Los emprendedores cubanos, la libertad económica y el comercio exterior

Elías Amor Bravo, economista
Las autoridades castristas han fijado como prioridad de la política económica la sustitución de importaciones y el aumento de las exportaciones. Otra cosa es que lo consigan. La economía cubana presenta un grado de apertura relativamente elevado en el conjunto de países de América Latina. En 2018, con datos de ONEI, alcanzó un 33,7% un resultado que desmonta buena parte del argumentario del régimen contra el embargo o el bloqueo. La realidad es que Cuba comercia activamente con todos los países que se prestan a ello y por eso, que las exportaciones o importaciones aumenten o disminuyan es consecuencia de las decisiones internas y no de la posición concreta de un solo país que, además, lo único que exige es el cumplimiento de una serie de principios reconocidos en el derecho internacional.
Si las exportaciones cubanas se han desplomado un 22% desde 2013, y las importaciones lo han hecho en un 7%, es porque la economía cubana no tiene productos o servicios que resulten atractivos en los mercados mundiales o que carece de capacidad financiera para asumir los compromisos de pago de los bienes y servicios que debe adquirir en otros países.
Por tanto, si Cuba carece de la adecuada fortaleza en su comercio exterior y las empresas del estado son rémoras para la exportación, la responsabilidad directa es de las autoridades. Y si bien es cierto que desde la aprobación de los llamados “Lineamientos” el régimen quiere apostar por una mayor apertura de la economía, lo que consigue con ingresos en la balanza de servicios procedentes de la “venta” de médicos y profesionales en otros países, no se observa el necesario cambio de 180º en el modelo de exportación, ni tampoco una decidida apuesta por introducir nuevas formas de operar en el exterior.
¿De qué cambio de 180º estamos hablando?
En concreto, el régimen no quiere, ni permite que las pequeñas y medianas empresas que están surgiendo en la economía cubana puedan exportar, incrementar su cartera de negocio y acceder a mercados de otros países con sus productos y servicios. La ceguera ideológica comunista impide apostar por un sector emergente de la economía, al que probablemente desde EEUU no se establecería restricción alguna, y sin duda alguna podría contribuir a una mayor solidez y rentabilidad de la economía.
La economía cubana en sus relaciones con el exterior presenta un cuadro dominado por una balanza de bienes con un déficit abultado, una balanza por cuenta corriente positiva (gracias a los ingresos por profesionales en el exterior y las remesas de las familias) y una balanza de capitales que rara vez alcanza los objetivos, como consecuencia de las deficiencias de la política de atracción de inversión extranjera. Un escenario que es limitante, y que impide a la economía mejorar sus posiciones financieras en los mercados de capitales, con un aumento de la confianza y credibilidad. Las condonaciones de deuda y el aplazamiento de intereses conseguidos años atrás, no han servido de mucho para corregir los desequilibrios externos. La estimación de la deuda externa de Cuba sigue siendo una cuestión sobre la que no existe dato alguno desde 2016 cuando alcanzó el 20% del PIB, a partir de un 15,4% en 2013.
Si en vez de perseguir la mejora de las relaciones comerciales y económicas con el exterior utilizando solamente el aparato de empresas de titularidad estatal, el régimen apostara por un aumento del número de exportadores procedente de la red de pequeños emprendedores que florecen en la economía cubana, probablemente el resultado sería muy distinto. Al permitir que estos emprendedores pudieran abrir mercados en el exterior, acceder a las ferias y certámenes, recibir capital de socios internacionales, promover la venta de todo tipo de servicios profesionales cubanos en el exterior, los resultados del comercio exterior serían muy distintos de los actuales.
Sin embargo, el régimen comunista no quiere que los emprendedores cubanos florezcan y a cambio, acepta perder recursos y no lograr una adecuada diversificación geográfica de los mercados exteriores, acaparando todo el potencial exportador en manos de las empresas y negocios del estado, la policía y el ejército. Los pequeños emprendedores cubanos podrían lograr en el exterior mucho más, en términos de reputación y solvencia, que el aparato de empresas dominadas por los comunistas. Estos pequeños emprendedores podrían así salvar las dificultades que encuentran para crecer en el mercado interno y convertirse en la imagen de Cuba en el exterior, una imagen de dinamismo económico, modernidad, creatividad, talento e independencia del poder político, que buena falta hace para superar la etapa oscura del régimen castrista.
Además, estos emprendedores no necesitan apoyo económico oficial del régimen y sus organizaciones para realizar esta tarea, ese apoyo lo tienen asegurado. Lo que precisan estos emprendedores cubanos es que se les deje actuar con libertad y que el régimen comunista no cercene sus opciones de abrir mercados en el exterior. Si las autoridades quisiera apostar por esta opción de libertad tendrían que despegarse del mensaje anti económico que ha dominado el pensamiento político en Cuba desde 1959, y que sigue calificando al empresario libre como “explotador”, un elemento “a eliminar de la sociedad socialista” ideada por el llamado Che Guevara.
De ese modo, Cuba pierde una oportunidad excepcional para orientar su talento emprendedor al exterior, y no hablo de hacerlo formando parte de “contingentes” de profesionales de los que se lucra al estado, sino con absoluta libertad para emprender en los más amplios y variados ámbitos como la arquitectura y el diseño, la logística o el transporte, las artes y el diseño en sentido amplio, el deporte, la seguridad, la educación y formación, el turismo en sus distintas facetas, agropecuario, e incluso yendo más allá, la biotecnología, la salud, el medioambiente o las TIC. Los emprendedores cubanos saben mucho y pueden obtener amplios beneficios si ponen en valor su conocimiento, pero el régimen debe dejarles que actúen en libertad.
Hablar de promover la internacionalización de la economía, como hace el régimen castrista, es pensar que se puede dejar fuera de la oferta comercial de un país a los sectores emergentes de emprendedores y las nuevas pequeñas empresas que aparecen en la isla. El régimen cree que es mejor apostar por una estructura obsoleta como el Mariel que sigue sin levantar cabeza, la venta de “contingentes y brigadas” de servicios profesionales en el exterior o unas inversiones extranjeras mal diseñadas y organizadas, que tampoco alcanzan los objetivos fijados. Si en vez de estas opciones “estatistas” se abriese a la empresa privada libre de los cubanos la actividad del comercio exterior, otro bien distinto sería el resultado.
Frenando y obstaculizando la opción de la libertad y la modernización emprendedora, el régimen comunista no solo refuerza su posición de poder, reprime la actividad económica libre, sino que deja de obtener unos importantes ingresos que podrían ayudar a que la economía cubana saliera del marasmo actual y emprendiese su camino hacia la normalidad institucional. Y para ello tienen que reconocer que la única forma de crecer y mejorar la economía es consiguiendo que las empresas privadas y libres cubanas puedan seguir creciendo y aumentando sus ventas en el exterior.
Se echa de menos en los llamados “lineamientos” un auténtico plan para la internacionalización de la economía apostando por la integración de los emprendedores cubanos en la oferta competitiva. Lo cierto es que se echa en falta una política auténtica para promover las exportaciones y la sustitución de importaciones. Si se pretende conseguir este objetivo con el entramado de empresas estatales existente, será difícil. Hay que dar entrada a nuevos proyectos privados. Probablemente algunos mueran en el intento, pero otros tendrán éxito y abrirán espacios para la libertad económica, la internacionalización y el aumento del valor añadido de las exportaciones, con la integración de la economía cubana en las cadenas de valor internacional. Esta estrategia no solo es posible, sino que es urgente y necesaria. Otra política económica es posible en Cuba.

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