Inversiones sostenibles en Cuba? No, gracias

Elías Amor Bravo economista

Desde el régimen comunista cubano se insiste en que “el turismo fue y debe seguir siendo uno de los sectores estratégicos de la economía nacional”, y que “muy pocos osan discutir esa afirmación”. No es del todo cierto. Frente a esa posición hegemónica, ya hay otras alternativas. Y la fiesta no ha hecho más que empezar.

En tiempos del período especial, Fidel Castro no tuvo más remedio que autorizar el turismo cuando los representantes de las hoteleras españolas le explicaron el milagro de Mallorca, Benidorm o Canarias. Se puede reconocer que gracias a aquella apertura inicial a una actividad desconocida para el comunismo durante casi 40 años, se produjeron una serie de transformaciones positivas en el país. Pero en realidad, el viejo comandante tuvo que dar la orden de parar en seco cuando aparecieron las jineteras y los negocios privados empezaron a alcanzar escalas que ponían en peligro el poder comunista que controla el país.

Desde entonces ha llovido mucho, y la experiencia del turismo ha resultado controvertida. Un golpe como la pandemia del COVID-19 que paralizó el sector a nivel mundial por miedo a los contagios, ha tenido efectos muy negativos sobre la actividad turística en la Isla. Tres años después de los primeros cierres, sigue sin remontar las cifras anteriores calificadas de “normales”. Y ello a pesar de que otros destinos competitivos de la zona del Caribe si lo han hecho.

Conclusión, el modelo turístico, al igual que otros sectores de la economía, no ha sido posicionado correctamente en la competencia internacional. Sus debilidades internas y externas lo condenan a una existencia errática, incapaz de elevar los niveles de prestación del servicio y la calidad del mismo, comparado con otros países de la zona, como República Dominicana que ya registró en 2022 niveles superiores a antes de la pandemia.

Por supuesto que siempre estará el bloqueo de Estados Unidos para justificar el fracaso de cualquier iniciativa del régimen, pero los analistas del sector ya empezaron a detectar síntomas de debilidad en el turismo cubano antes de la pandemia, y de nada han servido las medidas alocadas para reactivarlo. La realidad es que durante tres años, los niveles de ocupación hotelera, las entradas de viajeros y los ingresos no cubren las expectativas de negocio y por ello, frente a los defensores del sector, ya han empezado a levantarse voces alternativas.

Voces que hablan del pésimo diseño de inversión en infraestructura hotelera, habitaciones y  establecimientos en aumento cuando la demanda es muy baja y en declive. Esa idea de prepararse para un futuro ya no se la cree nadie. El turismo de sol y playa de la Isla ha muerto antes de empezar y se requieren urgentemente ideas nuevas.

Ideas que, en el caso cubano, solo pueden salir del estado, del ministerio del ramo que, tal vez por su falta de experiencia o trayectoria, e incluso modelo organizativo, no es capaz de enderezar el rumbo de la nave. Ya se ha señalado en alguna ocasión que en Cuba sobra política estatal de turismo, y lo que hace falta es lo que hacen otros países de la zona que es una política de turismo de estado. Marrero que fue responsable del turismo, sentando las bases del consorcio político militar que está detrás de los intereses del sector, así como autor de algunas de las ideas que han fracasado, debería entender esa diferencia. Para eso, se necesita otra organización institucional y dar participación plena al sector privado emergente en las decisiones.

No es extraño que las autoridades se encuentren ante el dilema de seguir concentrando inversiones en hoteles y habitaciones, mientras que tienen problemas para suministrar alimentos a las cocinas turísticas. Los encadenamientos productivos de los que habló Díaz Canel en los lineamientos, han resultado un fracaso absoluto cuando se llevan al ámbito turístico. La forma de obtener divisas en el sector se ha visto frenada por la incapacidad productiva de un sector agropecuario que no consigue disponer con libertad de las tierras de cultivo necesarias que, por otra parte, nunca serán suyas. En tales condiciones, es muy difícil mantener los suministros estables a los hoteles. Piénsese que este modelo no existe en República Dominicana, Cancún o Costa Rica, y allí los productores no necesitan entrar en contacto con los hoteleros. Hay toda una distribución mayorista especializada que lo hace. Y los turistas encuentran en el buffet diario todo lo que desean. En Cuba, hay escasez y los turistas lo comentan en sus países a la vuelta.

Despertar a esta realidad y comprobar el caos de la actividad hotelera en Cuba, debe estar pasando factura a los que pusieron en marcha el modelo de funcionamiento actual. Básicamente, porque han surgido voces que cuestionan que se siga invirtiendo en una actividad que no es rentable, mientras que otras que podrían serlo, quedan al margen de las prioridades del régimen. El efecto multiplicador de las inversiones, bien conocido por los economistas, tiene una magnitud muy limitada en la economía cubana, donde construir hoteles o reparar habitaciones en desuso tiene cada vez costes más elevados para el estado, pero luego no entran en la gestión diaria, porque no hay turistas suficientes para llenar. Dicho de otro modo, ¿tiene que ser necesariamente el turismo el único motor de la economía nacional? ¿Estamos a tiempo de cambiar las cosas o es demasiado tarde?

No parece que deba ser así. Hay sectores y actividades de la economía cubana que están desatendidos por las inversiones del estado, y que podrían servir de estímulo al crecimiento de la producción, el empleo y la riqueza nacional.

Uno de esos sectores potentes es la construcción de viviendas, de las que tan necesitada está la nación. El impacto de la inversión en vivienda en términos de empleo y creación de riqueza es muy superior a otros sectores y está bien estudiado por la ciencia económica. El esfuerzo a realizar en Cuba es descomunal y puede durar años.

No cabe duda que el sector agropecuario está necesitado de capital para mejorar su eficiencia productiva, al tiempo que se produce más y mejor. El impacto de las inversiones en este sector y su correlato en la industria alimentaria, podría servir para resolver muchos problemas a la vez.

Las infraestructuras, en general, necesitan atención para afrontar los estrangulamientos que padecen algunos servicios públicos esenciales para la población, como la electricidad, el agua o el gas, y además, apostar por la necesaria innovación tecnológica en las renovables que vaya reduciendo a un ritmo más rápido la dependencia de los derivados del petróleo.

El comercio, mayorista pero también minorista, tiene que renovar sus estructuras para adecuar su funcionamiento a las necesidades de una sociedad que quiere elegir en libertad, a la vez que se va preparando el sector para la orientación al mercado y la oferta y demanda, de los mecanismos de elección.

Pues bien, para entender la distancia que existe entre lo que actualmente hace el estado comunista en materia de inversiones y lo que proponemos como motores del crecimiento interno conviene echar un vistazo a los datos publicados por la ONEI de inversiones en 2021, último año de la estadística. En ese ejercicio, las inversiones en el turismo, incluidas en el apartado de servicio empresarial, actividades inmobiliarias y alquiler representaron ellas solas el 35% de un conjunto de 18 actividades reseñadas. Desde luego ocupó el primer puesto, a gran distancia de la segunda, la industria manufacturera, clavada en un 13% del total.

Pues bien, las que se proponen aquí como motores internos, construcción, agroalimentario, infraestructuras y comercio, representaron todas ellas, el 14% del total, una cifra apenas superior en 1 punto a la alcanzada por la industria manufacturera y 21 puntos menos que el turismo. La decisión política que existe detrás de ese diseño inversor es cuestionable, por definirla en algunos términos, porque el dueño de los medios de producción está realizando una incorrecta elección de inversiones, si se tiene en cuenta que el turismo que llega a Cuba en estos primeros meses de 2023 sigue estando más de un 40% por debajo de los niveles logrados en el mismo período de 2019. No hay justificación alguna a insistir en aquello que no funciona y que, además, despilfarra recursos y no es sostenible.

Lo expuesto indica que hay tiempo para repensar la apuesta por el turismo y pensar que hay otros sectores desatendidos, o infradotados de recursos de capital, que podrían servir para estimular el crecimiento interno. Entonces ¿por qué el régimen no reflexiona y da la vuelta en su apuesta inversora? La respuesta a esta pregunta tiene mucho más que ver con los intereses económicos que están detrás de los políticos que administran el poder económico en Cuba.

Seguir invirtiendo en habitaciones y hoteles es una estrategia problemática, sobre todo cuando los recursos económicos son limitados  y escasos, y hay un pueblo que muestra graves carencias cotidianas. La elección del turismo como instrumento de recaudación de divisas para las arcas del estado toca a su fin y exige un cambio hacia otro modelo que potencie los motores internos de la economía, sin perder de vista  que la economía cubana está plenamente insertada en la mundial y que debe vigilar sus equilibrios internos y externos si quiere lograr la sostenibilidad del crecimiento.

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