Valdés Mesa y la agricultura cubana: el círculo vicioso

Elías Amor Bravo, economista
No hay día que no se reciba alguna información procedente del régimen castrista en la que se pueda constatar el absoluto desconocimiento que tienen sus dirigentes del funcionamiento normal de una economía. Quizás por eso, los últimos 60 años han sido una auténtica desgracia para Cuba, y lo peor de todo es que si no se aprende, la cosa puede llegar a ser mucho peor.
Granma publica un artículo con un titular que es digno de ser enmarcado: “los planes que se trazan desde la macroeconomía tienen que llegar a la base”. Este enunciado pertenece nada más y nada menos que a Valdés Mesa, el primer vicepresidente de los consejos de estado y de ministros. Casi nada. En estas palabras se resume el desconocimiento supino con respecto a cómo funciona y cómo debe funcionar una economía.
El contexto de la frase, una reunión con los directivos del sistema de agricultura en Pinar del Río. El tema que los reunía, el mismo de siempre. El país dedica cuantiosos recursos todos los años, entre 1.800 y 2.000 millones de dólares para importar alimentos que no se producen en el sector agropecuario cubano, como el trigo y las grasas, o que resultan insuficientes. Dejando de lado los primeros, el problema está en lo segundo. Un sector agropecuario, históricamente envidiable por sus cosechas, cualificación, calidad de las tierras y climatología, no es capaz de producir para atender las demandas básicas de la población. Y así desde 1959. Año tras año la misma historia, y el mismo problema sin resolver.
Valdés Mesa dice que la solución es “hablar con los productores, escucharlos, orientarlos y pagarles en tiempo lo que les compramos”, para añadir que “no podemos controlar los planes que hacemos a través de papeles e informes, sino mediante el contacto directo con los campesinos”.
Vayamos por partes. No hay nada en el funcionamiento normal de una economía que impida a los agentes económicos, productores, compradores, intermediarios, hablar y comentar sus iniciativas y proyectos. Eso es conveniente, y además, estimulante, ya que mejora la transparencia en la adopción de decisiones, que se toman con la mejor información. Una conversación entre iguales que operan en una institución que de forma mágica y dominada por una “mano invisible” que Valdés Mesa desconoce, asegura un equilibrio entre las aspiraciones de productores y compradores.
Esa mano invisible, no siempre funciona bien, pero desde luego lo hace mucho mejor que el estado al que representa Valdés Mesa, cuando dice que “tenemos que pagarles en tiempo lo que les compramos”. ¿Cómo es posible que alguien que compra a otro, no pague lo que debe y en el momento en que se realiza la transacción? De impagos está llena la economía castrista, por eso, el productor que en una determinada operación no cobra, hace bien de dejar de producir para quién le contrata, el estado, al que representa Valdés Mesa. Ese estado omnipotente, que domina la vida de los cubanos por medio de un instrumento nefasto que es inservible, y que llaman la planificación central, es el responsable de que la agricultura cubana sea ineficiente, improductiva y que se tenga que importar del exterior lo que no es insuficiente dentro del país. Como dice Valdés Mesa, la “dependencia de los barcos cargados desde el exterior”.
Es interesante constatar que Valdés Mesa observa que esos barcos del exterior llegan cargados a los puertos cubanos, pero en cambio, la realidad le devuelve la imagen de unos mercados estatales que de vez en cuando se vacían, un día de carne, otro de viandas, el resto de huevos, o de pan, cualquier cosa puede faltar, cualquier día. Ningún cubano ha tenido asegurada la elección libre de un producto de consumo cualquier día de su vida de los últimos 60 años, como ocurre en los países del mundo. Y Valdés Mesa se pregunta por qué, y llega a la conclusión de que hay que hablar y cumplir el plan. El camino al desastre.
Es inconcebible que el régimen castrista, con tantos “logros” en educación o sanidad, haya sido incapaz durante 60 años de atender algo tan sencillo como la demanda de consumo de 11 millones de cubanos, o, incluso, como reconoce Valdés Mesa, “de los requerimientos de la alimentación animal en ramas como la avicultura y la cría porcina, y de los millones de turistas que llegan al país anualmente”.
Su receta es sencilla, “elevar los niveles productivos y lograr una contratación efectiva”. De eso se trata. De contemplar solo la parte del iceberg que sale por encima del agua, que suele ser normalmente algo así como la décima parte del gigante de hielo. El régimen castrista no quiere reconocer que el fracaso del sector agropecuario está en el deficiente e inadecuado modelo de organización institucional que regula los derechos de propiedad de la tierra y el mercado de distribución. La ausencia de interés económico en el comportamiento de los agentes económicos paraliza la producción y la presencia abrumadora del estado en todas las transacciones, rompe la cadena de pagos.
El círculo vicioso se instaura y nada, ni nadie, es capaz de dar solución a los problemas. Cosechas abandonadas en los campos sin nadie que la traslade a los mercados de consumo, precios muy bajos que desincentivan al productor o en el peor de los casos terminan por arruinarlo, explotaciones de tierra limitadas que impiden alcanzar las escalas óptimas de producción que se necesitan para lograr rendimientos crecientes, inexistencia de mercados de abastecimiento de insumos agrícolas, desde semillas a fertilizantes, a aperos y equipamientos, ausencia de tecnología, impuestos lesivos incluso sobre tierras que se dejan sin producir, e incluso falta de mano de obra. Un cuadro que deja muy poco espacio al esfuerzo, la motivación y el interés económico, que son los elementos fundamentales que necesita la agricultura cubana para salir de la parálisis en que se encuentra.
Mientras el estado asuma el papel central en la economía, y los productores independientes dependan de concesiones y arrendamientos discrecionales, o de directrices políticas comunistas, la agricultura y ganadería cubanas están perdidas para siempre y jamás llegarán a cumplir sus objetivos, que no deben ser los estatales o del régimen, sino los de los productores que integran el sector.
Valdés Mesa comete un gran error al afirmar que “la agricultura tiene la función estatal de controlar todo lo que se produce y su destino”. La agricultura está para otras cosas, y si no que lo pregunte a sus socios vietnamitas, que en menos de diez años abandonaron las perennes hambrunas para convertirse en principal exportador asiático de arroz. Perder el tiempo analizando vías muertas, como eso que llaman “el autoabastecimiento territorial” o la imposible “revitalización del sistema de acopio” que en manos del estado es ineficiente, “y afronta en Vueltabajo no pocos problemas en cuanto a medios de transporte y también en el plano financiero, con una deuda de más de 20 millones de pesos” no es más que perder tiempo, cuando urge adoptar decisiones para evitar que el desastre continúe. La receta es menos estado, menos plan, menos control.

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