¿De quién es la calle en Cuba? La calle es de todos
Elías Amor Bravo economista
En un día importante para la libertad y la democracia en Cuba, a Díaz Canel en una comparecencia improvisada en la televisión, no se le ocurre decir otra cosa que “la orden de combate está dada, a la calle los revolucionarios”.
Mal asunto. Enfrentar a unos cubanos contra otros es un mal precedente que puede llevar a una guerra civil. Por suerte, los cubanos que salieron a la calle son gente pacífica, que solo aspira a vivir mejor, disfrutar de los beneficios del trabajo y quitarse de encima a los represores de la seguridad del estado que les acosan diariamente.
Y de otro lado, Díaz Canel con la eterna propaganda comunista sitúa el conflicto justo donde no está, que es en el
pueblo angustiado. El problema es él, sus políticas económicas, el nefasto resultado
de la Tarea Ordenamiento. Se le avisó, y con todo, decidió ir adelante. Ahora
tiene lo que se esperaba.
Díaz Canel reconoce que la coyuntura es difícil. Ni más ni menos que lo está siendo en otros países del Caribe, América Latina y el mundo. Cuba no es una excepción. El covid-19 golpea con fuerza a la economía mundial e incluso los países desarrollados se resienten del actual escenario.
La diferencia con Cuba es que nadie, en su sano juicio, se ha metido en implementar una política de ajuste duro en plena pandemia, una política inoportuna, de diseño incorrecto y mal implementada, obligada por las circunstancias ideológicas de un congreso comunista. Y ahora están aquí sus efectos.
Culpar al embargo o bloqueo de lo que está pasando, ya no lo entiende nadie. Se
ha agotado el crédito. Los cubanos que salieron a protestar saben que el único
que asfixia a la economía es Díaz Canel y, por eso, el estallido social ya está
aquí. No hay vuelta de hoja. Díaz Canel es responsable del desabastecimiento de
alimentos en el país y de la incapacidad para dinamizar la economía. Si Venezuela
ya no puede enviar el petróleo comprometido, el negocio le ha salido mal, pero
la culpa es suya. Las campañas de descrédito al régimen comunista cubano son merecidas,
y llegarán más, porque el crédito se ha agotado.
La mayor parte de la
comparecencia televisiva se dirigió a atacar a Estados Unidos, y la otra a quitarse de encima las responsabilidades personales
en todo lo ocurrido. Díaz Canel está solo, ya no tiene al general Raúl Castro
protegiendo sus desmanes. La organización comunista que salió ayer a las calles
en respuesta a su llamado no refleja fielmente a la nueva sociedad cubana. Se
desmorona como un azucarillo, no tiene futuro. Y esa soledad en la cúpula del
poder aterra a Díaz Canel, que no entiende cómo es posible que no le quieran.
Los comunistas cubanos no saben cómo gestionar la protesta social, porque han vivido 63 años de liderar un proyecto interminable que ha resultado en un fracaso. Y ahora, están aferrados a un poder que ya no responde a las necesidades sociales, ni tampoco a las exigencias de estos tiempos.
Todos los regímenes autoritarios acaban de
este modo, algunos en situaciones traumáticas como la Rumania de Ceaucescou.
Díaz Canel sabe que nunca será el Gorbachov cubano, y eso le aterra. Ha perdido
la oportunidad que le ofrecía el escenario histórico para una transformación profunda
de la sociedad cubana, y ahora tiene miedo, y lanza a sus “militantes” a una
guerra civil que, de antemano, tienen perdida.
Y una pregunta final, ¿de verdad cree Díaz Canel que, si no existiera eso que él denomina bloqueo, la situación actual de Cuba sería mucho mejor, es decir, sus posibilidades de mantenerse en el poder de forma indefinida serían mayores? Está equivocado. Lo peor es que él cree que su régimen no es una dictadura porque da salud a la población o busca el bienestar de todos.
Una vez más se equivoca. El pueblo ya no se cree este argumentario que pudo servir a Fidel Castro hace 40 años. La dictadura comunista cubana, por muchos programas y políticas públicas que despliegue en función de todos, es una dictadura que reivindica la violencia, el enfrentamiento de unos contra otros y la utilización de un lenguaje antidemocrático, despectivo y reaccionario que no contribuye ni mucho menos, a calmar la situación.
La comparecencia televisiva de Díaz Canel fue un buen ejemplo de ello al introducir una nueva figura, los “revolucionarios confundidos” que ni él se la cree a estas alturas. Los que han participado en las manifestaciones espontáneas en toda la Isla este domingo pasado, no tienen confusión ninguna, y saben lo que quieren: de hecho, lo coreaban de forma continuada: libertad, democracia y un futuro mejor.
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