La "lucha superior" de Díaz-Canel contra la corrupción y la indolencia
Elías Amor Bravo, economista
La “batalla” de Díaz-Canel contra la
“corrupción y la indolencia”, convertida en una “lucha
superior”, tal y como ha sido descrita en el diario oficial
comunista Granma, merece algunas consideraciones.
Ciertamente, la corrupción es un mal que corroe
el funcionamiento de los sistemas económicos y sociales, por lo que
cualquier acción en su contra se debe valorar de forma positiva.
Contra la corrupción, existen programas y actuaciones tanto públicos
como privados. Se trata de fijar un sistema institucional eficiente y
adecuado que permita desarrollar políticas que vayan en contra de
los factores que están detrás de estas actuaciones y que mediante
una posición preventiva, traten de eliminar esta peligrosa amenaza.
Luchar contra la corrupción es correcto.
Sucede, sin embargo, que cuando se trata de la
economía cubana, la afirmación anterior exige algún matiz.
Básicamente, porque en Cuba, y de acuerdo a lo dispuesto en el
ordenamiento legal vigente, existe una entelequia denominada “la
propiedad social de los medios de producción”, que se gestiona y
controla de acuerdo con el modelo socialista/comunista por el estado.
Es decir, todos los activos productivos pertenecen al ámbito del
estado, mientras que se autoriza un pequeño sector privado,
residual, sometido a normas que limitan y obstaculizan el proceso de
generación de renta, empleo y riqueza que caracteriza a estas
actividades.
En tales condiciones, el único propietario/gestor
de los medios de producción de la economía, y además, en régimen
de monopolio, se pone a disposición de la llamada Contraloría, otro
organismo dependiente del mismo y único pagador, el estado, para que
realice los pertinentes estudios dirigidos a determinar dónde se
encuentra la corrupción, para proceder a su castigo después.
Lo primero que viene a la mente es qué confianza
se puede depositar en esa Contraloría para perseguir de forma eficaz
al corrupto, que es en definitiva, quien le paga. Básicamente en la
calidad de su trabajo, la elección de los organismos e instituciones
que se someten a la revisión, y la determinación de los distintos
supuestos de indolencia y corrupción que salen en los estudios
influye quién le paga, quién en definitiva, da la orden de acción.
Pero existen, igualmente, otros problemas
importantes en relación con la lucha contra la corrupción en el
régimen comunista de La Habana. No deja de ser curioso que la
Contraloría en 2018 haya detectado “dificultades en el control a
más de 370 entidades de la capital, proceso en el que reportaron
millonarios daños económicos por corrupción que alcanzaron un
valor aproximado de 142 millones de pesos y 111 millones en moneda
libremente convertible (en total de 116.358.490 de dólares), y ello
solo en la capital”.
Tremendo balance. Extrapolar al resto de Cuba esta
cifra da vértigo. La cuestión es, ¿de dónde surge esta estimación
cuantitativa de corrupción por parte de la Contraloría? La
respuesta es sencilla, y nos lleva a un conjunto de sucesos que
conviene analizar con cierto detalle, como por ejemplo, y cito a
Granma, “situaciones de incumplimientos, falta de capacitación,
pagos indebidos, cuentas por cobrar y violaciones en el uso y destino
del combustible, insuficiencias en el uso efectivo de la
documentación, vulnerabilidades en los sistemas automatizados y
dificultades en la contratación".
Un análisis más detallado arroja sorprendentes
resultados.
La “falta de capacitación” tiene poco que ver
con la corrupción o los delitos. Las “situaciones de
incumplimientos” otro tanto; la “insuficiencia en el uso efectivo
de documentación”o de las dificultades en la contratación,
pertenecen al mismo tipo de sucesos. En todo caso dependerá del
alcance de los mismos, pero se tiene la impresión que estos hechos
guardan una relación estrecha con el armazón institucional y
administrativo establecido por el régimen que hace muy difícil para
los agentes económicos funcionar de manera eficiente. Una adaptación
de los procedimientos a las normas que existen en otros países
podría suponer una nueva perspectiva para los incumplimientos, que
podrían dejar de ser tales, sin merma de sus consecuencias.
Más graves son los “pagos indebidos, vulnerar
sistemas informáticos”, y si ciertamente tienen algo que ver con
la actuación discrecional de algún gestor o directivo, deberían
tener correspondientes sanciones administrativas. En todo caso, el
enfoque preventivo podría funcionar bien aquí.
Hay un tercer bloque que llama más aún la
atención, referido a las “violaciones en el uso y destino del
combustible”. Aquí una vez más, el régimen debe ir al origen del
problema, que no es otro que el racionamiento y la escasez del
combustible, algo que tiene efectos paralizantes sobre la actividad
económica, como ocurrió durante el llamado “período especial”
y que, al parecer, en Cuba nadie quiere volver a experimentar y
sufrir. Si existiera combustible de forma abundante y sin
restricciones, estos robos y violaciones entonces no tendrían
justificación alguna.
¿Y de qué modo reacciona el régimen ante estos
sucesos? De la peor forma posible. La Contralora, que es experta en
el arte de destruir actividad económica, ha anunciado “que 77
entidades de la capital van a recibir un 50% menos de combustible a
partir de febrero de este año, hasta que resuelvan el problema del
uso racional del valioso recurso". Es decir, en vez de dar
solución al problema, lo van a poner más difícil y harán que las
prácticas delictivas aumenten.
Otra fuente de corrupción, para el régimen, se
encuentra en “el incumplimiento en los programas de ventas, las
cuentas por cobrar y pagar y las operaciones contables sin respaldo
documental en entidades estatales representativas del universo
empresarial y presupuestado en siete municipios, nueve sectores de la
economía y seis entidades en este caso de Matanzas”. Es evidente
que si no se vende lo planificado es, o bien porque el plan está mal
hecho, algo que suele ocurrir frecuentemente y entonces la
responsabilidad del fracaso hay que elevarla a los responsables de
unos cálculos erróneos, o bien porque la economía va muy mal, y la
gente tiene menor capacidad de compra lo que hunde las ventas. No sé
por qué me parece que ambas cosas valen para justificar este
“incumplimiento”, y si ello fuera así el responsable último, al
que la Contraloría tiene que pedir responsabilidades, no es otro que
el estado.
En el régimen castrista, donde 60 años de
fracasos económicos han provocado un empobrecimiento generalizado de
la población, la corrupción y las indolencias tienen su origen en
el armazón institucional de un estado ineficiente e incapaz de
promover el crecimiento económico y bienestar de los cubanos. Y lo
peor es que la reforma de la constitución no va al centro de los
problemas sino que soslaya los mismos, agravando más si cabe aún
las enormes contradicciones del sistema económico y sus profundos y
graves desequilibrios. Es el estado el que promueve actitudes
corruptas e indolentes porque las instituciones que regulan la
actividad económica son ineficientes. Más libertad, derechos de
propiedad, libre mercado y empresa, serían, no me cabe la menor
duda, el antídoto contra la Contraloría.
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