¿En qué quedó la ayuda de Rusia a Cuba?

Elías Amor Bravo, economista


Piruetas circenses ha tenido que hacer Cabrisas para arrastrar a los rusos a participar en una comisión para lograr un supuesto acuerdo para la solidaridad y la cooperación internacional entre Cuba y Rusia, y evitar las urgentes reclamaciones de devolución de unos préstamos que la Isla no ha satisfecho a la nación euroasiática. Aunque Granma otorga a la noticia una relevancia destacada y las redes sociales del Mincex hacen otro tanto, existen razones para pensar que todo esto es mucho ruido, pero pocas nueces.

Desde luego, qué lejos quedan los tiempos bolcheviques cuando Fidel Castro anunciaba, año si y al otro también, aquel torrente de recursos económicos con que la URSS sostenía al régimen comunista cubano, como amenaza permanente a Estados Unidos en plena guerra fría. Entre pillos andaba el juego. Los soviéticos ejercían una presión amenazante sobre su enemigo principal en la disputa mundial, conocida entonces como la “guerra fría”, y para ello utilizaban al revoltoso régimen de Castro para que extendiera la subversión y movimientos revolucionarios por América Latina. Gracias a ello, el castrismo se consolidaba con un seguro de vida que, mientras duró, funcionó, e incluso después.

La calderilla que representan estos acuerdos de Cabrisas con Borisov (de los que no se ha ofrecido información económica) tiene muy poco que ver con los subsidios soviéticos ingentes (de los tampoco se posee información) que llegaban a la Isla a cambio de un azúcar, pagado a precios muy superiores al mercado mundial. Todas las evidencias, sin embargo, confirmaron que aquel torrente de dinero no sirvió para que los cubanos alcanzaran un nivel de prosperidad creciente de su economía, porque el objetivo de aquella cooperación, era aprovechar la posición estratégica de la Isla y situar un baluarte de tensión a las puertas del Pentágono. 

Poco importaba que la nación se desangrase y que millones de sus hijos tuvieran que escapar al exilio en demanda de libertad, democracia y respeto a los derechos humanos. De modo que los acuerdos de esta comisión intergubernamental Cuba-Rusia, que hace la número 18, para la colaboración económico-comercial y científico-técnica, tienen poco que ver con aquellos tiempos de excesos.

Tan longevo es el régimen comunista cubano que no es extraño que, a lo largo de tantos años, las relaciones de amistad entre las dos naciones, Rusia y Cuba hayan ido cambiando, de forma que en la actualidad tienen muy poco que ver con las anteriores a la perestroika y glasnost que dieron al traste con la extinta URSS y el telón de acero. Los rusos de hoy tienen muy poco que ver con aquellos “camaradas” instalados en el privilegio gracias al cargo dentro del partido, y acostumbrados a las minucias y corruptelas del poder.

Los actuales dirigentes son magnates y empresarios internacionales, de un enorme poder económico, obtenido tras la piñata del socialismo real, que deben todo lo que tienen y lo que son a Putin (la estela de Yeltsin ya quedó muy atrás en el tiempo). Por ello, que Borisov califique a Cuba “como un socio clave y estratégico para su país” debió ser muy bien recibido entre los funcionarios cubanos que tienen que asumir los pagos de la deuda externa cubana. Pero el alcance de este tipo de mensajes tiene poco recorrido y no conviene darle más importancia de la que tiene.

Los intereses de los dos países (más cubanos que rusos) en las áreas económica, financiera, energética, transporte, agricultura, comunicaciones y de salud, entre otras que fueron objeto de análisis en la reunión, pero vistos en perspectiva, no son más que asuntos de trámite, de alcance limitado y de poca influencia. Los magnates rusos actualmente colocan su dinero allí donde pueden obtener la más elevada rentabilidad y en Cuba, la inversión extranjera más que ganar dinero, pierde, de modo que el interés es limitado.  Los rusos ni se acercan al Mariel. Y no sólo por motivos legales y jurídicos del país, sino porque saben que deben andar con cuidado a la hora de hacer operaciones en la Isla, teniendo en cuenta que la prioridad está en el vecino del norte, donde es posible formalizar operaciones mucho más interesantes.

Otra cosa es lo que Cabrisas y los dirigentes cubanos hagan para dar a este tipo de encuentros la máxima relevancia, aprovechando para lanzar ataques al recrudecimiento del bloqueo estadounidense; y pronunciar alegatos en favor de la tradicional solidaridad rusa con la Isla. Argumentos que solo presentan interés para las páginas de la prensa oficial comunista ya que la influencia de Rusia en el mundo en 2021 no tiene nada que ver con la que había antes del derrumbe del muro de Berlín y, además, se basa en unas bases geopolíticas, económicas y comerciales muy diferentes.

Bases en las que Cuba, el régimen comunista creado hace 62 años por Fidel Castro, no es más que una anomalía histórica, un caso aislado que no hace más que crear problemas, como, por ejemplo, el molesto e inadmisible impago de las deudas. Un buen ejemplo, los turistas rusos que viajan a Cuba (por cierto, uno de los mercados más activos, y de ello no se habló por Cabrisas) y que ya no andan buscando referencias de la “revolución” sino que vienen a disfrutar de sol y playa en los resorts pacíficos de la cayería norte.

A lo largo de los últimos años, la interacción bilateral entre Rusia y Cuba se ha ido apagando hasta convertirse en algo intrascendente que se mantiene porque no hay alternativa. Los dos países tienen sistemas políticos, económicos e institucionales distintos y las relaciones que mantienen en ámbitos como la industria, la cooperación técnico-militar, y los aspectos financieros se han ido difuminando y haciéndose irrelevantes, pese a la aburrida insistencia de los dirigentes cubanos por mantener encendida la llama.

En realidad, Cuba y Rusia en 2021 tienen muy pocos puntos en común, salvo la deuda que se tiene que pagar. Cabrisas lo sabe y Díaz Canel, también. 

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