Díaz-Canel y la diáspora: orgullo y nostalgia

Elías Amor Bravo, economista

En el régimen comunista cubano, donde con frecuencia se manipulan las ideas, los sentimientos y las convicciones, Díaz-Canel durante la reunión de balance del minrex dijo “que Cuba debe evitar el aislamiento internacional y acercar a la cada vez mayor emigración cubana con una política migratoria que sume a pesar de las diferencias”.

Y este cambio de posición de los comunistas castristas con respecto a la diáspora cubana, viene justificado por el hecho que “en medio de una nueva estrategia capitalista colonial y neoliberal liderada por Estados Unidos, el país debe evitar el aislamiento, sin ceder en principios ni posiciones.” Más o menos, lo mismo de siempre. Fidel Castro lo habría dicho de otro modo, “pa´trás ni pa coger impulso”.

Sin embargo, el dictador comunista pudo aplicar una política desgarradora contra la diáspora porque los tiempos de la “guerra fría” lo permitían. Era la época de las fronteras y los muros atentamente vigilados por guardias comunistas que cada vez que alguien intentaba cruzar para lograr la libertad, disparaban a matar sin más. Con la protección endiablada de la extinta URSS, personajes como Fidel Castro denegaron e insultaron a la diáspora (gusanos, escoria, se quedan cortos con otros improperios) e hicieron imposible la reunión de las familias, los contactos de los cubanos con el exterior y la normalidad en las relaciones internacionales. Todo ello, en beneficio propio.

Los tiempos cambian, y el castrismo con Díaz-Canel se encuentra ante un mundo diferente. Las corrientes de tecnología, población, recursos financieros se mueven en todas las direcciones, sin límites. No existen “muros” comunistas tras el derrumbe del “socialismo real” en 1989, y poco le queda ya a los restos del “socialismo del siglo XXI” de Lula y la Venezuela chavista. Así que el auto aislamiento de Cuba empieza a causar alarma, y se necesita promover un nuevo argumentario.

Y para ello, nada mejor que recurrir al viejo enemigo, “el imperio del mal”, el vecino del norte que tantas horas de discursos ha dado a Fidel Castro. A Díaz-Canel le molesta que no se haya avanzado en el proceso de "normalización" de relaciones que se abrió a partir de 2016, y es más, que tras la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, aquella política haya sido suspendida. Y como no podría ser de otro modo, la culpa de todo es de EEUU, sin reconocer que en la parte que corresponde al régimen cubano, la defensa y protección de los derechos humanos y libertades democráticas, no se ha dado ni un solo paso. Más bien retroceso según los últimos datos sobre represión política.

El comunismo cubano ha estado acostumbrado durante 60 años a eso. A no negociar. O se aceptan sus posiciones, que son “moralmente superiores” en sus erróneas convicciones, o no hay acuerdo ni nada posible. Tal vez con otros presidentes de EEUU, o los actuales mandatarios europeos de política exterior, esta política de “trágala” pueda servir, pero ocurre que con Trump las cosas son diferentes. Y ya ha dejado muy clara su posición: o La Habana cumple con lo que tiene que hacer, o la ruptura del acuerdo vendrá por la otra parte.

Y sin reconocer su parte de responsabilidad en el actual callejón sin salida, que es toda, Díaz-Canel ha encontrado en la diáspora una referencia y a ellos se ha dirigido por primera vez un mandatario comunista cubano en 60 años. Sus palabras son muestra de la manipulación permanente de la realidad: “no podemos desconocer a los muchos cubanos que viven en el exterior orgullosos y nostálgicos de su patria". Orgullos y nostálgicos. Vaya casualidad. Así son todos los cubanos que viven en el exterior, a los que tengo el honor de conocer. Todos sienten orgullo porque Cuba, hace medio siglo, era una gran nación, próspera, llena de oportunidades, un espacio al que referirse con ese orgullo del que habla Díaz-Canel.

Ese orgullo sigue ahí, aunque con lástima cuando se comprueba en qué ha quedado la patria, y sobre todo, preocupación, cuando se piensa en lo que puede acabar ocurriendo. Nostálgicos, dice Díaz-Canel, y con razón. Son muchos los que no pudieron regresar a Cuba con motivo del fallecimiento de seres queridos, o en las mejores ocasiones, porque simplemente las autoridades prohibían la entrada al país. Cabrera Infante lo decía con claridad “se es cubano cuando se piensa en Cuba”. Me consta que todos los que conozco en el exterior son así.

Pero que no se engañe Díaz-Canel. Una cosa es sentir orgullo y nostalgia, y otra bien diferente es llegar a reconocer un régimen político que usurpa el poder de forma antidemocrática en Cuba desde 1959. Tanto, que ni siquiera se reconoce el derecho al voto a los que formamos parte de la diáspora, y que nunca vamos a participar en la obediencia a un régimen que consagra una sola ideología y un solo partido a su organización institucional.

Un republicano español, exiliado en el sur de Francia, e igualmente orgulloso y nostálgico de España, me enseñó en época de Franco que existían muchas formas alternativas de ver a España. ¿Por qué los cubanos no podemos tener ese derecho a ver Cuba desde diferentes perspectivas? Somos 2,4 millones los integrantes de la diáspora. Probablemente, algunos más. Es más de la quinta parte de la población cubana. Un activo de gran valor que cualquier gobiernos sabría promover, proteger y defender.

Si Díaz-Canel se cree que lo que pedimos en la diáspora es resolver la lentitud y lo complicado de los trámites, reducir la burocracia y el alto costo del pasaporte de los servicios consulares, se equivoca.

Lo que realmente queremos es, ante todo, una amnistía para todos los disidentes y opositores políticos, que arranque del 1 de enero de 1959. Sin esa amnistía no podrá haber reconciliación nacional. También queremos el reconocimiento del pluralismo político democrático como referencia. El derecho de libre expresión, sin limitaciones a un partido o una ideología, y hacer de Cuba un verdadero estado de derecho, en el que la división de poderes sea determinante para el equilibrio de la nación. Y una vez conseguido todo ello, poder entrar y salir de la patria añorada con toda libertad, sin permisos, ni controles, ni burocracia. Viajar sin más que con el pasaporte de la nación en la que se vive y una doble residencia reconocida mediante tratados internacionales, que otorgue seguridad jurídica mientras el cubano se encuentre en su país hasta que Cuba no sea un auténtico estado de derecho. Seguridad jurídica para invertir, para comprar y vender activos, transferir tecnología, conocimientos y expertise. Todo ello llegará en una patria libre, democrática y plural.

A Díaz-Canel le importa un bledo el potencial de la diáspora. Sabe que en su mandato no va a poder hacer gran cosa. Lo importante es manipular y distorsionar la realidad.

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