El régimen castrista declara la guerra a los coleros

Elías Amor Bravo, economista

El régimen ideado por Fidel Castro se ha basado históricamente en la delación, enfrentando a unos cubanos contra otros. Los comités de defensa de la revolución fueron creados, en un primer momento, para cumplir esta misión. Denunciar comportamientos desviados, no revolucionarios, era la consigna, para que después las autoridades tomasen las medidas penales. La delación devino en algo consustancial a la supervivencia del régimen revolucionario, un rasgo de su identidad que rápidamente obligó a los cubanos a reaccionar para sobrevivir.

Con el paso del tiempo, este sistema de delación adquirió más importancia aún, cada vez que el país entraba en crisis, como ocurrió en distintos momentos a lo largo de su existencia. Entonces se identificaba un enemigo, un “antisocial” al que habúa que acosar y hacer la vida imposible. Los cubanos saben bien de qué estoy hablando, porque esta consigna de delatar, reprimir y expulsar de Cuba a compatriotas ha sido recurrente en 61 años, y ha formado parte del adn de tres generaciones de cubanos. Para los comunistas, solo es posible un modelo de sociedad: la de ellos. La alternativa no es admisible y si aparece, simplemente se persigue y elimina. Un país como Cuba se ha desangrado en éxodos multitudinarios porque el régimen ha propiciado la uniformidad ideológica y la delación.

Ahora, en estos momentos muy difíciles en los que la economía avanza hacia el colapso y la crisis alimentaria, el régimen castrista ha identificado un nuevo enemigo a destruir y ha puesto toda la prensa oficial y la propaganda a su servicio. Contra los acaparadores, revendedores y coleros, de momento se ha creado una campaña de acoso, pero puede acabar siendo mucho peor si se crean los grupos de respuesta rápida que ya se han anunciado en Holguín. Sin embargo, el régimen observa con sorpresa que la visión que está queriendo implantar de estos ciudadanos como “antisociales” y delincuentes, tropieza con el éxito y la extraordinaria aceptación social que tienen los servicios que prestan.

Granma destaca que los ataques a acaparadores, revendedores y coleros aumentan en las redes sociales, en los periódicos en internet y programas televisivos, y hace referencia a múltiples experiencias. Pero claro, lo que no dice es que buena parte de las quejas vienen de partidarios y defensores del régimen que han sido aleccionados para que lancen este tipo de mensajes. Mientras el agua llegue hasta aquí no habrá problemas, lo malo es que siga subiendo.

La propaganda comunista ha puesto su punto de mira en una posición que, probablemente, no coincide con la mayoría de la población. El criterio de la propaganda oficial del régimen se basa en una supuesta inconformidad de la ciudadanía afectada por estos comportamientos asociados al “monopolio” de las colas lo que les obliga más tarde a recurrir a la adquisición de los productos en el mercado negro, a precios superinflados. Ciertamente, no es este el orden de los hechos, tal y como explican muchos cubanos.

Por el contrario, la necesidad de recurrir a los que “rompen” las colas viene motivada por el hecho de que, tras varios intentos infructuosos, la gente se cansa de perder el tiempo y no conseguir el producto que buscan, porque lo que existe en las tiendas es insuficiente. Más aún, las personas que tienen dificultades físicas o de cualquier tipo para formar las colas durante horas. Por ello, surge alguien que ofrece su turno en la cola, generalmente de los primeros, para que el consumidor tenga asegurado el acceso al producto que desea. Es turno temprano no cae del cielo, como el maná. Hay que pelear por él, hacer guardia en la puerta del establecimiento, pasar una noche o varias a la intermperie, durmiendo como se puede y lejos de la familia. El negocio del colero, en la economía informal, es de los más importantes que han existido en Cuba durante 61 largos años de colas y penurias.

¿Qué hay de malo en ello? La cola no es otra cosa que una consecuencia de la pésima gestión de la economía por el régimen, y ahí es donde se debería situar la responsabilidad, y no en estas personas que dedican tiempo, esfuerzo, horas de sueño y capacidad de gestión a una labor que tiene un alto beneficio social y que por ello, lógicamente, debe reportar un beneficio privado, y que se mantendrá mientras que subsista la escasez y miseria en Cuba.

La propaganda del régimen en este asunto se encuentra tan alejada de la realidad que incluso llega a presumir que estos comportamientos están relacionadas con “el escenario de guerra mediática que enfrenta Cuba por hace más de seis décadas”. Increíble.

Coleros y revendedores surgen porque hay colas. Los acaparadores, como los califica Granma, son personas que temen que los productos desaparezcan de los mercados y que cuando vuelvan a necesitar simplemente no estén. Las colas están provocadas por la deficiente gestión económica. Los ciudadanos que atacan a los coleros y revendedores, si es que existen, deberían dirigir su cólera a los dirigentes comunistas, que ellos, a buen seguro, no tienen que pasar largas horas en las colas del infortunio. Si algun ciudadano no puede acceder a “compras esenciales” como consecuencia del monopolio y control de las colas, que sepa que el único responsable de esa situación es el dirigente comunista al frente del país, y a él es al que se deben pedir explicaciones.

La gran irresponsabilidad de la prensa oficial es utilizar este escenario para enfrentar a unos cubanos con otros, promover las delaciones y acusaciones, en definitiva, volver al más de lo mismo, de siempre. Esto no es bueno para un país, ni se debe seguir en momentos como el actual, de especial gravedad. Es más, si el régimen sigue adelante con sus planes y elimina los coleros, acaparadores y revendedores, como han anunciado las tiendas de Cimex, la situación económica de muchos cubanos se puede ver empeorada y la necesidad de “resolver” una vez más convertirse en un problema de difícil solución.

Por último hay que decir a Granma que por supuesto que sí, que los cubanos tienen derecho a quejarse por el desabastecimiento en las tiendas, sin necesidad de ridiculizar nada. Los errores de gestión económica del régimen están ahí y son bien visibles. En las tiendas en dólares no hay problemas para comprar aquello que se desea; en las tiendas estatales si, de ahí que la injusticia sea si cabe aún mayor. En Cuba, por mucho que el régimen declare que no se deja abandonado a nadie, son muchos los necesitados, los que buscan a los acaparadores, revendedores y coleros para que les ayuden a resolver sus necesidades de comida y limpieza. Más que una actitud socialmente negativa, ofrecen un beneficio a la sociedad. Ellos si que no abandonan a nadie.

Por eso, no es ningún deber histórico para los revolucionarios cerrarles el paso a estos cubanos que se dedican a dar soluciones a sus compatriotas. Los que cierran el paso son precisamente los que provocan las colas, y hace falta entender esto para quitarse las cadenas que atan al pueblo cubano a un régimen político e ideológico contrario a la razón humana.


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