Las reformas económicas del raulismo desde la libertad
Elías Amor Bravo, Economista ULC
Los economistas cubanos de la línea oficial han
hablado sobre las reformas del raulismo. Lo han hecho, en el libro de reciente
publicación, titulado Miradas a la economía cubana: el proceso de
actualización (Editorial
Caminos), de autores como Pavel Vidal, Omar Everleny, Ileana Díaz y Ricardo
Torres; Dayma Echeverría y Teresa Lara; Luisa Íñiguez, Armando Nova, Camila
Piñeiro y Juan Triana, profesores e investigadores de diversos centros
académicos oficiales, casi todos de la Universidad de La Habana.
En este libro la tesis general que
subyace insiste en que “la eliminación de subsidios y el aumento de precios
pueden impactar más a familias necesitadas, mientras se implanta el nuevo
sistema de apoyos selectivos”, con unas consecuencias evidentes en términos de
desigualdades económicas y sociales. Y a partir de este diagnóstico, concluyen
que “se requieren nuevas formas de asignar el gasto social para evitar un incremento
desproporcionado de la pobreza durante el ajuste”.
Con todos mis respetos, ¿quién dijo
que iba a ser fácil?
Desmontar una economía estalinista,
intervenida y planificada, en la que no existe un marco jurídico que soporte y
respete los derechos de propiedad privada, para su transformación en una nueva
economía de mercado libre, con respeto a la propiedad, tiene sus costes y
dificultades. Una de ellas son precisamente las desigualdades, que ya existen
en la economía castrista, y donde no dependen de la capacidad de trabajo, ni de
las cualificaciones, ni del esfuerzo, el ahorro o la acumulación, sino de la
pertenencia a la línea de mando oficial, o la proximidad a la jerarquía de los
Castro. Pasar de una desigualdad política e ideológica, a una desigualdad
económica parece un objetivo bastante razonable, y desde luego, hasta que no se
ponga fin a las injusticias y desigualdades anteriores, será muy difícil que
los cubanos se empeñen en sacar adelante su economía, trabajando, acumulando y
creciendo, lo mismo que en cualquier otro país.
No creo que exista una excesiva
resistencia a los ajustes económicos, puestos en marcha por el régimen
castrista.
No llegan muchas informaciones procedentes de Cuba sobre protestas
sociales masivas o manifestaciones. Todo lo contrario. La protesta de la
disidencia en Cuba se dirige a las libertades democráticas, el respeto a los
derechos humanos y las libertades.
El régimen se emplea con mano dura,
y solo afloja, como en el proceso de eliminación del empleo estatal, cuando la
tensión es insoportable. Lo que verdaderamente quieren los diversos sectores de
la sociedad, entre ellos desempleados, jubilados, familias pobres y burocracia,
es un liderazgo efectivo que marque con claridad cómo se pretende que sea la
economía cubana en el horizonte de una década y fijar las acciones más
adecuadas para ello. Lo que verdaderamente preocupa a los sectores que pueden
perder más con los cambios, la dirigencia política, los representantes del
régimen y sus organizaciones de masas, los directivos de las ineficientes
empresas estatales, etc, es llegar a perder esas posiciones de poder que
suponen una ventaja con respecto a sus semejantes, conseguidas tras años de
obediencia y sometimiento a una línea oficial que ahora, cincuenta años
después, se está intentando transformar en algo distinto.
La resistencia al cambio económico
viene de los sectores sociales perdedores. En eso coincido con los autores del
libro. El problema es que el abrumador control político e ideológico que ejerce
el castrismo sobre la sociedad civil cubana, inexistente tras medio siglo de
tiranía, hace inviable que en estos momentos aparezcan públicamente los
sectores ganadores de los cambios. Por supuesto que aparecerán. No tardarán en
hacerlo. De vez en cuando, nos encontramos con algún enunciado procedente de
esos nuevos sectores que están apareciendo al hilo de los cambios, pero la
debilidad de los ganadores es muy importante, y no se van a atrever a plantear
demanda alguna, y hacen bien para preservar su salud, hasta que la plataforma
alternativa se debilite más.
Una debilidad que el raulismo está
intentando frenar, aunque saben que han perdido la batalla final. Un ejemplo,
conforme el trabajo por cuenta propia contrate a más empleados, y pague
salarios más elevados que en el empleo estatal, los lazos de adhesión y
dependencia con la línea oficial quedarán para siempre rotos. Preveo impacto
positivo en el empleo, sobre todo de aquellos que estén dispuestos a trabajar
duro. Como han hecho los cubanos en el exilio durante medio siglo, capaces de
construir su futuro sobre valores muy distintos a los que existen en la Isla.
Por ello, no creo que la clave esté
en el manejo del gasto social. Por desgracia, el margen del régimen para
utilizar el gasto como instrumento de política económica es limitado, porque la
persistencia de un déficit público del 3,5% del PIB con una parálisis de
inversiones en infraestructuras necesarias para modernizar la economía, dibujan
un cuadro bastante pesimista de la realidad. Por desgracia, la mayor parte de
la asignación del gasto se sigue concentrando en la compensación de pérdidas de
las ineficientes empresas estatales. Por otra parte, los fondos no van a llegar
del exterior, como proponen los autores, si no se produce un cambio drástico de
la estructura socio productiva y jurídica de la economía. No creo que nadie
vaya a arriesgar su dinero en Cuba si se mantiene el papel predominante del
estado.
Hay que irse olvidando del gasto
público como instrumento del cambio que necesita la economía castrista. La
participación del gasto público en el PIB de la economía cubana supera en más
de 20 puntos a la media de los países de América Latina. En la distribución de
la economía entre sector público y privado, la reducción programada tiene que
mantenerse durante décadas. El reajuste de los gastos debe servir para emerja
un sector privado capaz de ofrecer bienes y servicios de acuerdo con las
preferencias de los cubanos, y no de las directrices de un organismo de
planificación. Es preciso movilizar los recursos escasos de los reductos de
ineficiencia hacia las infraestructuras que modernicen la economía.
Toda reforma exige un pacto social,
que en el caso de la economía cubana, debe servir para aumentar la dimensión
del sector privado, con la restauración de la economía de mercado, la
liberalización sectorial y la libertad de creación de empresas y de propiedad
privada. El principal objetivo de la política económica en Cuba debe ser el
crecimiento y desarrollo de la base productiva, la superación de la
ineficiencia, de las formas estatistas obsoletas y la rápida modernización del
capital productivo del país. Si para esta tarea se necesita un pacto social,
adelante. Los capitales vendrán del exterior y en un tiempo los cubanos estarán
en condiciones de ser dueños de su propio destino, de decidir con libertad lo
que quieren consumir, ahorrar o dedicar a cualquier actividad, sin las
injerencias del poder político. La protección de los sectores sociales más
desprotegidos debe ser, en todo caso, una prioridad, pero nunca alcanzará los
despilfarros en las ineficientes empresas estatales.
Con el tiempo, la política económica
deberá preocuparse por el enfoque de redistribución, si los cambios produjeran
las desigualdades que los autores de este libro apuntan. Creo que los cubanos,
como sociedad organizada, están hartos de falso igualitarismo, y necesitan que
desde la dirección política, necesariamente democrática, se estimulen otros
valores como la creatividad, la capacidad para emprender, la libertad, para
llegar hasta donde cada uno pueda en función de sus posibilidades. Las
eventuales ambigüedades e indefiniciones del proceso emprendido por Raúl Castro
para “actualizar el socialismo” tiene mucho que ver con su alejamiento de esta
regla de oro que debe servir para dirigir el presente y futuro de la economía
cubana.
Preocuparse por la dimensión del
gasto público, la redistribución, la velocidad del cambio me parece muy bien,
pero el tiempo se acaba, y hay que hacer mucho para superar la secuela
destructiva del castrismo.
Si los cubanos se ponen a trabajar,
encuentran que pueden ganar salarios más elevados en función de su desempeño,
descubren que pueden ahorrar y acumular sus ingresos para el futuro sin el
temor a eventuales incautaciones, que la gama de bienes y servicios que pueden
elegir también es mayor y cualitativamente mejor, todo el mundo se pondrá manos
a la obra. Ya se hizo en otras épocas de la historia, y ahora también se puede
hacer.
Posiblemente, la estabilidad del
país sea más fácil de conseguir con ese huracán de destrucción creadora del que
hablaba Joseph A. Schumpeter cuando se refería a los cambios económicos
producidos por la influencia de los emprendedores y la innovación. A corto
plazo, esta política económica, implementada sin temores y cortapisas
ideológicos filo marxistas, puede mejorar el nivel de vida de los cubanos de
una forma muy significativa, sin necesidad de la intervención estatal.
Modestamente, creo que esto es lo que se debe hacer. Tiempo habrá para otras
cuestiones, pero lo primero debe ser lo primero.
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