De la agricultura urbana y otras majaderías del castrismo

No hace mucho tiempo, el mundo entero se sorprendía con uno de los “experimentos” que el régimen castrista se veía obligado a implementar para hacer frente a la grave crisis económica del denominado “Período especial”. Me refiero a aquella entrega de pollitos a todas las familias, porque las granjas estatales no tenían pienso para darles de comer. La idea, ciertamente naif, era que las familias se encargasen de cuidar y alimentar a aquellos infelices pollitos hasta que, llegado el momento, pudieran ser plato de una buena comida criolla. Gracioso, ¿no?

Ciertamente, el castrismo, a lo largo de su dilatada historia, está lleno de experimentos fatales como éste. Todo por no asumir los principios básicos de la Economía que aprenden los estudiantes de cualquier facultad.

Desde los tiempos legendarios de aquellos campos de concentración forzosos denominados “escuelas al campo” en los que la juventud aprendía todo menos las tareas agrícolas, a las entregas de pollitos, el modelo económico impuesto por la dictadura comunista e inspirado en las ideas de Marx, Lenin, Stalin, Mao y un largo etcetera de botarates profesionales, ha hecho lo indecible, ciertamente sin éxito, por cumplir un objetivo fundamental: dar de comer a toda la población.

La evaluación de los resultados no deja lugar a dudas. A pesar de los esfuerzos de los burócratas planificadores comunistas por alcanzar las calorías mínimas con los aportes exiguos de alimentos de la denominada “libreta de racionamiento”, en Cuba la resignada población siempre se ha quejado de la cantidad y calidad de bienes que constituyen su dieta básica.

Y ahora, como enésimo experimento de esa huida hacia adelante de los nuevos tiempos raulistas, se nos presenta la “agricultura urbana” como una solución a los problemas. En un artículo en Granma, el periodista Ronald Suárez Rivas analiza en Pinar del Río el estado de esta práctica que se plantea dar solución al problema de la pertinaz escasez de comida.

No seré yo quien cuestione las ventajas de la agricultura urbana. Son muchas, y no conviene menospreciarlas. La mayoría de capitales y ciudades del Mediterráneo español, y europeo, están llenas de este tipo de “mini explotaciones” que se convierten en una actividad de entretenimiento y placer para muchos jubilados que, en su día, abandonaron las tareas agrícolas para desempeñarse en la industria o los servicios, y que ahora, disponiendo de tiempo libre y estabilidad de sus ingresos, recuerdan sus tiempos de juventud con estas actividades que, por otra parte, los ayuntamientos estimulan y promueven. Les digo la verdad: es un auténtico placer recorrer la ribera del río Turia y comprobar los pequeños huertos cultivados con esmero por estos agricultores de tiempo libre, con su contribución de cultura, belleza paisajística, y frescura y verdor.

Pero en Cuba, donde nada es como en ningún otro lugar, y mucho menos en los temas económicos, la experiencia de la agricultura urbana quiere situarse como una estrategia al más alto nivel para producir bienes y alimentos que permitan mejorar la dieta de la población, sobre todo en poco tiempo, y en viandas y hortalizas, que son altamente demandadas por las familias cubanas. Por supuesto que, a diferencia de los agricultores españoles, que no se plantean la venta de sus producciones como principal objetivo, la agricultura urbana en Cuba parece tener un objetivo de mercado. Me parece bien. Pero, ¿de verdad creen que 4.824,4 hectáreas en explotación y 86.000 toneladas al año de hortalizas y condimentos frescos pueden servir para paliar algo?

En Cuba, donde no existen comercios de venta al público, como los que conocemos en Europa o en cualquier otro país de América Latina, o centros comerciales, supermercados o hipermercados, las ventas de estos productos agrícolas se realizan en condiciones precarias, en puestos abiertos, de forma improvisada, en las afueras de las ciudades. La agricultura urbana, al menos podría beneficiarse, de este factor de proximidad, en un país en el que las redes de comercialización y logística siguen controladas por el estado y funcionan de forma pésima. Pero, tampoco es suficiente.

Para una economía, en la que, pese a la entrega de tierras acordada por el gobierno de Raúl Castro hace ahora dos años, sigue existiendo un alto porcentaje de superficie sin explotación en manos del estado, la solución a los problemas agrícolas no pasa por la agricultura urbana. Otro instrumento que se orienta a la creación de una economía de emprendedores con escasa capacidad e influencia sobre el poder político, que es lo que, en definitiva, quieren los “lineamientos”. Una economía de pequeños cuentapropistas sometidos a los designios del poder económico y político estatal, en manos reducidas de una cúpula que hace y deshace a su antojo. En cierto modo, en la medida que estos huertos urbanos florezcan y den de comer a la población, sus productores podrán obtener ingresos, que lógicamente serán sometidos a impuestos, y resolverán los múltiples problemas que se le plantean al gobierno.

Si en vez de este tipo de experimentos, las autoridades desarrollaran medidas efectivas para aumentar la dimensión de las tierras en explotación entregadas a los nuevos gestores, permitiendo la concentración de la propiedad y la creación de dimensiones rentables para la obtención de la producción, sería mucho mejor. También hace falta tecnificar la agricultura, liberalizando plenamente la venta de todo tipo de equipamientos y maquinaria, así como los fertilizantes y productos fitosanitarios, que se pueden ver estimulados por la I+D que se realiza en el país. Incluso favorecer la penetración del capital extranjero en la agricultura, con tecnología y know how empresarial.

No es con la agricultura urbana como se resuelven los problemas de fondo que son muchos y complejos, sino que su existencia debe ser el final de un proceso de transformación radical del sistema económico y social a favor de las libertades. Coincido con el “subdelegado de agricultura” que dice en Granma que hay mucho por hacer. Prácticamente todo, diría yo.

Una agricultura, la cubana, que en los primeros 50 años de la existencia de la República generó suficiente para alimentar a la población y exportar anualmente millones de toneladas de azúcar, hasta convertir a Cuba en primera potencia mundial, obteniendo ingresos que permitían acelerar la modernización de la base productiva y social del país. Todo eso quedó enterrado a partir de 1959 por la política de confiscaciones y robos de la legítima propiedad. Construir una sociedad de individuos libres y titulares de sus derechos y de su propia libertad de elección es fundamental para superar el atraso del régimen castrista. Cuanto antes nos pongamos en ello, mejor.

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