Se acabó el café
Elías Amor Bravo, economista
Cunde la
alarma. Cubadebate y Granma anuncian a la población que la
distribución de café en diciembre tendrá un aplazamiento como
consecuencia de los eternos atrasos productivos en la industria. La
alarma preocupa. Los cubanos saben que un café es esencial para
empezar el día. Un producto como este, en que se acumula tanta
historia y experiencia productiva en la nación, no debería
desaparecer de los comercios.
La
problemática del café es la misma que la de otros muchos productos
y servicios que el estado comunista, que rige la vida económica en
Cuba, es incapaz de producir en cantidad y calidad suficiente para
atender las necesidades de la población. Pero no siempre ha sido
así. Antes de 1959, Cuba producía un café de excelente calidad y
la oferta anual era claramente ajustada a la demanda.
Nunca
un cubano se quejó de no poder disfrutar de su buchito de café. Los
problemas empezaron inmediatamente después de las confiscaciones a
los propietarios de los cafetales, casi todos ubicados en la manigua
montañosa de Oriente, y sobre todo, después que Fidel Castro
quisiera imponer, en contra de los criterios técnicos y económicos,
la producción de café en los campos alrededor de La Habana.
Aquella
experiencia fue uno de los disparates económicos más sobresalientes
del castrismo. Uno de los muchos que se acumulan en la agenda
personal de Fidel Castro, sobre todo porque se basó en obligar a
niños de corta edad a cultivar las maticas de café que debían ser
sembradas en aquellos surcos interminables. Nadie me puede decir que
no fue así, porque yo fui una de aquellas víctimas infantiles.
A
partir de entonces, el café empezó a escasear de las bodegas. Eso
de tomarse un buchito quedó para muy contadas ocasiones, y en todo
caso, la mezcla que se acometió con sucedáneos, hizo desaparecer
para siempre el aroma del café de las casas de los cubanos. Un
desastre. El aplazamiento que se anuncia ahora es uno más, de los
muchos que ha habido en estos 60 años. Sin ir más lejos, en
noviembre se produjo otro. La gente está acostumbrada, lo mismo que
a los apagones o cuando cualquier producto se acaba.
Conviene
recordar que
desde
el pasado mes de mayo, con
los primeros síntomas de la actual recesión,
el régimen empezó
a
adoptar una serie
de medidas que
alteraron los procesos habituales de
distribución
de algunos productos, lo
que empezó a provocar una creciente inestabilidad
en la distribución
comercial. El problema del café se encuentra, en buena medida, en la
articulación de estas medidas que lejos de resolver los problemas,
los han acrecentado. Por ejemplo, el objetivo de “garantizar
productos prioritarios y aumentar las ofertas de pollo, el aceite o
el huevo, así como otros de aseo y la canasta familiar” no
se ha cumplido y a lo largo del año, la situación ha ido
complicándose. El café, desapareciendo de las tiendas, es uno de
los principales afectados.
En
noviembre ya hubo atrasos, debiendo esperar prácticamente al final
de mes para acceder al producto. Y lo sorprendente es que el motivo
del incumplimiento ahora se justifica por “la llegada tardía de
los envases del café”, lo que retrasa obviamente la distribución
a las desabastecidas bodegas comunistas. Un desastre, insisto, que el
estado comunista no sea capaz de producir envases para el café. Algo
que no cabe en cualquier cabeza bien armada. Ni café de canasta
familiar normada, ni de consumo social, ni de nada. Los dirigentes se
han preocupado por buscar alternativas fáciles, como el café de
chícharos que se ha convertido en la referencia principal de la
libreta de abastecimiento para los cubanos, o proponer otro tipo de
envases, sin encontrar la solución al problema fundamental, que es
la ausencia de café.
¿Dónde
no falta el café? La pregunta sobra. En las tiendas en divisas. Aquí
puede aparecer una falta puntual, pero enseguida se resuelve. Por
eso, los cubanos dedican las remesas que envían sus familias a la
compra de café pagando unos precios de mercado, superiores a los que
existen en otros países, cuando tienen el recurso procedente del
exterior. El problema son aquellos que solo viven con 30 dólares al
mes y no reciben remesas. Para estos, la situación es claramente
desfavorable, y lo será durante mucho tiempo.
El
problema del café para los dirigentes comunistas es complicado.
Junto a la baja producción interna de café (la cosecha 2009-2010
fue considerada una de las más bajas de la historia en el país, con
solo 6.000 toneladas) que no se incrementa por depender de la
dirección del estado, hay que añadir los precios internacionales
del café en grano, que este año han aumentado un 69% e impiden a la
economía castrista, con su escasez estructural de divisas, acceder a
los mercados de aprovisionamiento mundial. Cuba ha venido gastando
anualmente unos 50 millones de dólares por concepto de importación
de grano, y el último año fue necesario comprar 18.000 toneladas
para cubrir el consumo local (tres veces más que la producción).
Mientras
que esta situación complica el escenario para resolver el problema,
el régimen lo que hace es rebajar el precio subsidiado de la bolsa
de café mezclado con chícharos de 5 a 4 pesos cubanos (0,15
dólares) para lo que se ve obligado a inyectar fondos en las
empresas productoras. Una medida incorrecta. Más gasto. Además,
suprime la cuota normada que se entrega a los consumidores de 0-6
años, y con ello aumenta los subsidios del estado al sector a 190
millones de pesos al año. Para la economía cubana, otro modelo es
posible.
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