Cuba y Vietnam: sobre el fracaso y el éxito en las políticas económicas

Elías Amor Bravo, economista

Hoy precisamente Granma publica una nota sobre el comportamiento favorable registrado por la economía vietnamita, nada más y nada menos que un 7% para 2017 y 2018. Un resultado que, ni de lejos, se parece al que anunció Carbrisas el otro día para Cuba, un 1,1% en el primer semestre de este año, prácticamente estable si se compara con la caída del -0,9% en el último semestre de 2016.

El contraste directo entre estos dos resultados nos lleva a realizar algunas reflexiones que deberían servir para orientar a los responsables de la economía castrista, inmersos en ese batiburrillo llamado “lineamientos”, que no acaba de dar los resultados que dicen que esperan. Valga recordar algunos de los resultados de la historia de este país asiático.

El régimen comunista radical que surgió de la guerra contra Estados Unidos sentó las bases de un modelo importado desde el norte que puso fin a la etapa floreciente de la economía del sur, que hasta entonces se había visto beneficiada de un marco jurídico e institucional favorable al crecimiento económico. Los primeros observadores internacionales que llegaron a aquellas tierras, cerradas al exterior por los nuevos dirigentes comunistas, se percataron que, pese a la destrucción de las bombas y la guerra, entre el norte de influencia comunista radical y el nuevo sur sometido tras el conflicto, existían unas diferencias muy destacadas.

El poder comunista estalinista se adueñó del país y así lo mantuvo durante décadas: el balance es bien conocido, escasez, hambrunas, miseria y colectivismo. Vietnam bajo la dirección comunista se iba apagando como nación. Por ello, el mundo respiró con cierta tranquilidad cuando a partir de 1986, las autoridades comunistas, sin renunciar a su poder hegemónico, decidieron que Vietnam tenía que comenzar una transición hacia una economía abierta, observando con cierta envidia el éxito económico de los dragones asiáticos, países vecinos que en esos mismos años transformaron radicalmente sus economías situándose a la vanguardia competitiva mundial.

La nueva política económica, el Doi Moi, renovación y cambio, hizo que la economía de Vietnam empezara a obtener resultados muy destacados en diversos sectores, sobre todo el agrícola, donde el crecimiento de la producción no sólo permitió dar de comer a todo el país sino generar importantes excedentes que se comercializaban en los países vecinos y a precios muy elevados. En poco tiempo, Vietnam superó el lastre estalinista y se convirtió en una nación en desarrollo con ingresos medios que favorecieron la apertura de las clases medias, la acumulación de riqueza y un marco estable para la protección de los derechos de propiedad, ejes principales del Doi Moi.

Vergüenza deberían tener los responsables de la economía castrista de observar el éxito de su socio asiático. Sin embargo, en Granma nada es gratis, y de la misma forma que glosan la favorable evolución del país tras el Doi Moi, que en absoluto tiene que ver con eso que en Cuba llaman los “lineamientos”, también se entretienen con las denuncias de la agencia de noticias VNA y del primer ministro Nguyen Xuan Phuc, "contra el despilfarro y el milimétrico conocimiento de las misiones por parte de cada institución que va asociado a los éxitos económicos descritos".

Al parecer, Nguyen Xuan Phuc, en un intento por recomponer el poder creciente del sector privado emergente en Vietnam, ha hecho cosas importantes, como por ejemplo, “recortar gastos innecesarios y plantillas infladas, reorganizar el aparato administrativo y a crear fondos destinados al mejoramiento del salario de los trabajadores”. Decisiones que en Granma se citan sin más.
El primer ministro igualmente reclamó otorgar prioridad a “los programas nacionales enfocados en la reducción de la pobreza, a crear más puestos de trabajo, a estimular el progreso agrícola y el desarrollo de las áreas apartadas y a usar en mayor cuantía los adelantos de la ciencia y la tecnología”.

Y mientras que en Granma dedican unas líneas a estas actuaciones, también se refieren a los negros augurios relativos al “desfavorable escenario internacional y de factores de origen natural como inundaciones, sequías e intrusiones salinas en importantes porciones de su territorio”, cuando lo cierto es que Vietnam se ha convertido en una potencia exportadora asiática, que ha dado el salto a la industrialización y, no conforme con ello, posee un floreciente sector turístico privado que empieza a atraer viajeros de los principales mercados de Occidente. Nada que ver con los resultados del castrismo.

Estimulado por el Doi Moi, Vietnam está preparado para dar un gran salto adelante. Su entrada a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en el 2007 y su filiación a la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) lo han “integrado plenamente en el comercio mundial, a partir de una política inteligente basada en la reducción de aranceles. Al mismo tiempo, la liberalización de determinados sectores también le ha permitido atraer un creciente flujo de inversiones extranjeras, que resultan claves para la industrialización”.

Y la pregunta es ¿pueden los responsables de la economía castrista conseguir algo así?

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