Y cómo no, hoy toca hablar de transportes

Elías Amor Bravo, economista

En algo si que vamos a estar de acuerdo con Díaz-Canel, al menos en la mitad del siguiente argumento. El “sector del transporte es fundamental tanto para el desarrollo socioeconómico de la nación cubana”. Por supuesto que sí. No tengo tan claro que lo sea “para la defensa del país”. La cosa no está para inventarse “guerritas”, “batallitas” y costosos ejercicios militares que no sirven para nada, pero cada uno tiene derecho a pensar libremente lo que quiera, aunque a veces, al hacerlo así, cuando se tienen responsabilidades de gobierno, se despilfarra el dinero público en actividades superfluas que no dan de comer. Y cuidado, cada vez hay menos liquidez. Insisto, tal y como están las cosas, lo importante en Cuba, hoy por hoy, es comer.

Y de nuevo no queda otro remedio que referir a esas aburridas e inservibles reuniones de balance anual, esta vez referidas al Ministerio de Transporte, a la que asistió, además de Díaz-Canel, una nutrida representación de dirigentes comunistas. No faltó nadie.

La cuestión es ¿para qué? Reconocer que el transporte es “vital en toda la cadena logística de procesos y servicios productivos del país” es una obviedad, y además, afirmar que en su estado actual presenta una “estrecha relación con una de las problemáticas que a nivel social presenta un mayor número de insatisfacciones en nuestra población: el transporte de pasajeros” tampoco es nada nuevo.

El problema del transporte en Cuba, tanto de pasajeros como de mercancías, es consecuencia directa de su sistema económico intervencionista y estatal, en el que la actividad privada empresarial apenas tiene participación. Y lo que es peor, con el convencimiento de las autoridades de que no lo debe tener. Más de lo mismo, por tanto, nada cambiará. Privatizar el transporte en Cuba sería muy fácil y permitiría dar un giro de 180º al sector. ¿Por qué no lo hacen?

Estas reuniones de balance tienen una estructura muy similar y siguen un guion parecido. Después de hablar de la necesaria “implicación de los cuadros en el trabajo, con sensibilidad hacia las inquietudes de la población” (se llegó a pedir que fueran graduados universitarios) o de volver a presentar el “acoso de EEUU como el principal problema para Cuba”, Díaz-Canel repitió el argumento de la “inquietud revolucionaria” como el gran talismán para resolver todos los problemas. Ojalá no le hagan caso. A Cuba, a la economía cubana, no le hace falta esa inquietud, sino derechos de propiedad privada, mercado y empresas libres. A ver si se enteran en algún momento.

Díaz-Canel dejó claro que no le gusta el estado del transporte en Cuba. Criticó la situación de “las terminales donde las personas gestionan sus servicios de transporte, así como las paradas”. Igualmente hizo referencia a la urgencia de “rescatar la cultura del detalle, donde la actitud sea buscar que las cosas tengan perfección” de modo que se consiga un “trato óptimo y la calidad de los servicios”. Ciertamente, todo eso está muy bien decirlo, pero, como dice el viejo y sabio refrán castellano, “del dicho al hecho, hay un trecho”, y si después de 60 años dirigiendo el país los comunistas no lo han conseguido, ya me dirán que va a hacer Díaz-Canel. Yo no lo veo.

Otro argumento que se repite en estas reuniones de balance es el tema de la “administración pública eficiente”. Para el transporte, más de lo mismo. Díaz-Canel reclamó la eliminación de trabas y obstáculos burocráticos “en todos los trámites de pasaje, en los procesos que garantizan que los ómnibus, trenes y demás medios salgan con puntualidad”, reconociendo con ello los retrasos que hay en Cuba y lo mucho que hacer, yo diría que prácticamente todo, para mejorar los servicios. El miedo es cuando anuncian la intención como “mínimo de normar para que funcione bien, y controlar más”. Justo lo contrario de lo que se tiene que hacer, porque en los países con economía de mercado libre no hacen falta estas normas y regulaciones, y los trenes salen puntuales. Yo lo veo todos los días en España, y aquí el transporte es un servicio público estatal.

Sorprendente es que Díaz-Canel sueñe, como un objetivo de futuro, que en “Cuba se pueda aspirar en un momento no muy lejano, porque ya tenemos las pasarelas de pago, y un grupo de aplicaciones, a que podamos reservar online boletos o solicitar un taxi a través del móvil”. Deberíamos recordar, tal vez, al dirigente comunista cubano que los ciudadanos de más de medio mundo ya lo hacen todos los días, incluso en países con un nivel de desarrollo inferior al de Cuba. Que se lo haga mirar. Si realmente el régimen castrista quiere apostar por el comercio electrónico, que se deje de baboserías, y que ponga primero en funcionamiento real y eficiente, el comercio físico, el presencial, el que permite ver el estado de destrucción, vacío y escasez permanente de las “bodegas” cubanas que sobreviven a la desidia comunista. Eso es lo que hay que hacer, y cuanto antes.

Y en el balance, una vez más, salieron las “ilegalidades”. La pregunta es ¿en qué sector de la economía cubana no hay esa “batalla ética contra la corrupción e ilegalidades”? En el transporte, al parecer el problema está en el “robo de combustible”. Díaz-Canel debería saber que en los países en que el estado no es dueño de los medios de producción, ni interviene de forma grosera en el control de la economía, este tipo de cosas rara vez ocurren. No hay tiempo ni motivo para ello. Porque el mercado es quién se encarga de asignar, de manera eficiente, la oferta de acuerdo con las necesidades de la demanda. La mano invisible se encarga del resto.

La solución para Cuba es esa, y no andar buscando esos “encadenamiento del sector estatal con el no estatal de la economía”, que nadie sabe muy bien de qué se trata. Si de verdad quieren acabar con el robo de combustible, liberalicen el servicio y verán cómo las ventas de los servicentros se normalizan, y las cuentas empiezan a dar resultados. En Cuba nadie tiene por qué robar, cuando las condiciones de vida son adecuadas. El régimen debería pensar en la responsabilidad de su sistema de controles, intervención y dirigismo sobre lo que califican de “ilegalidades”, que muchas veces no es otra cosa que un comportamiento de salida para resolver.

La apelación a la inversión extranjera para la actividad de la aviación y la marítima me parece un “brindis al sol”. En la cartera de oportunidades de Malmierca no hay un solo proyecto para ello, y no veo a inversores extranjeros apostando por sectores que en Cuba se encuentran constreñidos por las limitaciones de un mercado de muy bajo poder adquisitivo y la parálisis de la actividad económica.
En cuanto a la explotación del ferrocarril, no solo por ser la vía más económica, sino también más sostenible, es otro de los problemas de 60 años de abandono por parte del régimen. Que una ciudad como La Habana no tenga un servicio de transporte público con un metro, como otras grandes capitales, da una idea bastante adecuada de la escasa atención de los comunistas a las necesidades reales de la sociedad.

Y poco más. El balance se quedó una vez más en eso. Lo peor es que dentro de un año estarán igual, o incluso peor. Cada vez queda menos tiempo para enderezar el rumbo de la nave. Que luego no digan que no avisamos.

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