Apuntes al último discurso de un Castro en Cuba

Elías Amor Bravo, economists

Hay expectación, e incluso cierto morbo, sobre el contenido del discurso de Raúl Castro ante el cónclave comunista, en que se despide definitivamente del poder. Es el último Castro que ocupará un puesto tan destacado en la vida política de los cubanos, así que no es para menos.

Su hermano Fidel interpretaba un papel estelar en los congresos, que sacaba lágrimas y aplausos alocados a muchos de los asistentes, nacionales e internacionales, sin decir grandes cosas, pero ¿cabe esperar lo mismo de Raúl Castro? Creo que no.

No cabe esperar un discurso escénico, de tintes dramáticos o tono triunfalista, plagado de arengas revolucionarias y de mensajes dirigidos a consumo interno, porque eso no se lo cree nadie ya. Desde 1975 cuando se celebró el primer congreso a 2021, el año que los cubanos viven peligrosamente, se tiene que cuidar el discurso si se quiere llegar a alguien. Sobre todo, a los que siguen sin entender el significado de la locura colectiva de asimilar un partido político a la sociedad, pese a que la propaganda no ha dejado ni un instante de machacar de manera continua, la distorsión de los hechos políticos y sociales.

Y este es realmente el problema de Raúl Castro: haber sobrevivido demasiado tiempo, tanto que cualquier mensaje que pueda lanzar en este congreso recibirá los oportunos aplausos, pero no llegará a amplios sectores de la población que, sin duda alguna, tienen la cabeza en otro sitio distinto y han desconectado desde hace mucho de la doctrina  oficial del régimen. La revolución envejeció y todo lo que significa, también, lo que exige mucho cuidado en la elaboración del discurso.

¿Los motivos?

En primer lugar, la sociedad cubana ha cambiado, y está harta de lo mismo de siempre. Quiere avanzar, mejorar su calidad de vida y prosperidad, dejando atrás la miseria. Sabe que la responsabilidad del racionamiento permanente es del gobierno, y que la ejecuta para someter a la población al control político de la economía. El cómo salir de ese laberinto, ni Raúl Castro lo sabe. Desde luego, nadie pensó jamás que los comunistas cubanos acabarían abriendo tiendas en MLC para productos básicos. A ver si Raúl dice algo de eso en su discurso.

En segundo lugar, lo difícil que es dejarse engañar a estas alturas de la historia con mensajes obsoletos y trasnochados, ajenos a las grandes tendencias en que se encuentra el mundo, como la globalización, la digitalización y la cuarta revolución industrial. Los cubanos han viajado al exterior, tienen móviles y ordenadores personales, hablan con los extranjeros que practican turismo en la isla, ya no están encerrados como durante el primer congreso de  Fidel Castro. No deja de ser una curiosidad histórica que Raúl Castro, responsable de algunas de esas libertades básicas, sea el principal perjudicado de la apertura. Así son las cosas.

En tercer lugar, que el sentido del tiempo, aunque se quiera, no puede volver atrás. La máquina solo funciona en una dirección y sentido hasta llegar al final. Dar marcha atrás al reloj es imposible, y por ello, o se habla de un presente complicado, difícil, caótico, para el que no existen soluciones concretas, o se habla de un futuro que a nadie interesa porque lo importante es el día a día, salir adelante. Cualquier alusión a congresos anteriores puede ser una autentica pérdida de tiempo.

En cuarto lugar, habrá que estar a lo que dejen decir los amanuenses, los ortodoxos de la ideología oficial y los lame botas, que vienen a ser más o menos los mismos, y que ejercen su influencia corrigiendo discursos e introduciendo sus pensamientos e ideas en las palabras de otros. Sería una lástima que esa patulea sea la responsable de las últimas palabras de Raúl Castro ante sus compañeros de partido. Sigo esperando que el último de los Castro se saque un conejo de la chistera y luego se retire a su refugio oriental.

En quinto, el sueño de cualquier matador en retirada, salir del ruedo por la puerta grande de la plaza, tras una gran faena, con la admiración de todos. El peor año económico de los últimos cinco no está para estas fanfarrias comunistas. El pueblo, las masas, no lo entenderían. Por eso, aunque la plaza no recompense a Raúl ni con orejas ni rabo, al menos, podría intentar dejar un buen sabor de boca ante el cónclave comunista y lo que es más importante, ante el resto del mundo que lo estará escuchando, en esta, que es la última vez.

Por ello, si hubiera que escribir ese discurso de Raúl Castro en su despedida oficial, le recomendaría reconocer:

  • Que no tuvo valor para llegar hasta el final con las reformas que empezó. Que las acabó muy pronto, no resistiendo las presiones y dejándolas sin culminar alcanzando a solo un 13% de empleo no estatal.
  • Que se equivocó con la designación del sucesor. Díaz Canel no ha estado a la altura de las circunstancias, lo último en plena crisis sacándose el doctorado.
  • Que tiene a su familia descontrolada y posiblemente en peligro, como por ejemplo, los cachorros en sus autos de lujo a gran velocidad y dándose grandes banquetes con la mayoría de los cubanos pasando hambre.
  • Que en los últimos años de su vida promete que no va a escribir nada, no como su hermano. Se retira y a pescar. Quiere estar tranquilo.
  • Que ha perdido la ocasión de dejar un gran legado a Cuba. Lo reconoce y lejos de culpar al bloqueo o el embargo, reconocer que siempre fue un secundario, bajo la bota de su hermano, y no era su papel.
  • Que deja la economía nacional mucho peor que como la encontró. Cierto. No ha sido capaz de reconducir el modelo para hacerlo viable. Reconocer que no lo es, pero que deja el cambio para los que vengan. Insiste en que se tiene que hacer.
  • Que el impulso de las relaciones con Estados Unidos salió mal porque faltaba voluntad política y porque realmente su hermano se encargó de destruirlo desde su poltrona de escritor con influencia. Las zancadillas sobraron y luego vino Trump. Todo se fue al garete.
  • Que no ha sido capaz de enterrar el legado de su hermano, a pesar de que lo intentó. Lo cierto es que cada vez se habla menos de Fidel y eso es de agradecer.
  • Que son muchos años, demasiados, los perdidos, ganando tiempo. Pues sí, ya debieron cambiar cuando la perestroika pero a Fidel se le cruzó Gorbi, y nunca permitió que otro le pisara el camino.
  • Que, tras él, la dinastía Castro se acaba. Y punto y final. Poco me importa lo que pueda ocurrir. Allá ellos, que se protejan, yo les dejo lo que puedo. Y que no lloren por mí, no lo merezco, que me incineren y tiren mis cenizas en la sierra Maestra, y que se olviden de mi como si no hubiera existido.
  • Pedir perdón y marcharse en silencio.

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