¿Aumenta la brecha social en Cuba?

 Elías Amor Bravo, Economista

Una nueva vuelta de tuerca al debate sobre los cambios introducidos en la economía castrista por el gobernante Raúl Castro, de acuerdo con lo dispuesto en los llamados “Lineamientos”.

Algunos autores han señalado que estas medidas, tras largas décadas de un pretendido igualitarismo en la economía castrista, están empezando a producir un “aumento de la brecha entre clases sociales de la mano de los ajustes económicos”.

De ese modo, la estrategia de salvación del régimen apunta en la dirección contraria de lo que ha sido la definición ideológica de la política económica desde el triunfo de la llamada “revolución”, a comienzos de los años 60 del siglo pasado.

Para empezar, habría que preguntarse qué tipo de “brechas” y por qué, partiendo de la idea de que en sistema institucional comunista a nadie le puede quedar la menor duda que el igualitarismo no era más que un enunciado de propaganda. La existencia de diferencias en términos de poder de compra, nivel de vida, acceso a determinados bienes y servicios, y prebendas, fue garantizado por la triunfante “revolución”, primero para recompensar a los leales partidarios, y más adelante, para consolidar una sólida base de poder. El acceso ordenado y planificado a la cúpula política de influencia permitía, a los que tenían esa oportunidad, acceder a un universo de posibilidades muy superiores al resto de la población. Como sucede en todas las economías estalinistas de base centralizada y sin mercado, el poder político e ideológico afirmaba las bases de la división social. Una fractura molesta, poco generosa y que ha provocado un amplio resentimiento en amplios sectores de la sociedad.

Esa división ideológica dio paso tras la caída del socialismo real y las prebendas soviéticas a un escenario nuevo en el que, la doctrina del “sálvese quien pueda” hizo abrir las cajas de los truenos de par en par, y así, la tenencia de dólares dejó de estar penalizada con cárcel para convertirse en un elemento de diferenciación social. Ante el aumento de beneficios derivado de las prácticas emprendedora puestas en marcha durante estos años de dificultades para todos los cubanos, el régimen se limitó a dar un golpe de efecto poco tiempo después centralizando más la economía, corrigiendo los desajustes ideológicos con la batalla de las ideas, y utilizando a las turbas y otros instrumentos de represión para volver a aplastar a los llamados “macetas” de forma despectiva por la propaganda del sistema.

Ahora, con Raúl Castro impulsando la aplicación del manual del buen revolucionario contenido en los “Lineamientos”, y un nuevo entorno de escasez y penuria, sobre todo de financiación internacional por los incumplimientos de pagos del régimen con sus acreedores, surge el debate sobre la influencia que las nuevas medidas tienen sobre la fractura social en Cuba.

Hay quienes opinan, como Ariel Terrero, que las medidas están provocando subidas en los precios de los productos que consumen los cubanos y “dividiendo a la sociedad en cuatro estratos, uno que tiene baja capacidad de ingreso, uno que tiene una capacidad de ingreso media, media alta y alta, y en dependencia de estos cuatro niveles se van formando estructuras en el mercado y tendencias de precios en el mercado". ¿Cuál es el problema? ¿Por qué no plantearse esta cuestión al revés? Vamos a ver un ejemplo.

Según cifras oficiales, en 2011 los precios de los alimentos subieron casi un 20% en los mercados locales, debido a las medidas económicas de reducción de gratuidades, la caída de las importaciones por la falta de financiación, y el estancamiento de la producción agrícola.

La cuestión no es que el mercado se estructure por capacidades de ingresos, sino que los precios se ajusten a una evolución más adecuada y no experimenten alzas injustificadas. ¿Y cómo conseguirlo? Pues de la única forma que sabemos. Liberalizando las condiciones de la oferta. Permitiendo que los agricultores cubanos sean dueños de la cantidad de tierra que necesiten, que elijan libremente sus cosechas y productos, que se les facilite el acceso al crédito circulante y que cuenten con mano de obra productiva y bien retribuida. Después, que se pongan en marcha redes de distribución privadas y flexibles, “carretilleros” profesionales que dediquen todo su esfuerzo a negociar precios con los agricultores y almacenar los productos para su transporte y distribución. Que los monopolios en el campo y en la distribución comercial desaparezcan, y que se abran de par en par las puertas de la libertad económica. De ese modo, los precios no tendrán que aumentar en exceso, porque la oferta se irá ajustando al ritmo de la demanda, a la vez que los consumidores podrán elegir entre distintas alternativas y de mejor calidad. Todo ello en condiciones similares a las que existen en cualquier otra economía de América Latina y que pongan fin, para siempre, a esas imágenes absurdas de bodegas y establecimientos vacíos sin producto o en mal estado.

Los cambios que se deben producir en los niveles de ingreso de la sociedad, de los trabajadores, son muy buenos y favorables para la economía, porque el principio del trabajo igual, salario igual, debe matizarse para incorporar elementos de cualificación, desempeño, dedicación y profesionalidad. Lo realmente injusto es que las diferencias de ingreso se produzcan por el hecho de tener familiares en el exilio que envíen remesas. No seré yo quien se oponga a esta posibilidad, pero sí que lo haré a los intentos del régimen por controlar esos fondos en beneficio propio, vía tasas e impuestos. Hay que dejar que los cubanos capitalicen sus ingresos y puedan acumular lo no gastado para reinvertirlo en opciones que libremente mejoren sus condiciones de vida, por ejemplo, la vivienda. Ahí es donde las diferencias se podrán corregir cuando otros cubanos se especialicen en producir bienes y servicios para atender algunas de esas necesidades, mobiliario, confección doméstica, decoración materiales para la construcción.

Lo que se está explicando no es ni más ni menos que el sentido de la mano invisible que guía las decisiones de millones de agentes en una economía de mercado con propiedad privada, generando resultados eficientes que facilitan el crecimiento y la retribución de los factores. No existe doctrina económica más adecuada para revitalizar una economía ineficiente e improductiva. No es necesario que el general Raúl Castro ampare con su gobierno a nadie. Ya bastante ha hecho, al anunciar despidos para más de un millón de trabajadores que tendrán que buscarse la vida, advirtiendo que lo que pretenden las medidas es una “actualización del socialismo” de modo que el igualitarismo sea reemplazado por la "igualdad de oportunidades”. Que alguien me lo explique.

En contra lo que opinan los analistas, pienso que el aumento de la capacidad de ingresos del sector privado y de los que reciben remesas del exterior, lejos de generar alzas de precios a corto plazo por la rigidez existente en la oferta productiva y de distribución, debería ser a medio plazo un poderoso estímulo para el nacimiento de nuevas actividades económicas, nuevos servicios y productos que actualmente se proveen por empresas u organismos estatales y burocráticos, en condiciones de pésima calidad o racionada, dinamizando más aún la base productiva de la economía y haciendo crecer la cuota del PIB que es producida por agentes privados.

Es que no existe otra forma de producir la lenta desaparición del mamut ineficiente de la economía castrista y garantizar los menores daños a la mayoría de la población.

Conforme esas actividades animadas por una mayor capacidad de gasto alcancen una escala satisfactoria, empezarán a contratar a más trabajadores y a pagar salarios más elevados acordes con la productividad. Los trabajadores podrán optar entre distintas actividades y ocupaciones, escapando así de esa planificación profesional que fija el régimen para toda la población. Movilidad funcional y geográfica, capacidad para emprender, libertad de elección de carrera y profesión, producir más y mejor, conducen necesariamente a un incremento de la oferta que se ajusta a la demanda e impide las elevaciones descontroladas de los precios.

Por supuesto que en esta etapa cualquier medida destinada a proteger a los más desfavorecidos puede ser conveniente, si se diseña de forma adecuada. Pienso en los pensionistas cubanos, por ejemplo, cuyas retribuciones son muy escasas y no podrán adaptarse a los cambios de la economía. La realidad es que muchos pensionistas obtienen ingresos del exterior procedentes de las familias exiliadas o complementan con actividades en la economía negra, de modo que el porcentaje del 40% de la población asignado a este segmento también puede presentar notables diferencias.

La sociedad cubana debe entender que los cambios siempre suponen cambios. Pero que las medidas introducidas por el régimen tienen un alcance limitado y esa es la causa por la que se producen aumentos de precios y diferencias en los niveles de capacidad adquisitiva. Estos desajustes vienen provocados por la lentitud del ritmo de los cambios (los cuenta propistas siguen limitados a algo menos de 200 profesiones), la ausencia de reformas en el sistema de derechos de propiedad y el miedo a la extensión de los mecanismos de asignación de mercado que en la ideología oficial del castrismo subsiste después de décadas de persecución enfermiza contra dicho modelo. Los cambios necesitan un impulso liberalizador que, mucho nos tememos, no va a llegar.

Tomado de: Cubaliberal, 10 de febrero 2012


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