La compra de petróleo a Rusia: una huida hacia delante
Elías Amor Bravo, economista
La gran crisis económica, social y
política de Venezuela ya tiene sus primeros efectos colaterales. El
dictador Raúl Castro se ha visto en la necesidad de pedir a Vladímir
Putin un suministro estable de petróleo y sus derivados para la isla
ante los incumplimientos de Venezuela, que desde la llegada al poder
de Chávez, ha sido el principal suministrador para La Habana de
petróleo.
Desde hace algunos meses, las
autoridades comunistas de La Habana anunciaron que se iba a
restringir la utilización de fuentes energéticas por las
dificultades para recibir el petróleo de Venezuela, un país inmerso
en graves problemas de producción tanto por su situación económica
como por los bajos precios del crudo, que han restado rentabilidad a
los yacimientos petrolíferos de ese país.
Varias conclusiones pueden extraerse de
huida hacia delante de la dictadura castrista, en su demanda de
petróleo a Putin. La necesidad del régimen a buscar nuevas fuentes
de suministros en los mercados internacionales, en condiciones
favorables de precios y financiación tiene una lectura inmediata: la
economía castrista carece de solvencia y reconocimiento en los
mercados para acudir, en condiciones similares a cualquier país, a
comprar petróleo a nivel internacional.
A pesar de las condonaciones de deudas
y el aplazamiento generoso de pagos de intereses del Club de París y
otros acreedores internacionales, Raúl Castro no tiene la
financiación regular necesaria y suficiente para poder comprar petróleo, o cualquier tipo de productos o servicios, en
condiciones competitivas a nivel internacional similares a las de cualquier país. Aquí
ya no vale el argumento del bloqueo o del embargo. Tampoco utilizar a
médicos o maestros como instrumento de pago, al igual que en Venezuela. Los pagos se tienen que hacer
en términos de solvencia económica y disponibilidades financieras,
algo a lo que el régimen castrista no está muy acostumbrado. La
gravedad reside en lo poco que dura la alegría en casa del deudor,
de quién se acostumbra a vivir de regalías, sin asumir sus
responsabilidades financieras.
No me extraña, en tales condiciones,
que el Ministerio de Economía ruso, en una carta al responsable de
Energía castrista, advierte que "la capacidad de pago de Cuba
es un riesgo importante" y propone implicar en la organización
de los suministros a "las compañías petroleras rusas que
tienen proyectos de inversión en ese país", como es el caso de
la estatal Rosneft, en lo que algunos analistas han querido observar
un cambio de estrategia de Rusia en Cuba ante la avalancha de
inversores extranjeros procedentes de otros países.
De todo esto, que tomen nota los empresarios que
vayan a invertir en la isla y piensan alegremente en la reversión
automática de beneficios. En el régimen castrista, la última
palabra en materia de dinero la tiene la cúpula que dirige el país, y este es
un buen ejemplo.
La segunda conclusión que cabe obtener
de esta solicitud desesperada de petróleo a Putin, por los
incumplimientos de Venezuela, tiene que ver con la situación interna
en la Isla. No está el horno para calentar demasiado el pan. Se
puede quemar. Los que suponían que la grave situación derivada de
la falta de apoyo bolivariano iba a traer consigo una especie de
“período especial”, apagones incluidos, ya lo pueden descartar al menos en el corto plazo. Los Castro han llegado a una conclusión: la situación en
Cuba no está para experimentos. En cualquier momento, puede estallar
una chispa y extender la protesta social. Ya se ha visto con las protestas de los
"boteros, pero igualmente con el anuncio de impuestos a los
trabajadores estatales, y no tardaremos en ver otros conflictos. El
régimen comunista adopta una posición claramente populista y
sacrifica, de manera irresponsable, los equilibrios internos y externos de la economía para
evitar la protesta social. Pan para hoy, hambre para mañana.
La realidad es que la situación interna y externa de la economía castrista se va deteriorando de manera
acelerada, y no se ven propuestas del régimen que sirvan para desplegar las fuerzas
productivas de una economía que necesita homologarse con las del
resto del mundo para ser competitiva y eficaz. La chispa puede
prender en cualquier momento y luego será tarde para apagar el
fuego.
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