La gente de valía de Cuba está en las manifestaciones luchando por la libertad

Elías Amor Bravo economista

Con casi 200 personas detenidas y desaparecidas, porque sus familiares denuncian que no saben dónde se encuentran, con las patrullas de los boinas negras patrullando por las calles pidiendo documentación a cualquier paseante, con el ejército y las fuerzas de la seguridad del estado dispuestos a salir en cualquier momento a reprimir con contundencia cualquier protesta, los cubanos ahora tienen en Granma y en Díaz Canel una demostración más de la estulticia del régimen, un ejemplo de que el paraíso de los hermanos Castro ha dejado de serlo, así de simple.

Recurrir a citas de discursos de Fidel Castro a estas alturas “A este pueblo no le faltarán jamás las virtudes patrióticas” y con todo lo que está cayendo, es imprudente y cierra cualquier posibilidad de encontrar una salida a lo que está ocurriendo en Cuba. Básicamente, porque Fidel Castro no sirve como ejemplo de reconciliación, diálogo posible y consenso. Él nunca quiso dialogar con nadie, solo con él mismo, y durante toda su vida, generó un modelo político y social exclusivista, que distinguía, en beneficio propio, entre revolucionarios y gusanos. Nunca quiso entender la pluralidad del pueblo cubano y cuando tuvo oportunidad de despejar incógnitas y recuperar la democracia como sistema político pronunció aquel “elecciones, pa qué” que marcó el origen del desastre que vino después.

Hizo y deshizo a su gusto, en función de sus prioridades, sobre todo en materia de asuntos económicos encerrando a Cuba en la coraza bolchevique de la guerra fría, sabiendo que tenía a su disposición una corte de aduladores dispuestos a aplaudir cualquiera de sus barrabasadas. Básicamente, porque si no lo hacían podía caer sobre ellos el peso de la ley, la represión o el aislamiento y la bicicleta y el pijama. Con Fidel Castro, su paraíso funcionaba de forma muy clara: o estabas con él, o estabas contra él, y en este último caso, había que prepararse para lo peor.

Nadie podía cuestionar sus alocadas decisiones. Hipotecó varias veces el capital productivo de la nación que expropió a varias generaciones de cubanos, metió a Cuba en los peores conflictos bélicos del mundo, se enfrentó a su vecino del norte por motivos políticos, apoyó movimientos terroristas y dijo todo tipo de barbaridades en Naciones Unidas, recibiendo el aplauso entusiasta de muchos ignorantes. Habría que plantearse de qué sirve esta herencia penosa que dejó, si no es para enterrarla y olvidarla de forma definitiva.

En realidad, nada de lo que dejó Fidel Castro sirve para resolver los problemas actuales de Cuba y mucho menos, los que puedan venir en el futuro. Su herencia es estéril, inútil y solo se caracteriza por una verborrea explosiva de la que están hartos los cubanos. Solo así se puede entender las protestas espontáneas contra Ramiro Valdés, al que muchos identificaron como representante de aquellos tiempos.

Por eso que en Granma digan que la revolución es una herencia que obliga a darle continuidad parece increíble a estas alturas. ¿Qué obliga a qué? No pierdan ni un minuto de su valioso tiempo. La revolución no obliga a nada. La revolución puede desaparecer mañana y no pasaría nada, bueno, sí, lo que podría ocurrir es que se abrieran de par en par las puertas de la libertad y que Cuba dejase de ser un estado fallido, sin futuro. La revolución ya pasó de largo, si es que alguna vez existió realmente. El modelo económico y social que implantó por la fuerza en Cuba a partir de 1959, también. La economía lo atestigua, y el malestar social que ha provocado las protestas tiene mucho que ver con el cabreo de los cubanos con la gestión del gobierno incompetente que es incapaz de mejorar sus condiciones de vida.

La cita de Granma sobre los tiempos difíciles de Fidel Castro, referida a un discurso de 1992, no tiene desperdicio. Decía entonces el tirano que “los tiempos difíciles son los tiempos difíciles. En los tiempos difíciles el número de vacilantes aumenta; en los tiempos difíciles –y eso es una ley de la historia– hay quienes se confunden, hay quienes se desalientan, hay quienes se acobardan, hay quienes se reblandecen, hay quienes traicionan, hay quienes desertan. Eso pasa en todas las épocas y en todas las revoluciones”.

Esa visión es coherente con la personalidad enfermiza del tirano. No tiene nada que ver con la realidad, porque en los tiempos difíciles es cuando las sociedades luchan por abrir espacios a su participación y cuestionan a los responsables de esas “dificultades” visibles, como ocurre en Cuba actualmente. La obsesión con implantar desde el 1 de enero la Tarea Ordenamiento tenía que traer consigo consecuencias negativas, duras, difíciles, como así ha ocurrido. Es normal que los cubanos culpen al responsable de tales decisiones. El gobierno y el partido. Y exijan responsabilidades. Los tiempos de dificultades ayudan a entender muchas cosas, por ejemplo, que la propaganda que tiende a destruir la personalidad libre de los hombres acaba muriendo por ineficacia.

Solo tuvo razón el tirano en una cosa de aquella frase citada en Granma. Cierto es que en los tiempos difíciles “es cuando realmente se prueban los hombres y las mujeres; en los tiempos difíciles es cuando se prueban, realmente, los que valen algo”. Tiene toda la razón. Aquí los tiene delante de sus narices. Los centenares de miles de cubanos que salieron y que van a volver a salir a las calles para luchar por la libertad y contra el comunismo, son esas personas de valía que están en Cuba, y que quieren un futuro mejor para ellos y sus hijos. El tirano no podría negar que son gente valiente, de coraje, llenos de virtudes patrióticas para todos los cubanos, un ejemplo a seguir. Frente a ellos, los revolucionarios son los que viajan en guaguas para reprimir a los que protestan y que piden la “jabita” por sus servicios. La elección está clara. No hay otra forma de decir las cosas.

Fidel Castro dijo que “hay gente que no es consciente, hay gente que no entiende, hay gente, incluso, que no entenderá jamás”. Desde luego, para entender él solo se valía, y durante muchos años, lo que los cubanos pensaban, creían y luchaban por, era lo que Fidel Castro les ofrecía. Les enseñó a pensar, pero cuando realmente la gente se ponía a pensar de forma independiente, la seguridad del estado los aplastaba. Por eso, Fidel Castro los acusaba de no entender, porque simplemente esos cubanos no pensaban como él, eran gusanos, crápula y solo tenían una alternativa huir del país.

Díaz Canel, que por edad debería estar pensando en el futuro de los cubanos, anda citando este discurso del tirano que le puede salir por la culata. Con esas mimbres falsas, no podrá construir ninguna cesta, y acabará perdiendo la poca credibilidad que le queda, si es que tiene alguna después de incitar a la guerra civil y ordenar a sus “revolucionarios” aplastar a los “enemigos”. El mundo no puede permanecer impasible hacia este escenario que se ha abierto en Cuba, y que seguramente va a ir a más, porque los orígenes del malestar están lejos de ser corregidos. La gente simplemente se cansó de vivir en el paraíso de los Castro.

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