Menos represión y más libertad: la solución para bajar precios

 Elías Amor Bravo economista

¿Alguien puede creer que las batidas del régimen en Cienfuegos contra quienes encarecen las ventas se hacen para mejorar la comida del pueblo? En absoluto. Son muchos años viendo que las mismas prácticas de acoso y derribo contra quienes pretenden algo tan legítimo y normal como ganar dinero, acaban en lo mismo: falta de comida, escasez y racionamiento. Y ahora, desde la tarea ordenamiento, precios descontrolados.

Los comunistas reprimen las libertades, las políticas y económicas. Todo aquello que se separe del paradigma oficial colectivista y de obediencia, debe ser extinguido de raíz. Las multas y sanciones que se aplican a los vendedores por lo que el régimen califica de tarifas abusivas de los alimentos, son un instrumento de represión para que nadie se pueda enriquecer. Incluso llegando al decomiso de los bienes, como si estuviéramos en 1968.

Estamos ante prácticas que pretenden identificar delito allí donde no lo hay. Las actuaciones represivas del régimen no hacen otra cosa que recrearse en el problema, y no ir a su solución. Es cierto que hay que dar faena diaria al aparato de la seguridad del estado dedicado a estas tareas, pero hasta cierto punto. Cuando los comunistas se lanzan a reprimir con dureza lo que denominan “vendedores agrícolas ilegales, distorsionadores de precios, acaparadores y otras figuras que atentan contra el correcto desarrollo de las dinámicas sociales” no hacen otra cosa que eliminar buena parte de la economía informal que existe en la Isla, básicamente porque la formal, la organizada con el modelo comunista, simplemente no funciona. No sirve.

No es fácil encontrar un país en el mundo con una plantilla tan abultada de inspectores, controladores, vigilantes, policías, informantes, delatores, y demás figuras encargadas de reprimir al pueblo. El régimen los denomina “especialistas en la lucha contra el delito”, pero teniendo en cuenta los modos de proceder, y los resultados de las actividades realizadas, poco hay de especialización y mucho de actitudes totalitarias. Además, se observa que cuanto más control y persecución, mayor es el tamaño de la economía informal que lucha por abrir espacios en el pétreo sistema intervencionista del régimen. De modo que todos estos equipos semi policiales implicados en el enfrentamiento a lo que el régimen denomina “ilegalidades en los puntos de mayor concurrencia comercial” acaban haciendo de las suyas ante la mirada atónita de los ciudadanos. El hambre es general y no admite categorías en ese sálvese quien pueda que se ha convertido la economía comunista de Cuba.

La acusación que esgrimen los equipos represores no es estar fuera de la ley, porque todos los vendedores tienen sus papeles y permisos en regla. El delito se identifica con vender los productos agrícolas a unos precios superiores a los concertados por el gobernador de la provincia. Como si el gobernador supiera realmente cuál es el coste de los productos y a qué precios se tienen que vender. Este burócrata, sentado en su cómodo despacho con aire acondicionado, es facultado por el régimen comunista para decidir sobre oferta y demanda, sobre libertad de elección y sobre decisiones de compra y de consumo.

En la economía de mercado libre todo es mucho más fácil. Sin necesidad de burócratas inútiles, el comprador visita distintos establecimientos o navega por la red hasta que encuentra el producto y precio que más le interesa. No hay ninguna coerción, ni represión, y todo es mucho más fácil. El que vende a precios caros, simplemente no le compra la gente. Ese es el castigo de los ineficientes. Cuando en Cuba la gente compra a los que venden a precios caros, es por algo. ¿Tiene respuesta el régimen a ello?

No. No la tiene ni la busca. Cuando los vendedores o compradores no obedecen, el régimen se dedica a poner multas y sanciones, y si el reo de cargo protesta o reincide vendiendo a tarifas elevadas, se adoptan otras medidas adicionales mucho más duras, incluyendo la venta forzosa o el decomiso.

Los cubanos se sorprenden de los precios que alcanzan los productos básicos. Que si la docena de huevos a 500 pesos, que si los tomates por encima de los 100 pesos. Y así. Y frente a estos precios los burócratas pretenden con resoluciones y disposiciones oficiales fijar unos precios inferiores, para curarse en salud y desplegar la acción represiva. Consecuencia de todo ello es que los productos desaparecen de los mercados y luego no los hay ni al doble de precio. Este proceder de las autoridades va en contra de la racionalidad económica y los intereses de los ciudadanos.

Entonces, ¿Cuál es la solución si es que la hay? Pues claro que sí, y es muy fácil. Lo que se tiene que hacer es aumentar la oferta de productos para que quienes aspiran a vender a precios altos se encuentren que el mercado no los acepta. Oferta y demanda cuando funcionan con libertad aseguran el ajuste. El problema de Cuba es que, su modelo económico no produce lo suficiente porque está en manos de un estado ineficiente y despreocupado con la rentabilidad. Las autoridades, que en absoluto desean esa mayor prosperidad y producción de la economía, se encargan de hacer justo lo contrario: reprimir a los productores y vendedores, convirtiendo actividades legales en proscritas, persiguiendo y reprimiendo comportamientos que no son delictivos, sino provocados por el propio régimen.

En algún momento, los comunistas tienen que darse cuenta que los precios topados, concertados y centralizados lo único que generan es el desarrollo de una economía informal que busca espacios para crecer y desarrollarse. Lo que los comunistas denominan violaciones y delitos no son otra cosa que comportamientos racionales y eficientes para reaccionar a un entorno agresivo del régimen que bloquea las decisiones de la gente. En vez de apostar por ser más enérgicos y evitar que las personas actúen de forma impune; es decir, en lugar de reprimir y ahogar las libertades, el régimen tiene que incentivar la producción y dar libertad a productores y vendedores para que accedan a los mercados sin restricciones ni amenazas. No hay otra forma. 

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