25 años del muro de Berlín de La Habana
Elías Amor Bravo, economista
Aquel 9
de noviembre no se olvidará fácilmente. El día que los ciudadanos de Alemania
oriental decidieron con valentía romper las cadenas del muro que los había
separado de la sociedad occidental desde 1961 acabó la guerra fría. Uno de los
períodos más lamentables de la historia de la humanidad provocado por la
desmedida ambición del sistema comunista soviético. Todo ello ha quedado atrás
en la historia, y la democracia se ha abierto camino en toda Europa.
Sin
embargo, al recordar estos hechos, no podemos, como cubanos, menos que pensar
en cuán distinta habría sido la historia de Cuba si este medio siglo de
libertades y democracia hubiera llegado a la Isla también.
Lo
cierto es que el “muro de La Habana” no se vino abajo, y desde entonces, el
régimen castrista ha atravesado diversas etapas en las que ha mostrado una
extraordinaria habilidad para ganar tiempo, adaptándose a los cambios del
entorno, sin que ello suponga la renuncia a los principios básicos que lo
sustentan desde 1959: falta de libertades políticas y pluralismo, ausencia de derechos de propiedad y de mercado como
instrumento de asignación de recursos.
Cualquiera
que se detenga a estudiar con cierto detalle los acontecimientos de aquellos
meses de 1989 descubrirá que, incluso en un momento especialmente complejo e
inesperado como fue el derrumbe del muro, el régimen castrista fue capaz de
afrontar la situación, permaneciendo como uno de los últimos baluartes de la
guerra fría. Las decisiones adoptadas se basaron en un ejercicio de poder procedente de la cúpula directiva, y en ningún momento se tuvo en cuenta la opinión de la sociedad.
Poco antes, la situación política en Cuba era alarmante, y en los meses del verano, el general Ochoa, Tony de la Guardia, J.A. Martínez y A. Padrón eran fusilados por un pelotón bajo las órdenes del general José Luis Mesa Delgado, en tanto que el ex ministro Diocles Torralba era condenado a 20 años de prisión, tras la ratificación de condenas del Consejo de estado por el propio Raúl Castro. La atención mediática internacional se centró en Cuba.
Alarmado por las corrientes
reformistas de la perestroika en el Este de Europa, Fidel Castro ordenó el
regreso inmediato a la Isla de 10.000 estudiantes cubanos que se encontraban en
distintos países del campo socialista, así como de otros 10.000 obreros que
trabajaban en factorías de la URSS y del este de Europa. El régimen siempre ha
tenido especial interés en este tipo de “venta de servicios personales” que
ahora traslada a médicos y maestros. También, los contingentes del ejército castrista comenzaban una salida precipitada de
Etiopía, poniendo fin a las campañas belicistas africanas.
Fue un
momento convulso. Las armas de la represión política se lanzaron sobre la población con especial intensidad. El ministro de interior Abrantes era condenado en juicio sumarísimo a 20
años de prisión tras ser acusado de corrupción y el ex jefe de finanzas del
ministerio de interior se suicidaba, o al menos eso era lo que informaban los
medios. Era evidente que se pretendía ejercer otro control desde el poderoso Minint.
En ese
ambiente social crítico, era detenido Elisardo Sánchez y condenado a dos años, y también el profesor Esteban
González, que había fundado el Movimiento para la integración democrática, y
que fue condenado sumarísimamente a otros siete años de cárcel.
La
sensación de que algo podría producirse en la pétrea institucionalidad
castrista empezó a tomar forma. Incluso, algunos interpretaron la visita a Cuba
del ministro de exteriores ruso, Edward Schervadnadze durante los primeros días de octubre, como una huida adelante del régimen para intentar recuperar un
marco de relaciones con el Este que ya se encontraba en vías de extinción.
No hubo
que esperar mucho para conocer la reacción de Fidel Castro. En diciembre, en un
acto organizado para recordar a los caídos en la guerra de Angola, lanzaba
duras críticas a los países del Este de Europa y la URSS por el camino que
habían seguido, trasladando señales nítidas de que el sistema castrista iba a
permanecer inamovible. Pero los problemas económicos estaban ahí y tan solo dos
días más tarde, la dirigencia del partido comunista era convocada a una reunión
urgente para afrontar una crisis alimenticia sin precedentes que pondría contra
las cuerdas al frágil sistema de racionamiento del régimen.
El pánico se
instaló en la cúpula dirigente cuando se pudieron ver las imágenes de
indignación del pueblo rumano con el "conducator Ceauceascu", un viejo amigo de
Fidel Castro, cuyo ajusticiamiento público hizo pensar en un final incruento
del régimen castrista. Tan solo un día después, el diario Granma publicaba una
declaración oficial de Fidel Castro en la que decía explícitamente “primero se
hundirá la isla en el mar que consentir en arriar las banderas de la revolución
y del socialismo”. Y cito, palabras textuales de Fidel Castro pronunciadas hace
25 años, mientras el muro de Berlín se destrozaba por las máquinas de obras
públicas y Europa del Este iniciaba su evolución democrática.
La
historia es bien conocida desde entonces. En un nuevo discurso el 28 de diciembre en la
Universidad de La Habana, y con el control absoluto del poder y ejerciendo la
máxima represión sobre la sociedad, Fidel Castro pronunciaba por
primera vez unas palabras que atemorizaron a la sociedad cubana “el período
especial en tiempos de paz”. Nadie supo mucho más, porque las explicaciones,
como suele suceder casi siempre en Cuba, no se ofrecieron, pero los más viejos
entendieron que en la Isla jamás se iban a producir los aires frescos de la
Perestroika y que había que prepararse para tiempos, sin lugar a dudas, mucho
peores.
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