La cultura y el mercado: un binomio para la libertad
Elías Amor Bravo, economista
Un artículo en Granma de Pedro de la
Hoz, publicado ayer, contiene algunas referencias al mercado como
institución fundamental para la asignación de recursos en una
economía, con las que no se puede estar de acuerdo. El objeto de
estas líneas, sin ánimo de entrar en polémica alguna, es ofrecer
unos argumentos alternativos a los que ofrece el autor del referido
artículo.
El título del mismo no puede ser más
expresivo: “el mercado no puede distorsionar la política cultural
en la promoción de la música”.
Lo primero que conviene tener en cuenta
es que el mercado no tiene entre sus objetivos distorsionar ningún
tipo de política. De hecho, lo que suele ocurrir es justo lo
contrario, y experiencias hay más que suficientes para mostrar que
la acción política intervencionista, mal diseñada y peor ejecutada suele distorsionar los
resultados eficientes que se producen de la asignación de recursos
por el mercado.
Esa prioridad que se otorga a la
“acción política” constituye un error importante que se ve
agravado por el hecho que se insiste en que “conseguir que la
promoción respalde la difusión y el disfrute de los valores más
auténticos de la música cubana y cerrar filas contra la
mediocridad deberá traducirse de inmediato en acciones
puntuales y concretas, a las que se les dará seguimiento con
responsabilidades compartidas”. Intervencionismo, control,
dirigismo por parte de un órgano político que se atribuye una
superioridad moral en un asunto como la cultura, en este caso, sin ir
más lejos, la UNEAC, a la que se otorga el carácter de “vanguardia
artística”.
Por suerte para sus intérpretes, la
música cubana a nivel internacional ha sido un buen ejemplo de que
no se necesitan organismos centrales ni planificación estatal alguna
para ocupar posiciones de liderazgo en las preferencias de los
consumidores. Varias generaciones han disfrutado de los grandes
intérpretes de la música cubana, en sus distintas modalidades.
Cuba es una gran potencia mundial en la producción de música y de talento interpretativo. Autores, compositores, grupos de artistas, todo un universo de
profesionales que han podido vivir de su trabajo, ganar dinero y
desarrollar una obra de calidad y de gran aceptación por el público
a nivel internacional. Y para ello, no se ha necesitado UNEAC de
ningún tipo. Más bien todo lo contrario. Han sido muchos los que por la acción de la UNEAC no han podido regresar a su tierra, siendo marginados y proscritos, por el mero hecho de tener una opinión distinta a la oficial, ¿es eso política cultural?
Si se
llegasen a producir “de inmediato” esas “acciones puntuales y
concretas, a las que se les dará seguimiento con responsabilidades
compartidas” que se plantean en el artículo, es muy probable que
ocurra todo lo contrario. Más de lo mismo.
Inmerso en esa lucha contra “amenazas
actuales en el campo de la cultura por doquier”, Raúl Castro, en
un mensaje con motivo del aniversario 55 de la UNEAC, no tuvo reparos
en denunciar abiertamente "los proyectos subversivos que pretenden
dividirnos"; así como también, "la oleada colonizadora global",
al tiempo que otorgaba a la UNEAC la confianza en que esta
organización "continuará encarando con valentía, compromiso
revolucionario e inteligencia, estos complejos desafíos”.
Esa preocupación, y cito textualmente
el artículo de Granma, por ”la necesidad de velar por la calidad
de las propuestas musicales a las que accede la población por
diversas vías, desde los conciertos y presentaciones en centros
recreativos y espacios públicos hasta los programas de la radio
y la televisión” nos lleva a los peores momentos de la censura
practicada en las dictaduras de Hitler, Franco y Mussolini, y por qué
no también, en la castrista, que sin ningún tipo de rechazo, emplea
un argumentario más propio de la Inquisición del siglo XVII que de
los tiempos modernos instalados en la sociedad del conocimiento y la
globalización.
Pero es que este argumentario
intervencionista no nos extraña porque es el mismo que ha tenido el
régimen desde 1959, cuando desapareció de Cuba la libre expresión,
junto a la libre elección de los consumidores, que está en el
origen del mercado como institución de asignación de recursos. El mercado no veta a nadie. Solo a quiénes no son del gusto del público. Sin
mercado, no es posible elegir con libertad lo que se quiere escuchar,
lo que se quiere leer o lo que se quiere expresar. Te debes conformar
con la receta, muchas veces de pésima calidad y dirigista, proporcionada por el gobierno, de acuerdo con sus ideas
de falsa superioridad moral, de aquello que es bueno o es malo.
Estas reflexiones, de carácter
general, no se dirigen al problema que afecta a los responsables del
régimen en este momento en relación con la política cultural y
que, como se señala en el artículo de Granma, tiene que ver con “la
transformación de los centros provinciales de la música en
entidades del sistema empresarial” que al parecer ha tropezado con
obstáculos que impiden su funcionamiento efectivo. Según se
menciona en el artículo, “no todos los centros poseían las
condiciones objetivas —capital inicial disponible, recursos
materiales mínimos, valoración del potencial de las unidades
artísticas en función del mercado—, ni subjetivas —cuadros
idóneos, personal calificado, preparación de los consejos
artísticos, experiencia empresarial— para dar ese paso”. Y
ello es un problema por cuanto, “se han originado desbalances en la
programación, así como atrasos y afectaciones en la retribución de
los artistas”.
Un problema más de los muchos que se
derivan de una economía de base estatal, controlada por el gobierno,
que trata de ir despojándose de forma errónea, de esas estructuras
que han mostrado ser inadecuadas para conseguir sus objetivos. En
tales condiciones, cabría señalar a las autoridades que la solución
es privatizar al 100% estas entidades. Incluso podría ser una magnífica opción para atraer capital extranjero, de cubanos residentes en el exterior con conocimientos del mercado y la cultura a nivel internacional. No tiene sentido que la
actividad musical o cultural se tenga que producir por el sector
presupuestado, y en todo caso, algún equilbrio entre lo público y
privado se podría aceptar. No se quiere la definición y adopción
de “normas imprescindibles” sino fomentar el desarrollo de las
libertades y del mercado.
Y desde luego, un ruego, convendría,
por los tiempos que corren y la propia contundencia de los hechos, ir
despojándose de esa coincidencia plena a la que se refiere el
artículo que de que “la política cultural es una sola”. En
Cuba, donde existe una gran variedad cultural que es uno de los
principales activos de la nación, todos caben. El mercado ha
mostrado su extraordinaria capacidad para trasladar esa cultura a
todo el mundo y situarla en unos niveles de primer orden. Los
comunistas que dirigen el país deberían entender esta premisa.
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