La economía castrista y la cuarta revolución industrial

Elías Amor Bravo, economista

En diversas ocasiones, hemos tenido ocasión de mostrar por qué la economía castrista representa un modelo fracasado cuya resistencia a cambiar (los Lineamientos) obedece a razones puramente ideológicas. Después de 57 años de aplicación de políticas que han generado baja productividad, pobreza y cada vez mayor desigualdad, no existe indicador alguno que permita constatar un giro de 180º en el estado de las cosas.

El régimen no cede en sus postulados. Y ahora, además, se embarca en una planificación estratégica a 30 años, de la que poco se ha difundido, para afrontar los retos de largo plazo, muchos de ellos relacionados con la misma ineficacia del modelo. Los economistas saben las dificultades que se derivan de la mezcla de variables endógenas y exógenas. Una combinación explosiva, que impide observar, con objetividad, los temas clave que subyacen a la economía castrista: la baja competitividad, la falta de innovación tecnológica y el declive demográfico, tres amenazas que están directamente provocadas por el régimen instaurado en 1959.

A mediados de la década de los años 50, Cuba ocupaba una posición solvente en la economía mundial. Su potencial azucarero, con una producción masiva en la que se empezaba a introducir la tecnología para diversificar la oferta e introducir procesos productivos más eficientes, la situaba como una de las principales proveedoras mundiales de azúcar. Otros sectores iban abriéndose camino y diversificando la estructura productiva nacional, con especial atención a los servicios e inmuebles. Las bases para el despegue económico estaban bien arraigadas. De no haberse producido el choque de 1959, la economía cubana en 2016 se encontraría, sin duda, en condiciones muy distintas a las actuales. Con la historia no es conveniente formalizar este tipo de hipótesis, pero cuesta resistirse a un análisis comparativo de estas características.

El problema es que el tiempo no pasa en balde. En las condiciones actuales, Cuba no está preparada para afrontar los grandes retos de lo que algunos denominan la cuarta revolución industrial, de la que mucho se ha hablado en Davos hace pocos días. Una revolución básicamente asociada a las nuevas tecnologías de la información y comunicación. La economía castrista no solo se encuentra retrasada en términos de infraestructura, sino que los bajos niveles de digitalización y la escasa aplicación de las nuevas tecnologías en la sociedad y el tejido productivo, colocan a la economía cubana a más de 50 años de retraso con respecto a otros países del entorno. Muy mala herencia si en menos de una década habrá que familiarizarse con cuestiones como la inteligencia artificial, los robots, el software de automatización, la bio nanotecnología, sobre las que, mucho me temo, la economía estatal sin derechos de propiedad que existe en la Isla tiene muy poco que decir.

Cuba no tiene empresas tecnológicas, es más, las empresas del conglomerado estatal asociado a la seguridad social y el ejército carecen de medios y recursos para adaptarse al lenguaje y los procesos de esta cuarta revolución industrial. Realmente no han pasado por las tres anteriores. Además, el régimen se declara incapaz de atraer este tipo de empresas del resto del mundo. Obsérvese, sino, la cartera de proyectos con la que se pretende interesar a los inversores internacionales y la sorpresa al comprobar el escaso énfasis en proyectos de nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Sin lugar a dudas, la economía castrista mantiene un enfoque autárquico y atrasado más propio de mediados del siglo pasado que de la aldea global del XXI. Pésima herencia para el futuro. No cabe la menor duda.

Además, la investigación que se realiza en la isla, salvo contadas excepciones, no se ha dirigido hacia el sistema empresarial productivo, ni se ha orientado por la óptica del beneficio y la rentabilidad sostenible, aspectos que siguen estando fuera de cualquier diseño de política económica castrista. Lo que no deja de ser irónico si se tiene en cuenta que la mayoría de expertos sostiene la necesidad de orientar la I+D hacia la empresa para que contribuya a la creación de riqueza, la consolidación de las industrias y la innovación y el desarrollo sostenible.

A lo largo de estos 57 años, las autoridades responsables de la economía castrista no han prestado el apoyo necesario a la innovación empresarial, ni han sido capaces de atraer recursos económicos ni generarlos de forma eficiente. El elevado nivel de endeudamiento mantenido durante más de 30 años ha cerrado el paso a la financiación en los mercados de capitales, generando una persistente escasez de recursos que se ha tenido que compensar con el recurso a la demagogia del embargo y al sostenimiento de los dólares bolivarianos. Los niveles de inversión en infraestructura sobre el PIB en Cuba apenas alcanzan un 8%, de los más bajos del mundo, sin que se impulsen las obras necesarias para impulsar el crecimiento económico.

Por otra parte, las grandes empresas monopólicas del régimen se han dedicado a reciclar los recursos obtenidos hacia el estado, su propietario, que ha destinado esas ganancias hacia unos gastos corrientes en aumento que impiden cerrar el déficit de las cuentas, situado en términos oficiales en el 5% del PIB.

De ese modo, estas empresas estatales han carecido de capacidad para innovar, diseñar nuevas productos y servicios, o mostrar el interés necesario en recompensar a sus “accionistas” en este caso, el estado, sin aprovechar los efectos benéficos de la innovación sostenible orientada al mercado y además, eficiente, en cuanto al uso de recursos.

Además, no existe en la economía castrista una educación empresarial adecuada. El régimen castrista, desde 1959 destruyó la figura del empresario, llegando a convertir a los “intermediarios” en enemigos de la llamada revolución. No se han fomentado los valores asociados a la libre empresa, ni se ha explicado por qué y cómo los empresarios pueden ser fundamentales para el futuro económico de la nación. Utilizando epítetos ofensivos, como “macetas”, e incluso apelativos como “cuentapropistas” el régimen nunca ha sido capaz de fomentar la atracción del talento joven a la actividad emprendedora, con sus consecuencias sobre la productividad y la economía.

Es necesario promover una “educación para emprendedores” en el sistema educativo castrista antes que sea tarde para hacerlo. Una reforma educativa en profundidad que sirva para potenciar cualificaciones y competencias que no existen en el sistema actualmente y que son necesarias para la consolidación de una economía productiva. Aspectos como el marketing, la logística empresarial, la gestión de los recursos humanos, la política de compras estratégica, la responsabilidad de las empresas con los accionistas y los stakeholders, deberán ser introducidos en las escuelas de negocios que necesariamente se tendrán que promover, combinados con el acceso al conocimiento y aplicación de las nuevas tecnologías de la información y comunicación.

La economía castrista no está preparada para la cuarta revolución industrial.

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