Ellos le llaman “reordenamiento laboral”
Elías
Amor Bravo, Economista
El
proceso de “reordenamiento laboral”, uno de los hitos de las reformas
anunciadas por Raúl Castro, se está
ralentizando más de lo previsto, y a ello Granma le dedica un artículo en su
edición de hoy.
Según se
señala, el número de empleados estatales que recurre a los tribunales laborales
en demanda de justicia, al ser expulsados de sus trabajos, es decir, “reordenados”,
está aumentando de forma inesperada.
Y los tribunales no lo dudan. Muchos se
están poniendo del lado de los trabajadores, obligando al empresario, es decir,
al estado que pretendía reducir su volumen de empleo, a volver a admitir al
trabajador cesante.
El “reordenamiento
laboral”, que empezó siendo una acción necesaria, porque, según palabras del
propio Raúl Castro en la Asamblea nacional a finales del pasado año, “la
economía cubana está al borde del abismo”, no acaba de funcionar correctamente
y por eso se ha venido frenando de manera muy destacada.
Muchos trabajadores
cubanos no aceptan la privación de un puesto de trabajo, mal pagado y sin
expectativas de futuro, por una situación de desempleo temporal hacia un
trabajo por cuenta propia, que era el diseño que las autoridades habían venido
fijando como meta.
¿Estamos
ante un ejemplo de la división interna dentro del castrismo? Si ello fuera así,
tendríamos de un lado, digamos, el “reformista”, al propio Raúl Castro,
empeñado en reducir empleo y despedir trabajadores del estado para que crezca
la iniciativa privada. De otro lado, la burocracia comunista que se resiste, su
organización sindical paralela, y por qué no, muchos miles de cubanos que no
aceptan perder sus empleos, mal retribuidos y sin futuro, en el estado, a
cambio de una experiencia incierta en el ámbito del cuenta propismo. La verdad
es que las cosas no son ni blancas ni negras, y como siempre, hay que ir a las
tonalidades grises intermedias.
El punto
de discordia, al parecer, se encuentra en la denominada “idoneidad”, que es el
mecanismo que se viene utilizando para dejar cesantes a los trabajadores
estatales, y que está propiciando más de un dolor de cabeza en su
implementación. En un país en el que no existe un marco de relaciones laborales
como el existente en otros países democráticos, basado en el diálogo social y
la concertación, se hace difícil obtener alguna conclusión sobre qué es lo que
está sucediendo realmente. Tal vez por ello, el artículo de Granma sea
especialmente interesante.
En dicho
artículo se insiste en que las “administraciones deben proceder con
transparencia durante este proceso de reordenación laboral, y las
organizaciones sindicales y políticas, velar para que el principio de
transparencia se cumpla”. Nada que objetar si se tiene en cuenta el
intervencionismo que caracteriza a la economía castrista. Las relaciones laborales
son un instrumento al servicio del funcionamiento ordenado de la economía, y lo
que se pretende conseguir es un escenario de justicia y de compensaciones que
no perjudique al trabajador, pero tampoco al empresario. Pero al mismo tiempo, el
artículo se pregunta, “si esto no ocurriese, ¿con qué cuenta el trabajador para
solicitar un mejor derecho?”.
La clave
de todo esto se encuentra en la medición del desempeño laboral en una economía
colectivista.
Porque si esta tarea es difícil en la economía de mercado libre,
y en ocasiones resulta especialmente compleja, qué podemos afirmar de un
sistema en el que la propiedad de los medios de producción es teóricamente de
todos, es decir estatal, y los objetivos se miden con otro tipo de criterios.
Si no fuera por el drama personal que supone perder un empleo, tendríamos
oportunidades de tomar a puro choteo cubano los referidos “parámetros de
eficiencia, como el aprovechamiento del recorrido, el valor del litro de
combustible, el índice de consumo, el aporte a la propina colectiva, elementos
que resultaron ser medibles para todo el colectivo con el mismo perfil de
cargo", en la empresa estatal de taxis que se menciona en el artículo.
La
consecuencia de todo este proceso de reclamaciones, es que los tribunales están
obligando a la reincorporación de los trabajadores despedidos a sus puestos de
trabajo, lo que crea una sensación de incertidumbre en los gestores de las
empresas y organizaciones que, lejos de carecer experiencia sobre estas
cuestiones, se encuentran con que sus decisiones son sistemáticamente tumbadas
por los jueces laborales.
La
Central de Trabajadores de Cuba aparece como un agente muy activo en todo este
proceso. La idoneidad para el despido, según esta organización, que dice
defender los derechos sindicales de los cubanos, “debe partir de una evaluación
integral de cada trabajador. Deben existir elementos que prueben que uno es más
idóneo que otro. Ahí pueden entrar a jugar los resultados de la evaluación del
desempeño y otros factores que demuestren que estamos ante el trabajador más
idóneo para el cargo". Y añaden "si la norma orienta que en el
proceso de disponibilidad tiene que estar garantizada la transparencia, la
administración no puede entrar en favoritismo, discriminación o distinción
entre un trabajador u otro que afecte el principio de idoneidad".
Al parecer,
cuando Raúl Castro anunció los despidos de las empresas estatales, no sabía que
la evaluación del desempeño es una técnica de gestión prácticamente inexistente en las empresas y
organizaciones de la Isla, de modo que “las deficiencias que subsisten en
muchos centros para reconocer al trabajador más idóneo tienen que ver con
irregularidades que se suscitaron —y todavía se suscitan— en algunos centros de
trabajo con la evaluación del desempeño”.
Es decir,
más que incumplimiento de la norma o falta de transparencia y favoritismos, una
vez más, nos encontramos con un escenario de desconocimiento de las reglas
básicas de gestión de una economía moderna, en este caso, de la dirección de recursos humanos.
Por medio de la evaluación del
desempeño, la determinación objetiva de los candidatos a la “idoneidad” sería
mucho más fácil y objetiva. Pero una vez más, los intentos de avanzar se
encuentran limitados por la herencia del sistema, insensible a este tipo de técnicas de gestión muy extendidas en la economía de mercado libre.
Y lo que
es peor, la pregunta que muchos se están haciendo es ¿para qué evaluación del
desempeño, si lo que se tiene que hacer es despedir trabajadores? Como en otras
muchas ocasiones, el cántaro antes que la vaca viene a poner de manifiesto que
el cuento de la lechera es un rasgo característico de la economía castrista, lo mismo que la entrega de tierras en usufructo y los distintos experimentos con los que pretenden aligerar la pesada carga de la economía colectivista de base estalinista.
No seré
yo el que defienda como se están llevando las cosas. Por supuesto que las
empresas pueden corregir los errores e irregularidades cometidas con los
procesos de despido. Nada hay que lo impida. Para eso están los tribunales de justicia. Pero el aumento de reclamaciones, sobre todo cuando éstas
se están alentando desde la organización sindical, que parece haber despertado
de un letargo de casi medio siglo en todo este proceso, hace presagiar otro
escenario de incertidumbre para la deteriorada economía cubana. Visto desde
fuera, el caos está servido. La construcción de una economía de trabajadores
por cuenta propia pende de un hilo.
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