Los controles de precios y el fracaso del comercio castrista a un año vista
Elías Amor Bravo, economista
A vueltas con lo mismo de siempre.
Granma publica hoy un artículo titulado “Regular y abastecer: ¿las
dos puntas de un mismo problema? que permite comprobar que los
efectos de la política de control de precios acaban siendo un
desastre para todos y alejan la realidad económica de Cuba del
funcionamiento ideal de mercados, consumidores, precios. Lo que se
dice en el artículo, no tiene desperdicio.
Al parecer, los autores señalan que
“el origen del problema se encuentra en el incumplimiento de unas
normas del llamado Ministerio de Finanzas y Precios relativa a la
presencia de productos agropecuarios en mercados y plazas, la
variedad de la oferta y la balanza de los precios”. Pienso que es
justo lo contrario. Las normas de fijación de precios acaban
provocando efectos contrarios a los buscados, e incluso no deseados.
Tras pasado algo más de un año desde la entrada en vigor de las
normas, “continúan las inquietudes en torno al tema: ¿qué ha
cambiado?, ¿acaso se cumplen las normativas?, ¿o es que el
verdadero problema no reside ahí?”
La respuesta a estas preguntas es
muy fácil. La norma que controla los precios está mal diseñada y
va en contra de los objetivos que tiene cualquier mercado, que en
esencia, es igualar oferta y demanda. Lo decíamos hace un año, es
difícil, por no decir imposible, que un mercado funcione cuando se
establece un listado de precios fijos por el cual deben regirse las
entidades gestionadas por cooperativas no agropecuarias (CNA), las
que son abastecidas por el Ejército Juvenil del Trabajo (EJT) y los
mercados agropecuarios estatales (MAE), para la venta de sus
productos. Más grave aún es la exención de los controles de
precios a los mercados agropecuarios de oferta y demanda (MAOD) y los
arrendados por trabajadores por cuentapropia. Asimetrías, precios
fijos, controles e ineficiencia: el paradigma de la economía
castrista llevado a extremo.
Dejando de lado las cuestiones
relativas al contenido de la normativa de precios, lo que está claro
es que no ha conseguido sus objetivos. Ni se ha logrado un impacto
positivo en la cadena de abastecimiento, la implementación no ha
estado exenta de errores y el control administrativo ha sido muy
deficiente. Y lo que es peor, el artículo señala que “la gestión
empresarial y la responsabilidad de los productores con las fechas y
volúmenes de entrega, no pueden dejarse de la mano, especialmente
cuando se reiteran ciertas inquietudes en la población”.
Puedo estar de acuerdo con la
torpeza de los burócratas, pero me resisto a culpar a los
productores libres como se hace en el artículo. Básicamente porque
a ellos, lo que les interesa es que los consumidores lleven sus
cestas cargadas, que paguen un precio justo, obtener ingresos por
ventas para cubrir los costes y arrancar un nuevo proceso de
producción. Es la lógica del mercado. Simple y contundente, que los
castristas se empeñan en distorsionar y destruir.
Al final el problema está en la
logística, el transporte, el suministro a los mercados. Es posible
liberalizar la producción agropecuaria, pero si al mismo tiempo, los
productos no llegan a los consumidores, el fracaso está servido.
¿Dónde se ha visto que el estado tenga que prestar servicios de
transporte de mercancías a los mercados de consumo? En ningún
sitio. Solo en Cuba.
En los años 50,
la economía cubana contaba con una red de distribución y logística
impecable que aseguraba el suministro diario de los mercados en
calidades y cantidades competitivas. Nadie tenía quejas. Los precios
retribuían a los productores y distribuidores y los consumidores
satisfacían sus preferencias y necesidades. Todos ganaban. En 2017,
la producción no llega a los mercados, los clientes se quejan, los
distribuidores no cumplen con sus funciones porque no tienen
incentivos, los productores pierden sus cosechas y abandonan. El mal
es conocido, pero no por ello, no deja de tener solución.
Mientras que los
canales de distribución ya están inventados en todo el mundo, en el
régimen castrista hay quienes creen que han descubierto cómo se
pone un huevo de pie. Es graciosa la afirmación del artículo de que
“hay un eslabón entre la mayorista y el mercado, que es la unidad
básica”, las encargadas de hacer la distribución a los agros
según su ubicación territorial. Pero ¿qué bobería es esta unidad
básica? ¿Para qué más ineptos intermediarios en el canal?
¿Saben los
castristas que la coexistencia de entregas de cosechas por los
productores al encargo estatal, con las que obtienen los productores
privados, está creando asimetrías que lejos de dar solución al
problema, lo complican más aún? La respuesta la dan en el
artículo, “como norma al productor le conviene más venderle al
Estado que a un intermediario, porque conoce de antemano cuánto le
vamos a pagar por su siembra de acuerdo con los precios fijados y
según la época de cosecha en el año”.
Además, “los
productores están obligados a entregar el 80% de la producción
porque el Estado les financia paquetes tecnológicos, combustible, y
fumigaciones de insecticida. Por qué los privados no pueden hacer
eso mismo. La cuestión siguiente es ¿dónde está el producto que
debe llegar a los mercados?
Habría que
averiguar por qué ocurren esas deficiencias y asimetrías y adoptar
las medidas adecuadas para que todos puedan tener horizontes de
certidumbre y no solo los que dependen del estado.
La relación de
problemas es tan extensa como se quiera, y apunta a ese burdo primitivismo
castrista de la organización comercial en Cuba. Cualquiera de estos
problemas que se enumeran ya no se presentan en países de niveles de
desarrollo inferiores a Cuba. El drama de los cubanos, 58 años
después, sigue día a día. Productos de baja calidad que se venden
como si fueran de primera, precios que no se rebajan a pesar de darse
las condiciones para ello porque se trata de productos con
desperfectos o daños, inadecuada definición de las tarimas para los
distintos tipos de productos, inadecuada medición de las balanzas
de pesaje, problemas de conversión de kilogramos a libras en las
digitales, insatisfacciones de los consumidores, disminución de
ingresos por ventas de los distribuidores, sanciones de los inspectores, entre
otros, conforman ese pésimo escenario de la realidad cotidiana del
comercio cubano.
Por lo tanto, y a
más de un año de la entrada en vigor de las normas sobre los
precios máximos, lo que se ha producido es lo que ya anticipábamos:
un desastre de desabastecimiento, intermediarios que incumplen, falta
de productividad, decisiones organizativas y burocráticas
inadecuadas, negligencias de los gestores, entre otros. Las
normativas de control de precios causan esos efectos sobre los
mercados. Sobre cualquier mercado. Lo que se describe no es ni más
ni menos que lo que se preveía, y lo peor puede que no haya llegado
aún. Despojarse del lastre ideológico comunista no será fácil,
pero no queda más remedio.
Comentarios
Publicar un comentario