Un 1º de mayo con poco que celebrar

Elías Amor Bravo, economista
La relación del régimen comunista de Cuba con el mundo del trabajo ha sido difícil. Por eso, no hay mucho que celebrar este 1º de mayo, ni en otros anteriores. Esta relación siempre ha hecho referencia a “tiempos adversos, caracterizados por el recrudecimiento de las agresiones, amenazas y mentiras por parte del imperialismo yanqui y sus lacayos”, pero la realidad es bien distinta. No existe ningún motivo externo para afirmar que los trabajadores cubanos se hayan convertido en los grandes derrotados de un régimen que, sin embargo, ha querido presentarse ante el mundo como el “paraíso de los trabajadores”. Nada de eso. Además, desde el principio.
Un poco de historia puede servir para ilustrar lo que se quiere decir. Tras el proceso de transformaciones revolucionarias que trastocaron la economía cubana y su posición en el mundo, una de las pesadillas recurrentes de Fidel Castro fue la baja productividad del trabajo en el sistema económico que él mismo diseñó. Sin entender que este hecho es consecuencia directa de las estructuras revolucionarias, los parches que se fueron poniendo en varias generaciones, lejos de resolver la situación, la han empeorado.
Conviene recordar que fue aquel lejano 2 de agosto de 1961 cuando el régimen en ciernes anunció un cambio en la legislación laboral y de la función de los sindicatos, en un intento de controlar la CTC, para adoptar en Cuba el modelo de relaciones laborales de los países comunistas. Hasta entonces, la mayor parte de las empresas no expropiadas o nacionalizadas mantenían un marco laboral similar al anterior a 1959. Pero este año se produjo el inicio real del desastre cuando todos los trabajadores cubanos pasaron a ser, de un golpe, “empleados del estado”.
A partir de entonces, el problema pasó a ser cómo producir más, a pesar del control absoluto de la economía por los comunistas. Tanto es así que solo un año después, el 3 de marzo de 1962 se creó el primer carnet de trabajo para inscribir en el mismo la historia laboral de cada trabajador, lo que resultaba, en definitiva, en una valoración de su aceptación del nuevo régimen y disposición a participar en las actividades organizadas por el mismo. No tardó mucho el Che Guevara en cuestionar la calidad de la producción, mientras que el racionamiento y la escasez se iban extendiendo a todos los productos.
Cuatro años más tarde, en el congreso de la CTC se hizo público un documento en el que se constataba la baja productividad y el absentismo como los dos principales males del mundo laboral cubano. Y a partir de entonces, el asunto empezó a ser cada vez más grave y referencia obligada para Fidel Castro, que lanzó el tema, poco reflexionado y precipitado, de los “estímulos morales” como solución para aumentar la productividad. De poco serviría, en 1968 la “ofensiva revolucionaria” que supuso la nacionalización de 50.000 pequeños negocios privados, acabó de dar la puntilla al sistema económico, que sobrevivía a duras penas hasta entonces.
A partir de entonces, la carencia de alimentos pasó a ser una preocupación adicional para las autoridades, sin querer entender cuál era el origen de la misma. En agosto de este año, el ministro de trabajo acabó imponiendo, de forma obligatoria, las criticadas tarjetas de trabajo, en las que se reportaría abiertamente el comportamiento y las actitudes políticas de los trabajadores. Los juicios populares en los centros laborales se extendierion como la espuma por todo el país. El fracaso de la “zafra de los 10 millones” fue un salto en el vacío, al movilizar todos los recursos económicos en un objetivo que se sabía inalcanzable, pero que tendría unas conclusiones negativas para el mundo laboral cubano.
Nada podía acabar bien de todo ello, y en mayo de 1970 aprovechando la fiesta del 1º de mes, Castro anunciaba un fuerte ataque al sindicato único, denunciando los problemas de productividad y absentismo como culpables del fracaso en la “zafra”, a la vez que anunciaba una reorganización, escondida bajo el término de “democratizar el sindicato”. Un año después, y con motivo de la misma fecha, Castro anunciaba que a partir de entonces los salarios quedarían establecidos por la contribución de los trabajadores a la producción, rompiendo para siempre con el principio revolucionario de igualdad.
El año 1972 fue denominado “de la emulación socialista” en lo que se interpretó como un acercamiento a la institucionalidad soviética, pero en julio de 1973 Fidel Castro anunció en un discurso que en Cuba se aplicaría a partir de ese momento el principio  socialista de “a cada cual según su trabajo; de cada cual según su capacidad”, en lo que se interpretó como una marcha atrás forzada por los acontecimientos. En el congreso de la CTC de noviembre de este año, el régimen volvía a los estímulos materiales y los sindicatos recuperaban parte de la relevancia perdida, con la elección de Lázaro Peña como secretario general, que falleció apenas seis meses después.
A partir de entonces, de mal en peor. La institucionalización del régimen tras la aprobación de la constitución de 1976 de inspiración soviética, fue un fracaso, y provocó el estallido de protesta social en la embajada de Perú y la posterior salida por el Mariel de centenares de miles de cubanos. La primera, desde los tiempos revolucionarios de Camarioca y los “vuelos de la libertad”. En todo caso, el sistema creado por Fidel Castro seguía expulsando población de la isla, pero ya no eran “los ricos, los explotadores y colaboracionistas de Batista” los que se aferraban a las embarcaciones del Mariel para huir del país. Se acababan los argumentos. El fracaso del “paraíso de los trabajadores” se mostraba como una evidencia ante el mundo.
Pero el “período especial” se encargó de hacer el resto, y durante dichos años, los trabajadores cubanos se encontraron presos de las contradicciones de un régimen encerrado en sus postulados ideológicos, que un día decía sí, y otro no, a las mismas medidas y actuaciones. Ahora, sin ayuda soviética, el culpable de todos los males era el bloqueo o el embargo, decretado por Kennedy, del que nadie se había acordado antes del derrumbe del muro de Berlín. En su congreso de 1990, la CTC, por primera vez, tenía que analizar el problema del desempleo en Cuba, que trataba de explicar por la “carencia de materias primas”, y tan solo un mes después, la Instrucción 137 del Tribunal supremo popular insta a la delación de aquellos que tengan un alto nivel de vida, persiguiendo y reprimiendo a los “coleros” y los “macetas”, experiencias de apertura en años difíciles que de este modo, volvían a ser enterrados, lo mismo que los mercados libres campesinos, que Castro consideraba un foco de “corrupción”.
El estallido social no se hizo esperar, y llevó a centenares de miles de cubanos a escapar de la isla en balsas, provocando otro conflicto con EEUU en las aguas del estrecho de Florida, que se trató de resolver reuniendo a los que huían de la isla en la base de Guantánamo.

Este recuento histórico confirma que los trabajadores cubanos no han visto solución para sus aspiraciones en Cuba, y todos los que han podido, han elegido la salida del país en busca de un lugar en que hacer realidad sus sueños. En la actual situación, en que el régimen se encuentra paralizado como consecuencia del final de la ayuda de Venezuela, y el fracaso de las medidas raulistas para mejorar el funcionamiento de la economía, otro estallido social es posible. La cuestión es si la vía de escapar del país será viable en las actuales condiciones. El castrismo sigue empecinado en implementar, sin apoyo democrático, un modelo económico diferente del que llaman “capitalismo salvaje”, que ya no existe en ningún país del mundo, y así les va. Si de verdad se pretende que los trabajadores cubanos ayuden a promover un desarrollo económico y una mejora de la calidad de vida y prosperidad de la nación, hay que restaurar un sistema de relaciones laborales distinto, porque el que existe, no funciona. En caso contrario, en los 1º de mayo castristas siempre habrá poco que celebrar.  

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