Tractores de EEUU en Cuba: ¿solución para la agricultura?

Elías Amor Bravo, economista

Gran expectación ha creado por el anuncio de la licencia, concedida por la Oficina de Con­trol de Activos Ex­tranjeros, a la empresa estadounidense Cleber LLC para realizar una inversión en la Zona Especial de Desarrollo Mariel e instalar una planta de tractores, con capacidad de producción estimada en cerca de 1.000 unidades al año. Ciertamente, una noticia que llama la atención, por dos motivos. Primero, es la primera empresa de EEUU desde 1959 que anuncia su propósito de establecerse en Cuba, y lo consigue, y sobre todo, por el tipo de producto que se pretende elaborar, tractores.

Sobre este tema, un artículo en Granma titulado “Tractores en Cuba: rodando con canas” de Sheyla Delgado aborda esta cuestión, al señalar, con respecto a los tractores que “el esfuerzo de muchos es lo que le permite seguir rodando a buena parte de ellos, cuando la gran mayoría cuenta con más de tres décadas en sus rodamientos. Esa es la realidad de más del 95 % de los tractores registrados en el país”.

Según datos oficiales, que se presentan igualmente en el artículo citado, el parque total de tractores ascendía en 2015 a 62.668 unidades, de los cuales el 70% pertenecía al Ministerio de la Agricultura (Minag), titularidad estatal. ¿El estado dueño de tractores?

Curiosamente, el artículo reflexiona sobre las dificultades para mantener vivo el parque de tractores, absolutamente envejecido y falto de renovación por la escasez de financiación nacional o la ausencia de proyectos de colaboración externos, al tiempo que se destaca la necesidad de apostar por estos equipos para la modernización tecnológica del trabajo agrícola en el país. Vayamos por partes.

El drama del tractor en la agricultura castrista llegó, como otras muchas cosas, con el derrumbe del “socialismo real” y la pérdida de las subvenciones procedentes de la antigua URSS. Lo que pasa es que llevamos tanto tiempo desde entonces, que las cosas se tienden a olvidar. Esto se constata en un trabajo que ha caído en mis manos, titulado “La tracción animal en Cuba: una perspectiva histórica”, a cargo de dos especialistas del Instituto de Investigaciones de mecanización agropecuaria IIMA de La Habana, Arcadio Ríos y Jesús Cárdenas.

Los autores realizan un riguroso análisis de las fuentes de tracción en la agricultura cubana desde los tiempos de la colonia y prestan atención al impacto que supuso la caída del muro de Berlín. Un auténtico drama. De 70.200 tractores en 1990 se pasó a los 40.000 en 2000, un descenso del 42% y los 62.668 antes citados, un ejemplo del grave problema de fondo que subyace a la utilización de esta maquinaria en la agricultura. Por el contrario, hasta el año 2000 la tracción animal se multiplicó por 2,4 veces en términos de capacidad, las carretas de bueyes pasaron a ocupar la imagen en el campo cubano, convirtiéndose en el principal medio para las distintas formas de propiedad existentes, a saber, cooperativas, UBPCs y pequeños campesinos, además de la agricultura en manos del estado.

Los autores significan, y cito textualmente, que “la tracción animal seguirá siendo un factor económico de importancia vital en nuestra producción agropecuaria. No se visualizan perspectivas de crecimiento significativos, pero tampoco disminuciones sustanciales (…) La opción depende de numerosos factores, especialmente los costes de producción”.

Aquí está el punto principal. Las nuevas tecnologías llegarán al campo cubano en la medida que los costes y beneficios lo permitan. Ya se terminó aquella época en la que la llamada “revolución” adjudicaba con criterios políticos y estatales los tractores a las distintas zonas del territorio, sin realizar cálculos económicos o de rentabilidad, sino tan solo el cumplimiento de una planificación estatal. Ese modelo ha sido, en buena medida, el culpable de un desastre anunciado, asignando unidades en zonas donde no resultaban ni necesarias ni eficientes.

La introducción tímida de formas privadas en la agricultura, por medio de los arrendamientos de tierras, no parece que vaya a mejorar la rentabilidad en el campo, al menos a corto plazo. De momento no se dispone de datos, pero los elevados precios de algunos alimentos, no parece que estén beneficiando a los productores, mientras que la propaganda oficial se lanza contra los intermediarios, sin reconocer que el origen del problema está en el modelo económico que existe en la Isla.

Cuando los nuevos emprendedores agrícolas puedan despegarse de la angustiosa dependencia de la distribución y asignación estatal de los equipos, y zafarse para siempre de las compras realizadas a cuenta del estado, como los 337 tractores de mediana y alta potencias, sobre neumáticos, comprados al Grupo YTO, corporación china líder en la fabricación de maquinarias agrícolas en el mercado asiático, y decidir si están en condiciones de acceder a esos equipamientos, sin la injerencia del estado, el proyecto de la empresa de EEUU en el Mariel habrá dado resultado. Pero, para eso falta mucho tiempo y hacen falta cambios.

La realidad es que, como señala Granma, “existen más de 8.490 equipos inactivos, con Granma, Camagüey y Holguín a la ca­beza, por provincias, y una incidencia mayor en este sentido, de las personas jurídicas en relación con las naturales”. El peso del estado y del aparato intervencionista en la agricultura y su correlato de ineficacia.

Los tractores no son la solución. Por supuesto que no. Para que puedan servir para mejorar la producción agropecuaria en Cuba hay que cambiar el marco intervencionista devolviendo la tierra a la iniciativa privada emprendedora. Ya veremos si están dispuestos a hacerlo. De momento, parece que no. 

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