristas al exterior, dieron resultados espectaculares en
países como España, donde El Corte Inglés es digno heredero de aquella época.
Los grandes almacenes de La Habana estaban al alcance del gran público y la
sociedad de consumo se había desarrollado en la Isla a unos niveles difíciles
de encontrar en España o Italia en aquellas fechas.
Volver a aquella situación a partir del drama económico del castrismo es
ciertamente difícil porque el régimen se resiste a aplicar las recetas
necesarias para que los cubanos puedan elegir nuevamente bienes y servicios en
condiciones de calidad y variedad. Cuando las autoridades declaran que “a los
proveedores, en el otro extremo, también deba subírseles la parada” no hacen
más que confirmar una vez más el absoluto desconocimiento de las reglas de
funcionamiento de una economía moderna.
A nadie más que al fabricante de un producto le interesa que su
actividad se encuentre sometida a un marco estable y previsible contractual y
de confianza. El rigor en la contratación se consigue cuando los acuerdos entre
fabricantes y distribuidores son mutuamente benéficos. La participación y o
presencia del Estado en este ámbito de la relación mercantil es innecesaria.
Las condiciones de entrega y de facturación están en el origen del interés
asociado a la actividad comercial, no hace falta regulación alguna.
No deja de ser curioso que quienes acabaron con la ordenación
contractual y jurídica de la economía cubana en virtud de una ideología
estalinista de resultados dramáticos medio siglo después, se encarguen ahora de
indicar que el comercio debe respetar “el contrato como instrumento jurídico”,
que “debe consolidarse, así como la relación entre el personal administrativo,
encargado de las negociaciones y concertaciones con los proveedores, y los
abogados”.
La pregunta inmediata es ¿pero es que no se ha hecho siempre así?¿cómo
se ha venido gestionando la actividad comercial en el régimen castrista?¿cuáles
eran los canales del productor al consumidor?
Y qué decir del control económico, sobre el que insisten las autoridades
como elemento fundamental de las reformas. ¿Quién dejó de controlar los
recursos financieros y materiales?, ¿quién relegó a meros trámites la mayoría
de las inspecciones y auditorías, tanto internas como externas, casi siempre
utilizadas con fines malévolos?
El control económico de la actividad comercial es fundamental para su
sostenibilidad. Esto lo saben bien tanto las grandes superficies que trabajan
con “marcas blancas” como los establecimientos detallistas altamente especializados.
Y no es cierto, como pretenden las autoridades del régimen, que el control
económico mejore con “los mecanismos de fiscalización de las operaciones
económicas y comerciales que comienzan por garantizar que esté bien
confeccionada la documentación primaria de cada unidad de base y que se le
exija por ella a cada administrador”. Esa burocracia fiscalizadora y
controladora puede ser un obstáculo para que el comercio pueda evolucionar
libremente, acumulando riqueza, redistribuyendo beneficios e invirtiendo en
nuevas tecnologías de gestión para ofrecer a los clientes productos de mayor
calidad y diversidad.
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