¿Por qué no va bien la inversión extranjera en Cuba?
Elías Amor Bravo, economista
Alguien debería explicar a los dirigentes
comunistas de La Habana que la “cartera de oportunidades” es un
instrumento poco adecuado para captar inversiones extranjeras.
Demasiada es la confianza que se otorga a la
cartera para “dinamizar los procesos inversionistas, en especial
los vinculados al capital extranjero”. No es oro todo lo que reluce
en el ámbito de la globalización económica y, en general, el
inversor internacional es poco proclive a seguir recomendaciones de
gobiernos intervencionistas y poco favorables a la libertad
económica.
Si a ello se unen las preocupantes “dilaciones
excesivas del proceso negociador” y la necesidad de “superar la
mentalidad obsoleta llena de prejuicios contra la inversión
foránea”, según proclamó el mismo Raúl Castro ante la Asamblea
Nacional del Poder Popular en diciembre de 2016, preocupado por la
deficiente marcha de la política de inversiones extranjeras, el
círculo vicioso queda cerrado.
Insisto, si los dirigentes comunistas, como
Déborah Rivas Saavedra, directora general de Inversión Extranjera,
del Ministerio de Comercio Exterior y la Inversión Extranjera
(Mincex), creen que con la “cartera” y acelerando trámites van a
conseguir superar el marasmo y retraso de las inversiones extranjeras
en Cuba, por otra parte necesarias para suplir la carencia de divisas
de la economía, están equivocados porque resulta evidente que se
requiere hacer otras cosas y además, muy distintas.
Deberían saber, por ejemplo, que a mayor
intervención y regulación, trámites, normativas y demás, menos
interés tendrán los inversores extranjeros en Cuba. Generalmente,
se trata de empresarios que van buscando economías para apostar por
proyectos de los que esperan obtener réditos superiores a los que
obtienen en su país de origen. Nadie cambia de lugar de residencia
si no es para mejorar. Lo mismo ocurre con el capital. Si no
consiguen esos objetivos en un país, o no los ven claros,
simplemente se van a otro.
El fenómeno de la “reversión tecnológica”,
bien conocido por los economistas, está detrás de estos procesos.
Las tecnologías que se van quedando obsoletas en los países más
avanzados, se trasladan a otros con menores costes y vuelven a ser
rentables alargando su ciclo vital. En última instancia, son las
empresas y sus dirigentes, los responsables de adoptar las decisiones
de deslocalización, y los gobiernos, a lo sumo, deben
responsabilizarse de crear un entorno estable para que esos negocios
se puedan realizar normalmente.
Cuando se analiza la política del régimen
castrista para atraer inversores internacionales, es fácil concluir
sus pésimos resultados. ¿A quién se le puede ocurrir crear nada
más y nada menos que un Ministerio, el Mincex, como organismo
rector de la política de inversión extranjera? Generalmente, la
burocracia ideológica no sólo espanta a los inversores, sino que
los lleva a desconfiar de los intereses que mueven estas operaciones.
Más práctico, e incluso rentable, sería crear una agencia privada
independiente de captación de inversiones, con autonomía y
capacidad para relacionarse con potenciales inversores.
A pocos inversores extranjeros gusta que les digan
en qué tienen que poner su dinero, y además, con quién tienen que
hacer el negocio que, además se reserva la acción de oro (el estado
así lo hace en Cuba). Tampoco es de su agrado comprobar que en el
cálculo de los valores mínimos del suelo para los negocios con
capital extranjero por sectores y zonas aparecen diferencias que
resultan incomprensibles, más aun en un país en que el estado es el
único dueño en que pueden materializar los proyectos de inversión.
Nada fácil de entender.
Por si fuera poco, estar hablando siempre del
“impacto negativo del bloqueo, la dualidad monetaria y cambiaria,
así como las restricciones de liquidez”, tampoco es bueno para
atraer el capital extranjero porque genera incertidumbre. Se trata de
problemas cuya solución está al alcance del régimen, y si no lo
hace, sus razones tendrá.
A pesar de todo ello, las autoridades parecen
optimistas por haber logrado alcanzar en 2017 un importe de capital
comprometido que supera los 2.000 millones de dólares, para un
conjunto de 80 proyectos que todavía no se han concretado, y “otros
15, con un volumen de inversión superior a los 900 millones de
dólares, que andan en fase avanzada de las negociaciones”. Curiosa
manera de informar a la Asamblea nacional sobre un sector y una
actividad, a la que el régimen otorga la máxima relevancia,
llegando incluso a aprobar una Ley específica que raya con la
constitución de 1992 en algunos preceptos.
Además, trasladar la responsabilidad del éxito
de las inversiones extranjeras a las empresas estatales cubanas no
parece sensato. ¿Por qué tienen que ser las empresas estatales los
únicos beneficiados de esos flujos de capital foráneo? ¿Qué
impide a los arrendatarios de tierras, a los cuenta propistas o a las
cooperativas, por ejemplo, formalizar operaciones de inversión
extranjera?
La solución es fácil, si las empresas estatales
se muestran poco proclives a atraer capital del exterior, bien por
capacitación o por estar acostumbrados a una penosa obediencia
vertical que limita su capacidad de gestión, la solución es ampliar
la base de potenciales receptores de capital extranjero. Estoy seguro
que muchos cuenta propistas verían cómo sus negocios prosperan
atrayendo franquicias extranjeras, por ejemplo, o asociándose en
joint ventures con startups que aprovechen el capital humano
existente en el país. Y para todo esto, la realidad es que la
“cartera de proyectos” sobra. Créanme.
De los cambios de mentalidad de las empresas
estatales, de lo que hablan estos días en la Asamblea Nacional, a
una plena liberalización de los movimientos de capital existe un
largo trecho por recorrer, que nada tiene que ver con el ritmo
titubeante de la llamada actualización del modelo económico. La
libertad de empresa en Cuba combinada con los derechos de propiedad y
la integralidad del mercado como instrumento de asignación de
recursos, son la receta para el desarrollo económico del país y la
mejora de su prosperidad. Otros que se encontraban atrapados por la
ideología comunista, como Estonia, han apostado por estas recetas, y
ahí están, viviendo su milagro durante más de una década.
La liberalización de las fuerzas productivas de
la economía cubana no tiene nada que ver ni con “jerarquizar el
tema de la inversión extranjera, cambiar las mentalidades,
actualizar la economía para ser eficiente, capacitar a los gestores
de las empresas estatales, agilizar los plazos o cambiar las normas". Condición tal vez necesaria, pero no suficiente.
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