La pésima gestión de la presencia internacional de la economía cubana

Elías Amor Bravo, economista

La propaganda oficial del régimen comunista cubano tiene estas cosas. Nos tienen acostumbrados a que, en momentos de máxima tensión económica y social, como el actual, se salgan por la tangente con asuntos de escasa, poca o nula relevancia, amén de que muchas veces, ni son del todo ciertos.

Me refiero a varios trabajados publicados en la prensa oficial del régimen, que hacen referencia al ámbito internacional de la economía. Al margen de que al cubano medio le importa mucho más saber qué va a encontrar en la bodega para comer todos los días, y esa es la principal preocupación que debería atender el régimen, prestar atención al comercio internacional o las inversiones extranjeras a estas alturas, es una bobería.

De modo que, los 67 negocios de capital extranjero aprobados entre 2019 y 2020, la entrada en funcionamiento de la Ventanilla única de Comercio Exterior, la ampliación de la cartera de oportunidades cubana, los negocios del Mariel, son noticias que, de buen seguro, pasarán desapercibidas para la mayoría de la gente, harta de las colas, la ausencia de mercancías, o pagar precios desproporcionados por los pocos productos que se encuentran en los mercados.

Entonces, hay que preguntarse a quién interesan estos asuntos del comercio internacional y las inversiones extranjeras. Desde hace tiempo, en Cuba se han consolidado dos grupos de poder que se disputan los cargos, la influencia e incluso la dirección de los asuntos políticos del país.

De un lado, los comunistas ortodoxos, fieles a la ideología personal de Fidel Castro, incapaces de mover una coma de las consignas en las que han sido adoctrinados a lo largo de su vida. Para este grupo, dentro de la revolución todo, fuera de ella, nada.

De otro, los cargos dirigentes del poder económico empresarial vinculado al ejército y la seguridad del estado, auténticos magnates cubanos, que manejan presupuestos y cuentas de explotación de empresas multimillonarias, con absoluta libertad y nulo o muy limitado control desde el poder político. Los primeros tienen a Díaz Canel al frente, los segundos a Marrero y Malmierca.

No debe extrañar, por tanto, que, en la antesala del congreso de los primeros, que tienen poco que presentar en términos económicos, salvo un desplome del PIB superior al 11%, una inflación que se encarama al 500%, un déficit público del 20% del PIB y una situación de default en los pagos de la deuda externa, los segundos aprovechen para presentar, de soslayo, lo que consideran éxitos de su gestión.

Y de ese modo, Malmierca, al frente del ministerio del Comercio Exterior y la Inversión Extranjera, se dedica a “vender” como éxitos la importancia de la Ventanilla Única como “un instrumento de gran utilidad para mejorar su inserción en el mercado internacional y elevar la competitividad de sus productos”. Y lo más probable es que se crea lo que declara, pero no tiene razón.

Como tampoco es nada del otro mundo celebrar los 1.756 contratos de importación y exportación entre empresas estatales y trabajadores por cuenta propia, por medio de las entidades estatales autorizadas para esta función. Tan solo 87 de esas operaciones se dirigen a exportación, lo que significa que la devaluación del peso, de la Tarea Ordenamiento ha tenido una influencia escasa sobre la evolución de las ventas en el exterior, incluso ahora que se autoriza al exportador a retener un 80% de las divisas.

Los dirigentes del frente internacional de la economía cubana deben que estas “cosas” no representan la forma de aumentar la competitividad del país en un entorno global cada vez más complejo, que solo están aplicando parches para salir adelante, pero que no es así como se gana cuota de mercado y se reciben capitales productivos del exterior. La vía comunista, basada en el control y la intervención, no existe.

Marrero lo sabe. Malmierca, también. No tienen más remedio que seguir las consignas ideológicas comunistas (burocracia, control, orden) pero ellos son conscientes que el comercio exterior y la inversión extranjera exigen una visión distinta, una base económica diferente y una disposición cultural y social también distinta. Trabajar esos objetivos exige ir más allá de los parches.

Insisto en esta cuestión porque ya no hay tiempo para “los esfuerzos o la inteligencia para adaptarse al nuevo entorno económico mundial”, eso quedó atrás, y no se hizo cuando se debería, probablemente hace más de una década. Para exportar y recibir inversiones del exterior, hay que cambiar estructuras inservibles que existen en la economía cubana. Deshacerse, sobre todo, de las “capacidades creadas por la revolución”, que lejos de ayudar, son las “trabas” a las que de vez en cuando se refiere Díaz Canel en sus discursos.

Insisto, el discurso comunista cubano de “cambiar mentalidades, encontrar nuevos métodos para exportar, importar, atraer inversión extranjera y optimizar la colaboración internacional” no sirve, porque la estructura económica no está preparada para ese reto global. Las empresas estatales nunca han tenido incentivos para exportar. Los trabajadores por cuenta propia saben que pierden su identidad en los negocios internacionales, sometidos a las entidades estatales que intermedian en sus operaciones. La propiedad privada, inexistente en la economía, no genera incentivos para abrir mercados y la escasa oferta del país, no permite llevar los excedentes al exterior, simplemente porque no existen, no se produce suficiente para atender la demanda de los cubanos.

Por eso, antes de hablar de “ampliar y diversificar los vínculos con el exterior, o promover y diversificar las exportaciones, la sustitución efectiva de importaciones, la atracción de inversión extranjera, la obtención de recursos a través de créditos comerciales, y la promoción de la cooperación internacional, tanto la que Cuba ofrece como la que recibe”, hay que transformar la estructura económica, el marco jurídico de derechos de propiedad, como hicieron chinos o vietnamitas, restaurando la propiedad privada y la empresa privada como forma principal de organización de la economía.

Malmierca sabe y Marrero también, que ese paso es mucho más importante que las ventanillas o los Marieles, las tiendas en MLC, las entidades especializadas y demás actuaciones que no llevan a ningún sitio conocido.

El comercio exterior cubano no tiene problemas de eficiencia, sino de organización productiva, como ocurre con el resto de la economía. Sin oferta para exportar no sirven de nada los mecanismos bilaterales y los compromisos internacionales, o la promoción de negocios, dando participación a la diáspora.

Lo primero es lo primero, y por ello urge devolver la propiedad de los medios de producción a los cubanos y sus derechos plenos. Sin ese paso fundamental, hablar de vocación exportadora de las empresas o de las formas no estatales (del sector privado) tiene poco sentido y no va a servir de nada. Por otra parte, si las inversiones extranjeras siguen sin alcanzar los objetivos previstos por el régimen, es porque los empresarios internacionales huyen de formatos directivos e intervencionistas del poder, ya que aspiran a decidir con libertad absoluta el destino de su dinero, por ejemplo, hacer negocios directamente con los emprendedores privados.

Hace unos días, en este mismo blog, con ocasión del aniversario 60 del Mincex, se descargaba a este organismo de la posible responsabilidad en la ejecución de los cambios estructurales que necesita la economía, pero ello no es óbice para la inacción. Los directivos de este departamento deben saber que las restricciones y trabas del modelo comunista lastran el potencial exportador de la economía cubana y su capacidad para atraer capitales foráneos. Callar y no plantear la alternativa no les exime de responsabilidad. Lo más probable es que nadie de este sector diga algo interesante en el próximo cónclave comunista que con seguridad reforzará los controles burocráticos y el poder del estado en las relaciones económicas internacionales, justo lo que no se tiene que hacer.

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