La necesidad de reformar la distribución comercial en Cuba

Conforme uno se adentra en las interioridades de la economía generada por el castrismo durante décadas, se percata de los graves problemas que este régimen ha sido capaz de generar con su imprudencia en la gestión de los asuntos económicos.

La economía de un país necesita reglas claras y transparentes para funcionar de manera adecuada. En la economía de mercado, esa información viene suministrada por los precios que se determinan libremente por el juego de la oferta y la demanda. Este mecanismo ha permitido asignar de forma eficiente los recursos tomando en consideración, de forma simultánea, los millones de decisiones que en cada instante toman los distintos agentes que operan en una economía.

En el régimen castrista, donde la ideología estalinista suprimió cualquier vestigio de mercado libre y competitivo a partir de 1967, las consecuencias de la planificación centralizada y de la burocracia en las decisiones centralizadas por el sistema, han llevado a situaciones de caos, como la que se describe en un artículo que se publica en Granma titulado “Evitar violaciones en la vía láctea” y cuyo autor es Juan Varela.

El artículo reflexiona sobre una cuestión cuando menos curiosa: la diferencia entre lo que el Estado paga por la leche y la calidad real de esta al llegar a la industria o a las bodegas, mucho menor de la que se valoró para su compra. Cuando se intenta explicar este fenómeno, los productores señalan la responsabilidad directa de “la poca exigencia y la debilidad en la disciplina técnica y las normas organizativas”, y vuelta a empezar.

En distintos trabajos anteriores, he reflexionado sobre uno de los principales problemas de la economía castrista: la ausencia de una red de distribución, logística y comercialización de productos y servicios similar a la de cualquier otra economía occidental. Parece que el régimen comunista desea que los cubanos se vean obligados a tener que comprar sus alimentos de forma precaria, en puestos provisionales de venta en las afueras de las poblaciones, y los electrodomésticos y otros artículos de vestido o de limpieza, en las tiendas donde sólo es posible pagar en moneda convertible.

El sistema sólo sirve para suministrar una dieta pobre de artículos a través de la libreta de racionamiento, y poco más. No existe una red comercial como la que dominó la economía cubana en los 50 primeros años de su existencia como república, y que permitió un desarrollo sin precedentes de la productividad y la calidad de vida de todos los cubanos. No existe un comercio mayorista capaz de canalizar los productos a las industrias para su transformación. En la medida que todo el canal de distribución está dominado por el Estado, su incentivo para mejorar el funcionamiento y actuar de forma eficaz, es limitado.

Es lo que ocurre con la leche en este artículo de Granma. Ni se dan condiciones para su transporte en condiciones adecuadas de conservación, ni se cumplen los requisitos de higiene, de tipo de envases, de transportes o de tiempos mínimos entre ordeño y uso final del producto. ¿De veras que alguien puede pensar que esto ocurra en cualquier otro país, no digamos en países más avanzados en los que estas normas se encuentran reguladas, sino en otros de desarrollo similar?

No existe confianza en la distribución, como no existe confianza mínima en renglón alguno de la economía castrista. Este es uno de los retos fundamentales que habrá que superar, el cómo conseguir que los contratos se respeten en tiempo, plazo y forma por todos los implicados en los procesos productivos.

La respuesta está clara: introduciendo los precios y el mercado competitivo. Si en vez de ese organismo estatal acomplejado y burocrático existieran distribuidores privados que compitieran entre sí por ofrecer servicios adecuados a los productores finales e intermedios, así como a los consumidores, la cosa sería muy distinta. Distribuidores a los que parece que el régimen castrista trata poco más o menos que como a delincuentes, porque en la retahíla de “Lineamientos” no se habla en momento alguno de esta “forma económica”, absolutamente necesaria para sacar a la economía cubana de su grave crisis estructural.

La preocupación del artículo gira en torno a cómo poner freno al descontrol. Un descontrol cuyo único responsable es el sistema de economía estalinista planificado centralmente. Yo les aseguro que en los países con economía de mercado estos problemas no aparecen. La gente está preocupada en lo que está haciendo, y su tiempo se concentra en la rentabilidad de sus actividades económicas, porque no debemos esperar otra cosa del comportamiento económico. A las cosas hay que llamarlas por su nombre, y en Economía la actividad depende del incentivo del beneficio, y si éste es proscrito, como ocurre en el castrismo estalinista, no pueden ir bien las cosas.

Por supuesto que la planificación central y el control absoluto de la economía, produce descontrol, irregularidades, discrepancias, ineficiencias y todo tipo de majaderías. Está en su propio código genético, y por eso los países del este de Europa tan pronto como pudieron se arrancaron las cadenas del comunismo para siempre.

Que sí. Hagan todos los estudios que quieran en San José de las Lajas, que los resultados siempre serán los mismos. El sistema que existe en Cuba no sirve, y se tiene que sustituir por la economía de mercado competitiva. Si los productores se orientan por decisiones de precio que son “rentables” para sus explotaciones, se preocuparán por ofrecer el producto en las condiciones adecuadas para su comercialización, y se evitarán las escaseces.

Pero antes, si queremos que esos productos circulen de forma ágil y con todas las garantías, debe existir un elemento central en el proceso económico que, por desgracia, en Cuba no existe y que veo poco futuro de mantenerse los “Lineamientos” en su contexto. Me refiero al distribuidor, el encargado de ofrecer precios adecuados al productor para que éste siga con incentivos para levantarse todos los días temprano y dar de comer a su ganado y dedicar su tiempo y esfuerzo a la actividad que le recompensa por ello, y al mismo tiempo, conseguir vender ese producto al productor final a precios rentables para su traslación a los bienes que produce (yogur, nata, etc). Al mismo tiempo que obtiene beneficios de esta actividad, ofrece un gran servicio a la sociedad, mejora la conexión entre las distintas actividades y facilita el proceso de consumo a los ciudadanos.

Este asunto no se arregla con apaños entre una UBPC y una CCS. No es ésta la fórmula más adecuada. Créanme. Las reglas de funcionamiento de la economía son mucho más simples, Todo esto se aprende. No es cosa de un día o de dos. La conexión entre productores y consumidores se realiza por medio de canales de distribución comercial cuyo desarrollo ha experimentado, en los últimos años, avances notables gracias a las modernas tecnologías de la información y comunicación que permiten, en tiempo real, detectar las pérdidas de almacén y propiciar su rápida corrección. El comercio minorista, cuyo desarrollo en Cuba es inexistente, se ha especializado notablemente y diversificado para ser competitivo con otras estructuras basadas en franquicias y en los modernos centros comerciales. De todo ello, la economía cubana no tiene ni idea, ni tampoco existe incentivo por parte de las autoridades para propiciar su nacimiento y desarrollo. Mal hecho. Los cubanos seguirán teniendo dificultades para el abastecimiento y sus productores, como estos de leche de San José, desanimados con su actividad.

Tomado de: (www.miscelaneasdecuba.net).-

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