¿Quién se apropia de la productividad en la economía cubana?
Elías Amor Bravo, economista
La ONEI
ha publicado los datos relativos a las cuentas nacionales de Cuba en
2016 con algunos resultados sorprendentes.
Uno de
los más llamativos, que suscita dudas sobre su concreción es el
relativo a la productividad. La
economía cubana cerró 2016 con un valor monetario (en precios
constantes de 1997) para la producción
de 54.780
millones de CUP,
con un crecimiento
del 0,5% respecto del ejercicio anterior (que inicialmente se había
estimado en un descenso del 0,9%). Un
resultado que
apunta más a una estabilidad a la baja con respecto al crecimiento
medio de los últimos cuatro años, situado en un modesto 2,5%.
Con este comportamiento, algunos autores han
destacado el hecho de que, incluso aceptando las cifras oficiales, la
productividad por ocupado haya aumentado entre 2006 y 2016 un 38,5% e
incluso que la productividad por habitante lo haya hecho en un 33,8%.
Cabría afirmar que estos resultados tienen que ver con la reducción
significativa del empleo, que ha sido un -3,4% en dicho período, o
el estancamiento que sufre la población, situada en 11.239.200 tanto
en 2006 como en 2016.
Sin embargo, estos datos no serían suficientes
para explicar los aumentos de productividad que se obtienen a partir
de los cálculos. El hecho de que la economía cubana siga
estando en 2016 por debajo del nivel anterior al período especial,
o al menos, presente una tendencia que no se corresponde con la que
venía registrando la economía antes de aquel período, dice muy
poco en favor de los indicadores de mejora de la productividad.
En todo caso, hay dudas sobre la capacidad para
absorber toda la pérdida acumulada en los años de la recesión. Y
ya han pasado más de 20. La realidad es que desde entonces, la
economía cubana de la mano de sus dirigentes, no ha sido capaz de
aprovechar las ventajas que se derivan de un proceso de ajuste tan
duro, y lejos de haber sido transformada por medio de políticas
económicas adecuadas, se ha movido en un escenario de estabilidad y
mediocridad que en absoluto supone una mejora de las condiciones de
vida de los cubanos.
Por ello, el tirón muy fuerte de la productividad
que se desprende de las cifras oficiales, tanto medida en valor
aparente por empleado o por habitante, parece un resultado cuanto
menos sorprendente.
Ciertamente, existen dudas de que la economía
cubana haya conseguido superar en 2016 los niveles existentes antes
del período especial. Un largo período de dos décadas para
afrontar el derrumbe en más de un 35% del PIB tras la caída del
muro de Berlín y la ruptura de relaciones con los países del Este
de Europa y la URSS. El resultado de esa incapacidad de la economía
para aprovechar los recursos es el descenso del nivel de ocupación,
que al margen de aspectos demográficos, experimenta un descenso del
-3,4% entre 2006 y 2016.
En el mercado laboral de Cuba, totalmente
controlado por el estado, las cosas no han ido muy bien. Por ejemplo,
a pesar de que la población en edad laboral ha aumentado en un 17,7%
entre 2006 y 2016 pasando de 6.721.100 a 7.191.000 personas, la
población activa, que es la que se relaciona con el mundo del
trabajo (bien ocupados o desempleados) se ha reducido en un 3,3%
equivalente a 161.100 personas, empujando a la baja el indicador de
tasa de actividad del 72,1% en 2006 al 65,2% en 2016.
Ese escaso
incentivo de la población en edad laboral por acercarse al mundo del
trabajo limita el potencial de crecimiento de la economía a largo
plazo y lleva a la economía cubana a situarse muy lejos en 2016 de
los máximos de 5,1 millones de ocupados alcanzados en 2009, en
concreto se han perdido 500.000 empleos hasta 2016. Un ajuste duro
que tiene sus consecuencias sobre el crecimiento potencial de la
economía.
Es por
ello que el crecimiento de la productividad que arrojan los datos se
tiene que poner en cuarentena, por artificial. La mejora de la
productividad del trabajo no ha servido para crea empleo, sino todo
lo contrario. Si en Cuba existieran sindicatos reivindicativos de los
derechos de los trabajadores que exigieran al gobierno mediante
diálogo y negociación colectiva condiciones mejores para los
trabajadores, no estaríamos constatando estos resultados.
El nivel de PIB por ocupado récord de 2016,
11.932 CUP, con ese incremento del 38,5% desde 2006, ¿a quién ha
beneficiado?¿quién se ha aprovechado de ese crecimiento del
producto por trabajador ocupado en la economía cubana?
La mejor forma de dar respuesta a esta pregunta es
analizar como se reparte la productividad con relación al crecimiento de la remuneración de asalariados, del
excedente empresarial y los impuestos netos de subvenciones en las
cuentas nacionales de la economía cubana entre 2006 y 2016, y en
valores constantes, para eliminar la influencia de los precios.
La remuneración de los trabajadores ha aumentado
un 34,6%, algo menos que la productividad, lo que confirma que los
aumentos de salarios medios por trabajador no han beneficiado a éstos
por la mayor producción por empleado. Los cubanos siguen con un bajo poder adquisitivo y sus niveles salariales distan notablemente de los registrados en otros países.
Peor ha sido la dinámica del
excedente empresarial, los beneficios de las empresas estatales que
constituyen el núcleo productivo de la economía. En este caso, el
crecimiento en el período considerado ha sido del 25,1%. De ese modo, las empresas no han conseguido recursos suficientes para acometer sus procesos de modernización tecnológica y adaptarse a los retos de los cambios.
Si los salarios y beneficios crecen menos que la
productividad, entonces solo uno de los sectores institucionales que
participan en el reparto de la renta nacional ha salido ganador de
este proceso. Y en el caso de la economía cubana es, cómo no podría
ser de otro modo, el estado que por la vía de impuestos netos de
subvenciones, ha conseguido un crecimiento del 48,1% superior en 10
puntos porcentuales al de la productividad.
Los datos confirman que el
abrumador
peso del estado en la economía cubana sigue estando ahí a pesar de
las reformas de los llamados “lineamientos”. El sistema económico
de la revolución, basado en la ausencia de derechos de propiedad
para los cubanos, la prohibición del ejercicio libre de empresa
privada y del mercado como instrumento de asignación de recursos,
crece, consolida sus posiciones y se mantiene como baluarte de la
economía.
Incluso
cabe señalar que el
avance de la producción por ocupado y por habitante en
la economía cubana entre 2006 y 2016 se ha
generado sin que se
hayan
desplegado cambios intensos del modelo productivo: los arrendatarios
de tierras o los trabajadores por cuenta propia, apenas representan un 11% de la
ocupación total y sus actividades, de baja productividad, siguen
teniendo un impacto reducido en el PIB.
Los
cambios en las posiciones relativas de la riqueza entre
trabajadores, empresas y estado otorgan a este último un poder
dominante, con pocos cambios en los últimos 10 años. Y lo que es
peor, una notable resistencia a emprender las reformas que necesita
realmente la economía.
Para información del autor: thablé con un compañero de secundaria básica al que hacía años no veía alrededor del 2009. Me dijo había estudiado Economia y trabajado en el MEP, organismo que le envió a pasar un curso a Naciones Unidas alrededor de los años 80 sobre cómo calcular el PIB. A su regreso pretendió aplicar los métodos que había aprendido y encontró tremenda oposición de los dirigentes del MEP porque esos métodos desnudaban la realidad de la economía cubana cuyo estado era aún más calamitoso de lo que las cifras oficiales indicaban. Por mantener su posición, este amigo fue marginado en el MEP y, eventualmente, debió irse porque le hicieron la vida imposible. Es decir, las cifras que brinda el régimen, al menos para mi, no son creíbles conociendo lo que le sucedió a este amigo. Lamentablemente, no hay otras fuentes de que nutrirse. Pero estoy convencido que el día que se descorra definitivamente la conrtina de secretismo que envuelve a la información objetiva en Cuba, veremos horrores.
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