¿Por qué no funciona la inversión extranjera en Cuba? (I)

Elías Amor Bravo, economista
Con motivo de la celebración de la Feria Internacional de La Habana (Fihav-2019), Granma anuncia la publicación de unos artículos con el título, “Inversión extranjera en Cuba: de los frenos a los incentivos”. Loable misión. Para empezar, lo primero sería disponer datos con los que poder hablar en materia. Y en ese sentido, recordar que la ONEI no publica informaciones estadísticas sobre el monto, la distribución y las tendencias de la inversión extranjera en Cuba, por lo que cualquier cosa que se pueda decir sobre este asunto cae en esa nebulosa castrista, mezcla de propaganda y falsedades.
Conviene tener presente que esta Fihav, en la que participan empresarios de más de 55 países, ha empezado sus sesiones en el momento más complicado para la economía de Cuba, como consecuencia de la escasez de divisas, combustible y el endurecimiento de las sanciones de EE.UU. Algunos analistas apuntan que, desde antes del verano, la economía cubana afronta una profunda recesión, sin llegar a entrar en la dinámica de un nuevo “periodo especial”, pero en cualquier caso, el momento es poco propicio para dispendios.
De hecho, las autoridades se prodigan en términos como "difícil situación" y "circunstancias o coyuntura complejas" que ya no se apean de los discursos de los ministros del ramo económico, o del presidente Díaz-Canel, incluso se habla de un “plan de choque” de consumo de combustible y control de divisas, que está dejando sin actividad a un buen número de empresas y sobre todo al transporte. De modo que el Fihav llega en la peor coyuntura, si bien, en este como en otros ámbitos, la información que se dispone es limitada, fragmentaria y de escasa calidad.
Reconocido que sin datos estadísticos hay poco que decir,  no cabe duda que la inversión extranjera directa ha sido históricamente un instrumento empleado por los países atrasados para promover su desarrollo económico y social. Las inversiones extranjeras no solo representan aportación de capital financiero, sino también tecnología, know how empresarial y participación en cadenas de valor, de ahí que exista una cierta competencia entre los países pobres por atraer el inversor capitalista internacional. En los países avanzados, las inversiones extranjeras se mantienen, pero funcionan con criterios diferentes.
Para atraer el capital extranjero, no basta con discursos y propaganda. Lo fundamental y necesario, pero no suficiente, es crear un ambiente institucional y jurídico adecuado para la realización de dichos proyectos. Justo lo que no existe en Cuba. Alguien debería preguntar qué piensan los inversores extranjeros cuando contemplan la realización de un evento anticapitalista internacional en La Habana, justo el fin de semana del comienzo de la Fihav, y comprobar que fueron el centro de los ataques encarnizados de organizaciones de la izquierda reunidas en La Habana en esos mismos días. Lo razonable sería olvidar espectáculos que van en contra de la actividad emprendedora capitalista internacional porque la criminalizan bajo el calificativo de neoliberal. El régimen debe mucho más que cambiar el discurso. El que tiene, no sirve.
También es importante para el gobierno fomentar el desarrollo del sistema financiero interno, a la vez que se mejora la cualificación del capital humano, actuando sobre las infraestructuras para evitar cuellos de botella. Estos pasos previos a la captación de inversiones, en Cuba no se han dado. Y por ello, la inversión extranjera tiene sus dudas y carece de un modelo bien definido, del que insisto, no se tienen datos estadísticos.
También es fundamental para el país receptor, que la inversión extranjera se encuentre diversificada en origen. Apostar todo a una sola carta, suele salir mal. Pero incluso, en este caso, tampoco se cuenta con información estadística para valorar la procedencia del capital foráneo que llega a Cuba, salvo datos sueltos y poco relevantes.
La política de atracción de inversiones extranjeras en Cuba es burocrática y ello le resta eficiencia. Para empezar, en vez de promover una agencia especializada de captación de inversiones foráneas, se mantiene un departamento ministerial con una funcionaria comunista al frente, lo que desde el punto de vista operativo, tiene poco sentido. La burocracia, la lentitud y complejidad de las negociaciones con funcionarios, la ausencia de un marco administrativo eficiente, las imposiciones (como la cartera de proyectos o las contrataciones de personal y sus retribuciones) caen como una pesada losa sobre los inversores extranjeros que terminan desmotivándose por estos aspectos, sin duda importantes.
Además, en Cuba, las autoridades comunistas se empeñan, sin embargo, en concentrar el capital internacional que llega a Cuba en la llamada Zona Especial de Desarrollo Mariel, en la que hay que moverse en el terreno de las especulaciones para poder realizar una valoración del proceso. Se ofrecen algunas cifras, como que la Zona cuenta con 49 negocios aprobados, de estos 41 con capital extranjero, de 21 países, con un monto de inversión superior a los 2.200 millones de dólares. Pero esta información sigue siendo la misma que hace años, y no ha cambiado, por lo que sería conveniente que la estadística oficial publicase datos contrastables. El modelo de las ZED está obsoleto en la economía global del siglo XXI. Pudo ser adecuado para los "dragones asiáticos" en la década de los 80 del siglo pasado, pero en la actualidad no sirve.
Además, muchos inversores extranjeros que se interesan por realizar proyectos y operaciones en Cuba tienen dificultades para comprender que sea el estado, a través de sus empresas, el que se dedique a la producción de los artículos más disímiles en la economía, como pollo, carne de cerdo, confituras, válvulas industriales, sistemas hidráulicos y neumáticos, equipos dinámicos y sus componentes, barras y mallas compuestas de polímero reforzado de fibra de vidrio, oficinas y naves para uso industrial y de servicios, o papel tisú hecho de pulpa de celulosa y productos de limpieza. Todas estas actividades, en cualquier país del mundo, se ejecutan por empresas privadas independientes del estado o del gobierno. Hacia ellas se dirige el capital extranjero en busca de oportunidades. La anomalía cubana, pesa y mucho en las decisiones.
De igual modo, se sorprenden los inversores foráneos los criterios políticos que determinan que un determinado sector, como la salud, pase a ser objetivo del capital extranjero en contra de declaraciones anteriores, que lo mantenían al margen de las inversiones, como la educación o la defensa. Criterios políticos, no económicos, que hoy abren al capital extranjero un sector,y al otro día lo cierran. Criterios políticos, no económicos, son los que deciden. Mal asunto.
Es precisamente esta intervención del estado en la actividad empresarial el freno principal que distancia al inversor extranjero de Cuba. No lo observa en ningún otro país, ni siquiera en China, donde el partido comunista se retiró a la política oficial dejando que los agentes privados dirigir la economía nacional. El inversor extranjero que llega a Cuba se sorprende de la desconfianza de los dirigentes políticos hacia la libertad económica, la libre empresa y el derecho a emprender de la mayoría de los cubanos, convertidos en servidores del poderoso estado. Tal es, que ni siquiera el régimen autoriza a los inversores extranjeros realizar negocios con los trabajadores por cuenta propia.
De modo que, en vez de priorizar intereses privados para las inversiones, los extranjeros se sorprenden cuando son informados que sus proyectos deben someterse obligatoriamente a majaderías comunistas, como “un presunto plan de la economía”, a la diversificación y ampliación de los negocios, o a los proyectos de una cartera decidida unilateralmente por el gobierno, sin tener en cuenta las aspiraciones del inversor foráneo. Incluso, la alarma llega a muchos, casi siempre tarde, cuando comprueban la importancia de las “limitaciones financieras” que se manifiestan en continuos atrasos en los pagos a proveedores (se estima que a las empresas españolas se les adeuda unos 300 millones de euros), o la imposibilidad de una libre repatriación de beneficios a las casas matrices, como ocurre en otros países de la región. Asuntos para los que el régimen no tiene respuesta. En estas condiciones, por mucho que se esfuercen en explicar a los inversores foráneos que " la garantía" de que sus capitales y propiedades se encuentran a salvo en Cuba, lo cierto es que se despiertan no pocas incertidumbres y dudas.
Mal camino, sin duda para interpretar la voluntad de quien arriesga su dinero porque quiere. Este modelo agotará pronto la inversión extranjera y como siempre, la culpa al embargo.

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