61 aniversario de la Ley de reforma agraria: nada que celebrar en el campo cubano
Elías Amor Bravo, economista
Cuando
este domingo 17 de mayo, se cumplan 61 años de la Ley de reforma
agraria comunista que implantó Fidel Castro en Cuba, nada más
llegar al poder, habrá que echar la vista atrás y contrastar con
objetividad si sirvió realmente para algo. El castrismo ha
distorsionado la imagen del campo cubano antes de 1959 de una forma
tan irreal y demagógica, que los que sobreviven a aquellos años
tienen dificultades para entender de qué están hablando.
Lo último,
han publicado en Granma, “una encuesta realizada por la Agrupación
Católica Universitaria, la ACU, en 1956-1957” sobre la situación de los
campesinos cubanos, y que formuló un diagnóstico realmente
sobrecogedor, vaya usted a saber si es cierto. Tengo serias dudas de la calidad de
los datos de un método de prognosis social del que no se facilita ni
la ficha técnica, ni el método utilizado y mucho menos los
responsables de la investigación. Pero ya se sabe, que cuando se
trata de dar datos, no hay quien gane a los comunistas.
El
régimen castrista no pierde una sola oportunidad, y 61 años
después, se saca del cajón del olvido este estudio seudosociológico
para desplegar, nuevamente, una realidad catastrófica del campo
cubano antes de la revolución, según la cual, “el trabajador
agrícola cubano se encontraba engañado por los gobiernos y olvidado
por los dirigentes de todos los sectores nacionales”, o igualmente
“campesinos que vivieran más miserablemente que el trabajador
agrícola cubano” . Apreciaciones subjetivas, en todo caso, que
vaya usted a saber de quién son y por qué.
Y
además, citan del estudio datos asombrosos, como que “la gente del
campo, por la desnutrición crónica que les caía del cielo,
tuvieran 16 libras por debajo del peso teórico”. Además, otros
datos mostraban la misma realidad, “el 89,84% de las viviendas
campesinas se alumbraban con luz brillante; el 60,35% estaban
construidas con madera, techo de guano y piso de tierra; el 63,96% no
tenía ni letrina ni inodoro; solo el 3,36% de la muestra consumía
un alimento tan universal como el pan y el 14% de los entrevistados
refería padecer o haber padecido la tuberculosis”.
Datos
sobrecogedores, que en caso de ser ciertos, representativos, estarían
presentando un escenario realmente dantesco. Pero entonces yo me
pregunto, cómo es posible con una situación como la descrita en ese seudoestudio, que la agricultura cubana en 1959 fuera capaz de
alimentar a toda la población de la Isla, a diferencia de la
actualidad que es necesario, año tras año, realizar importaciones
de urgencia para evitar hambrunas.
Una agricultura, además,
altamente productiva y competitiva, con elevados niveles de inversión
en tecnología y especializada en productos de gran demanda en los
mercados mundiales. Además, aquella agricultura de 1959 había
conseguido otro éxito que los comunistas soslayan: era la primera
potencia mundial de azúcar, actualmente en 2020 Cuba tiene que
importar azúcar de Brasil porque su industria está destruida.
Pero
el colmo de la manipulación es afirmar, citando
el estudio que
aquellos campesinos cubanos “añoraban un empleo, e incluso, ser
propietarios de la tierra, lo que unido al hecho que
solo
había
trabajo para la mitad del año, suponía
una situación permanente de pobreza y miseria con muy poca o nula
movilidad social”. Parece que la familia Castro no fue
entrevistada en este estudio de la ACU, la muestra debió estar muy sesgada, porque
entonces
los resultados habrían sido todo
lo contrario.
Si
se tiene en cuenta la historia económica exitosa de “don Ángel”,
un pobre gallego
emigrante
que, curiosamente, amasó una gran fortuna en el campo cubano
logrando que sus hijos accedieran a la universidad, y mucho
más. La realidad es que en Cuba había muchos “don Ángel” antes de 1959, y
que la agricultura fue durante décadas un espacio vital para la
movilidad social ascendente y el progreso, por
mucho que los comunistas no lo quieran reconocer. Hoy, en
2020,
no hay ninguna
posibilidad,
por desgracia.
Como
dicen en Granma, la Ley de reforma agraria impulsada por los
comunistas “fue
la primera gran nacionalización del proceso revolucionario cubano,
el punto de ruptura”. Sin duda, una ruptura sangrienta que condenó a la miseria y el ostracismo a muchos campesinos que antes habían podido desarrollar sus vidas sin ningún tipo de ayuda o beneficencia social. Una ruptura dramática que alteró las condiciones jurídicas y técnico productivas en la
producción agropecuaria, despojando a unos y otros del derecho humano a la libre elección, arrastrando al sector al caos en que se
encuentra actualmente, del que no puede salir, por mucho énfasis que
se ponga en el argumento de la “justicia social”.
Si
algo tienen que tener en cuenta los dirigentes comunistas de 2020, es
que si los campesinos cubanos eran
“infelices” en
1959, posiblemente hoy lo sean mucho más, empeñados en sacar
adelante la producción en las pequeñas parcelas que les arrienda el
único propietario de los medios de producción (el estado
comunista), el mismo que luego acopia sus cosechas, les paga unos
precios no competitivos y les impide crecer y ser rentables. Ya se están produciendo las primeras protestas organizadas por asociaciones independientes en el campo cubano. Protestas que 61 años después de la aberración de las nacionalizaciones de la propiedad de la tierra, tienen más relevancia, si cabe, que nunca. En todos estos años la justicia social en el campo de Cuba ha brillado por su ausencia. Si lo que hay ahora es mejor
que en 1959, que lo expliquen.
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