El régimen y el IDH: una historia de cariño
¿Cómo es que el Índice de Desarrollo Humano de Cuba es comparable al de Francia o España? ¿Qué significa esto?
No es mala noticia que Cuba cotice alto en el ranking de países de la ONU, de acuerdo con el indicador de desarrollo humano, el IDH, uno de los que elabora esta organización para analizar de forma comparativa las economías de los distintos países.
El régimen castrista suele apoyarse en este tipo de indicadores para destacar sus realizaciones "sociales", comparándose con el resto de países de América Latina, entre los que Cuba pasa a ocupar una posición realmente elevada cuando se utiliza el IDH. De hecho, en la última estimación realizada hace pocos días, Cuba ha sido el único país de América Latina que se encuentra entre los diez con mejores resultados en el IDH no económico en la última década. De hecho, como se destaca en Granma, "es la única nación en desarrollo con mayor desempeño en ese aspecto, con un aumento de dos años en la esperanza de vida y de cinco en los de escolarización esperados".
Hasta aquí, posiblemente nada que objetar, y felicitaciones por los resultados obtenidos si los queremos creer. Durante décadas, las comparaciones que los economistas realizan entre los países para estudiar la dimensión económica se han basado en el Producto Interior Bruto, su valor total, o el per cápita, indicadores que, en el caso del régimen castrista, sitúan a Cuba entre los últimos países del mundo por los bajos niveles de eficiencia y productividad, la desequilibrada estructura sectorial y el modelo de economía planificada de corte estalinista mantenido durante medio siglo.
Es cierto que el PIB y el PIB per cápita se han cuestionado por los estudiosos del crecimiento y del desarrollo para citar, por ejemplo, su escasa utilidad en países como los exportadores de petróleo del golfo, que obtienen valores muy elevados por su concentración en una materia prima en presencia de reducidas poblaciones.
Pero mención aparte de estas críticas puntuales, el valor de una economía, su capacidad para crecer, generar empleo y riqueza, se encuentra mucho mejor representado por el PIB y el PIB per cápita, que por elaboraciones sintéticas como el IDH. No será este el lugar para abordar con detalle la composición de este indicador, que se viene utilizando por los analistas como un complemento del PIB y su per cápita, bajo la hipótesis, ciertamente verificada con la experiencia disponible, que existe una elevada correlación positiva entre ambos. De modo que una economía potente, diversificada y con un alto nivel de renta, lo que supone un elevado PIB per cápita, está relacionada con un alto nivel del IDH, y viceversa.
Es por ello que el resultado del IDH en Cuba sea "motivo de sorpresa", tal y como expuso en conferencia de prensa Khalid Malik, secretario general auxiliar de las Naciones Unidas y nuevo Director de la Oficina del Informe de Desarrollo Humano (IDH).
Malik explicó que el IDH, que surgió hace dos décadas para complementar la información económica, incluye el PIB per cápita, pero éste no es el único indicador principal del índice, sino que también se incluyen la salud (con referencia a la esperanza de vida de la población al nacer) y la educación (que hace referencia a los niveles de matriculación en el sistema educativo). El hecho de que el PIB per cápita se vea compensado en el IDH con los otros indicadores, lleva a Cuba a situarse en el grupo de países con un índice de desarrollo humano alto, similar al de otras potencias con un nivel de desarrollo superior, como España, Francia o Alemania.
El régimen castrista se ha caracterizado, en los últimos años, por una estrategia para distraer, disimular, torpedear y falsear las informaciones estadísticas más relevantes para el análisis de la economía. En 2004se abrió un conflicto con los economistas de CEPAL, ya que el régimen intentaba situar una tasa de crecimiento del PIB de la economía castrista, del 11%, que los técnicos de este organismo se negaron a aceptar. La distorsión se encontraba en la imposición por el régimen de un método específico y propio, ajeno a la metodología estadística internacional, para la estimación de los gastos sanitarios y de educación, sí, precisamente esos mismos que elevan artificialmente el IDH de Cuba para situarla entre los principales países del mundo.
Manipular la estadística supone un coste en términos de credibilidad que cuesta décadas corregir. El IDH de Cuba es elevado, pero la imagen que proyecta la economía castrista al viajero internacional no permite concluir datos de estas características. Cierto es que puede existir una larga esperanza de vida al nacer, pero de qué sirve tener una población envejecida que malvive con reducidas pensiones sin apenas capacidad de gasto, y lo que es peor, con un grave riesgo para el futuro del sistema de pensiones por la baja productividad del trabajo. Y de qué sirve una elevada tasa de participación de la población en el sistema educativo, si esa formación una vez concluida, no se puede poner en valor real, y muchos ciudadanos terminan ocupándose en actividades poco relacionadas con sus estudios, pero mejor retribuidas.
No hace falta insistir mucho en este tipo de cuestiones. Pero la credibilidad de una economía es fundamental para que la misma pueda consolidar su posición en la economía mundial, algo de lo que adolece la economía castrista. Si en noviembre se presenta el Informe de Desarrollo Humano 2011 en La Habana, sería conveniente abrir una reflexión sobre todas estas cuestiones antes de que sea demasiado tarde.
Tomado de: Diario de Cuba, 3 de octubre 2011
No es mala noticia que Cuba cotice alto en el ranking de países de la ONU, de acuerdo con el indicador de desarrollo humano, el IDH, uno de los que elabora esta organización para analizar de forma comparativa las economías de los distintos países.
El régimen castrista suele apoyarse en este tipo de indicadores para destacar sus realizaciones "sociales", comparándose con el resto de países de América Latina, entre los que Cuba pasa a ocupar una posición realmente elevada cuando se utiliza el IDH. De hecho, en la última estimación realizada hace pocos días, Cuba ha sido el único país de América Latina que se encuentra entre los diez con mejores resultados en el IDH no económico en la última década. De hecho, como se destaca en Granma, "es la única nación en desarrollo con mayor desempeño en ese aspecto, con un aumento de dos años en la esperanza de vida y de cinco en los de escolarización esperados".
Hasta aquí, posiblemente nada que objetar, y felicitaciones por los resultados obtenidos si los queremos creer. Durante décadas, las comparaciones que los economistas realizan entre los países para estudiar la dimensión económica se han basado en el Producto Interior Bruto, su valor total, o el per cápita, indicadores que, en el caso del régimen castrista, sitúan a Cuba entre los últimos países del mundo por los bajos niveles de eficiencia y productividad, la desequilibrada estructura sectorial y el modelo de economía planificada de corte estalinista mantenido durante medio siglo.
Es cierto que el PIB y el PIB per cápita se han cuestionado por los estudiosos del crecimiento y del desarrollo para citar, por ejemplo, su escasa utilidad en países como los exportadores de petróleo del golfo, que obtienen valores muy elevados por su concentración en una materia prima en presencia de reducidas poblaciones.
Pero mención aparte de estas críticas puntuales, el valor de una economía, su capacidad para crecer, generar empleo y riqueza, se encuentra mucho mejor representado por el PIB y el PIB per cápita, que por elaboraciones sintéticas como el IDH. No será este el lugar para abordar con detalle la composición de este indicador, que se viene utilizando por los analistas como un complemento del PIB y su per cápita, bajo la hipótesis, ciertamente verificada con la experiencia disponible, que existe una elevada correlación positiva entre ambos. De modo que una economía potente, diversificada y con un alto nivel de renta, lo que supone un elevado PIB per cápita, está relacionada con un alto nivel del IDH, y viceversa.
Es por ello que el resultado del IDH en Cuba sea "motivo de sorpresa", tal y como expuso en conferencia de prensa Khalid Malik, secretario general auxiliar de las Naciones Unidas y nuevo Director de la Oficina del Informe de Desarrollo Humano (IDH).
Malik explicó que el IDH, que surgió hace dos décadas para complementar la información económica, incluye el PIB per cápita, pero éste no es el único indicador principal del índice, sino que también se incluyen la salud (con referencia a la esperanza de vida de la población al nacer) y la educación (que hace referencia a los niveles de matriculación en el sistema educativo). El hecho de que el PIB per cápita se vea compensado en el IDH con los otros indicadores, lleva a Cuba a situarse en el grupo de países con un índice de desarrollo humano alto, similar al de otras potencias con un nivel de desarrollo superior, como España, Francia o Alemania.
El régimen castrista se ha caracterizado, en los últimos años, por una estrategia para distraer, disimular, torpedear y falsear las informaciones estadísticas más relevantes para el análisis de la economía. En 2004se abrió un conflicto con los economistas de CEPAL, ya que el régimen intentaba situar una tasa de crecimiento del PIB de la economía castrista, del 11%, que los técnicos de este organismo se negaron a aceptar. La distorsión se encontraba en la imposición por el régimen de un método específico y propio, ajeno a la metodología estadística internacional, para la estimación de los gastos sanitarios y de educación, sí, precisamente esos mismos que elevan artificialmente el IDH de Cuba para situarla entre los principales países del mundo.
Manipular la estadística supone un coste en términos de credibilidad que cuesta décadas corregir. El IDH de Cuba es elevado, pero la imagen que proyecta la economía castrista al viajero internacional no permite concluir datos de estas características. Cierto es que puede existir una larga esperanza de vida al nacer, pero de qué sirve tener una población envejecida que malvive con reducidas pensiones sin apenas capacidad de gasto, y lo que es peor, con un grave riesgo para el futuro del sistema de pensiones por la baja productividad del trabajo. Y de qué sirve una elevada tasa de participación de la población en el sistema educativo, si esa formación una vez concluida, no se puede poner en valor real, y muchos ciudadanos terminan ocupándose en actividades poco relacionadas con sus estudios, pero mejor retribuidas.
No hace falta insistir mucho en este tipo de cuestiones. Pero la credibilidad de una economía es fundamental para que la misma pueda consolidar su posición en la economía mundial, algo de lo que adolece la economía castrista. Si en noviembre se presenta el Informe de Desarrollo Humano 2011 en La Habana, sería conveniente abrir una reflexión sobre todas estas cuestiones antes de que sea demasiado tarde.
Tomado de: Diario de Cuba, 3 de octubre 2011
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