Reflexiones en torno al discurso de Raúl Castro en la Asamblea Nacional

Acabo de leer el discurso de Raúl Castro ante la Asamblea Nacional de ayer 18 de diciembre. Lo he leído porque en algún informativo de la televisión española, no se si en Tele5 o en Antena 3, la periodista al dar los titulares de la información decía que Raúl Castro abría las puertas al capitalismo en Cuba y enterraba el socialismo. Falso, evidentemente. A veces hay que ir a las fuentes para asegurarse de la noticia. Y en este caso, estamos ante un ejemplo más.
Raúl Castro no quiere el capitalismo para Cuba. Sus "lineamientos" no son otra cosa que un experimento más de la dictadura comunista para ganar tiempo. Dejar la base de la economía cubana en el socialismo y no reconocer la propiedad privada ni la acumulación, no sólo significan más de lo mismo, sino que se mantiene el entorno que ha supuesto el rotundo fracaso de la economía cubana en estos 51 años.
Y aunque pueda parecer lo contrario, el discurso de Raúl Castro está lleno de referencias críticas. Eso si, a los gestores del modelo. Nunca a éste. Se proponen absurdos como la actualización ideológica del socialismo, o su perfeccionamiento.
Y entonces, nos tenemos que preguntar, ¿pero se puede perfeccionar algo que ha mostrado su fracaso durante tres generaciones?
A comienzos de la década de los años 90, cuando el muro de Berlín se derrumbó y la economía cubana se quedó sin los recursos financieros que el comunismo soviético le otorgaba para extender las ideas equivocadas que ahora se plantean actualizar, surgió en Cuba una onda de actividad económica privada sin precedentes. El gobierno castrista se vio en la necesidad de adoptar medidas para que aquellos negocios se consolidaran, siempre en contra de la voluntad del máximo líder, entonces en plenitud de salud. Pero diez años más tarde, aquella experiencia, que podría haber mejorado notablemente las condiciones de vida de los cubanos, y promover el nacimiento y consolidación de una sociedad civil capaz de plantar cara al poder político, fue eliminada, perseguida y criminalizada. La economía se "recentralizó" aumentando la presión sobre los pequeños negocios que habían surgido en los años anteriores. En un alarde de locura histórica, Fidel Castró decidió destruir el sector azucarero, joya de la economía cubana y sector de un gran valor cultural e histórico. Ese es el legado castrista, la miseria, la pobreza, el sometimiento de la sociedad al poder político.
Los Castro saben que la economía puede convertirse en un contrapoder que les aparte definitivamente de la dirección política del país. Cubanos con poder económico, son cubanos más libres, que en un determinado momento, pueden sentirse ajenos a las directrices de la dictadura. Ese ha sido el fin de los gobiernos totalitarios en España o Chile. Las transiciones a la democracia han sido ejemplares y mucho más fáciles.
Los Castro se están preparando para dificultar al máximo este proceso, para evitarlo, para robar a los cubanos su destino histórico que no es otro que la democracia y las libertades. Y lo hacen manejando la economía, como si de un juego de naipes se tratase. Gran error. Las consecuencias de este nuevo experimento pueden ser terminales, y todo hace presagiar que la reducción del nivel de vida, de por si bajo de los cubanos, puede terminar en un grave estallido social.
Ya no hay tiempo para más. Pero la responsabilidad, aun cuando los gestores la tienen, es del sistema, que no funciona y que hay que sustituir por la economía libre de mercado con propiedad privada. El resto, como casi siempre ocurre en la dictadura comunista, es palabrería y demagogia,

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