Los coleros ganan la batalla de la propaganda al régimen comunista
Elías Amor Bravo, economista
¿Son tan malos los coleros? ¿Se justifica la represión del régimen contra ellos?
Las eternas colas de varias cuadras, a tempranas horas de la madrugada, son un fenómeno habitual en la geografía del comercio cubano, sobre todo para comprar bienes básicos de la dieta diaria, como aceite o carne de pollo y de limpieza doméstica, como los detergentes.
Muchas personas detestan realizar estas colas y no conseguir el producto tras largas horas de espera. No siempre queda para los que ocupan los últimos puestos, porque la entrada de mercancía es limitada y rara vez responde a las necesidades de la población. Otras personas, simplemente, no pueden hacer las colas, bien porque están en sus ocupaciones laborales o familiares que no deben desatender, o simplemente porque tienen algún impedimento para realizar las colas.
En todos estos casos, que son muchos, la solución para evitar las colas, la proporcionan unos ciudadanos anónimos que, a cambio del servicio, cobran una retribución. Normal. El coste de oportunidad es fundamental para que una economía funcione. El colero, que es el término despectivo utilizado por el gobierno contra estos ciudadanos, vende un puesto de los primeros de la cola, que asegura al comprador la consecución de su objetivo de compra. Pero para formalizar esta transacción, el colero antes debía pasar la noche a la intemperie en la cola y sacrificar horas de su tiempo de ocio con su familia. Nada es gratis.
Viendo que estas personas iban creando un “mercado” informal y satisfaciendo las necesidades de los ciudadanos enemigos de las colas, el régimen decidió la creación de unos “grupos para enfrentar coleros y revendedores” por toda la isla acusándolos con la propaganda oficial de ser los culpables de las colas. La idea era que estos grupos de intervención acabaran reduciendo la participación de la gente en las colas, más aún, en un momento en que por culpa del COVID19 se insistía en la necesidad de guardar distancias de seguridad.
Por todo el país, a partir del 1 de agosto, se procedió a la creación de estos grupos para la prevención y enfrentamiento a coleros, revendedores y acaparadores con el objetivo de “organizar las colas, y eliminar las listas y turnos otorgados por algunas personas durante varios días”. Lo curioso es que estos grupos están integrados por jefes, funcionarios y miembros de las organizaciones de masas, lo que ha mostrado la incapacidad de la policía y el ejército para evitar las aglomeraciones en la actual situación de crisis. Pero también dudas sobre si esta gente no debería estar en sus ocupaciones principales, en vez de dedicarse a la delación y represión de los conciudadanos. Pese al clima represivo, las protestas se han ido extendiendo por todo el país.
No obstante, como cabía esperar, estos grupos no han dado los resultados esperados por el régimen, y las colas, cada vez más largas y desorganizadas continúan y el comercio informal crece de forma espectacular. La represión no ayuda a resolver problemas que tienen que ver, sobre todo, con la escasez de productos de primera necesidad. Una situación que empezó a agravarse el pasado año, por la falta de divisas del gobierno para hacer frente a las importaciones, y la baja productividad general del sistema económico, sobre todo la agricultura. Además, la llegada del COVID19 agravó estos factores estructurales, si cabe, más aún.
En vez de tratar de resolver los problemas principales, el régimen vuelve a las andadas: la represión, la delación y la prisión. Lo que siempre ha hecho en estos casos. Pensar que la policía de la seguridad del estado o los grupos anticoleros van a ser la solución del problema es una torpeza, ya que el origen se encuentra en el desabastecimiento general que sufre el país.
Además, el régimen ha fracasado en otras cuestiones relacionadas con la actuación contra los coleros. Ha observado que no se trata de casos aislados, sino que mucha gente ha descubierto la rentabilidad de dedicarse a esta actividad, tanto por la satisfacción de necesidades a otros, como por la obtención de un lucro, el gran enemigo del régimen comunista cubano. Los que van siendo detenidos, vuelven a la actividad en cuanto pueden y los que se intentan “reorientar” a través de las organizaciones de masas que sostienen al régimen, otro tanto.
La gente que se dedica a esta actividad, la venta de su puesto en las colas como medio de vida, coincide en señalar que, a pesar del riesgo a ser detenidos y procesados, se obtiene una mayor retribución con este trabajo informal que con cualquier empleo en el sector presupuestado, dominado por bajos salarios, precariedad laboral, pésimas condiciones de trabajo y falta de oportunidades para el desarrollo profesional y social.
La acción represiva del gobierno se ha dirigido no solo a los coleros, que gozan de cierta aceptación social, sino también contra revendedores y lo que denominan “traficantes de divisas”, los que ofrecen dólares a cambio de CUP o CUC para poder abrir cuentas en los bancos y con la tarjeta de débito, comprar en las tiendas en MLC. Otros ciudadanos han sido procesados por presuntos delitos de “especulación y acaparamiento”, por haber comprado mercancías con el propósito de revenderlas. En estos casos, las sanciones no son dinerarias, sino que suponen penas de tres meses a un año de privación de libertad.
Algunas fuentes de la isla señalan que detrás de la escasez también existe “una trama de malversación a cargo de dirigentes corruptos, a los que nunca se ha visto haciendo cola sin exponer su salud ni la de su familia en una cola”. Por suerte, muchos ciudadanos han entendido que el desabastecimiento de la economía es el culpable de las inmensas colas y no la actuación de los coleros, acaparadores y revendedores, a los que quiere culpar el régimen para librarse de la responsabilidad de su ineficiencia. Los cubanos de la diaspora rara vez hacen cola para comprar en los comercios de Madrid, Hialeah o México. El mal es endémico y está en el sistema económico de la isla.
Esta reflexión se ha extendido como la pólvora en la sociedad cubana y la propaganda oficial del régimen no ha tenido éxito en sus campañas de hostigamiento y denuncia de los coleros y revendedores. Ya no está Fidel Castro para frenar estos procesos con sus tradicionales algaradas, y Díaz Canel ofrece un liderazgo autoritario distinto. Más bien, se ha producido todo lo contrario, ya que los ataques de editoriales oficiales, de las mesas redondas y reuniones de partido, no han conseguido librar de responsabilidades a la cúpula gobernante y desviar la atención de la realidad, que no es otra que la incapacidad gubernamental para satisfacer las necesidades básicas de la población. Esta sí que es una buena noticia. Vienen curvas.
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