En torno a Stiglitz y el posicionamiento de la economía cubana
Elías Amor Bravo, economista
“Cuba está preparada para asimilar los cambios
acelerados que vive la economía mundial”. Esta frase no pertenece
a los discursos de Fidel o Raúl Castro,ni tampoco a Marino Murillo o
a cualquiera de los funcionarios que se dedican todos los días a
atraer inversores extranjeros a la Isla. Esta frase, pronunciada en
estos términos, pertenece al economista y Premio Nobel de Economía
de 2001, Joseph Stiglitz, durante una conferencia en la capital,
celebrada el pasado martes, organizada por el Ministerio de Comercio
Exterior y la Inversión Extranjera.
Que el premio nobel de Economía se pronuncie en
estos términos ante un auditorio sin duda agradecido, en el que se encontraban, entre
otros, según la nota publicada en Granma, “el vicepresidente de la
Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba (ANEC) y
héroe de la República de Cuba, Ramón Labañino Salazar, junto a
otros reconocidos investigadores cubanos y extranjeros”, no causa
sorpresa. No me cabe la menor duda que todos esos “héroes” de la
llamada revolución, presentes en el auditorio, también quedaron muy agradecidos, ante tamaño
elogio, por otra parte, bastante alejado de la realidad.
Sostiene Stiglitz que como el desarrollo económico
mundial radicará en el sector de los servicios que emplea mano de
obra capacitada, y dado que Cuba tiene un avance positivo en ello,
sus posibilidades de éxito son notables por cuanto se encuentra
mejor preparada que otros países para los cambios acelerados en la
economía mundial. Grave error.
La capacitación de la mano de obra es fundamental
para el desarrollo económico de un país. Eso es cierto, pero las
competencias concretas que se tienen deben estar en estrecha relación
con el marco jurídico, el entorno administrativo y económico en que
se desarrolla la actividad empresarial. Y teniendo en cuenta la formación de los cubanos, adquirida en el régimen
comunista, las instituciones que subsisten son una pesada roca para
la libertad económica y el progreso. A ellas no hizo referencia
Stiglitz, tal vez porque desde hace años pertenece a ese colectivo
de defensores del intervencionismo y el control económico. Si no
existe una relación entre capacitación laboral y estructuras
económicas, la inversión en formación se tira a la basura.
Del dicho al hecho suele haber largo trecho, y en
Economía, donde dos y dos son cuatro, y nunca tres o cinco. El
análisis de Stiglitz parece más bien un cuento chino dirigido a un
auditorio que tal vez esperaba que el premio Nobel, dada su
trayectoria, dijese algo de este calado para ganarse los aplausos.
Stiglitz, que puso como ejemplo los cambios
drásticos en el mundo, producidos desde su última visita a Cuba, en
el año 2002, “sobre todo desde el punto de vista tecnológico”,
debería saber que en la isla el acceso de la población a internet
está controlado por el régimen castrista, la libertad de
instalación de redes en las casas y empresas es prácticamente inexistente y los escasos
espacios públicos para la red wifi pública se encuentran atestados por el
deseo de los cubanos de comunicarse con el exterior. Con tal grado de
atraso, es difícil que la economía castrista puede obtener alguna
ventaja de la globalización.
Es lo mismo que cuando se refirió al “descenso
acelerado de oportunidades manufactureras”, como consecuencia de
los cambios en la economía mundial. La manufactura en Cuba es poco
competitiva, jamás ha sido capaz de equilibrar las cuentas externas
de la economía a pesar de los bajos niveles salariales, su contenido
tecnológico es muy deficiente al igual que su calidad. En suma, la
economía castrista rara vez ha sido manufacturera, y lo poco que
subsiste se verá afectado, por mucho que Stiglitz no lo crea, por lo
que él llama la “robótica de punta”, como ya se observó en el
sector hotelero cuando los gestores españoles en pleno período
especial ajustaron las hinchadas plantillas que tenían los
establecimientos turísticos.
La economía castrista no genera empleo, sino
subempleo. Concentra en las empresas estatales, monopolistas
controlados por sectores del ejército y la seguridad del estado, la
producción y una mano de obra abundante que impide obtener ganancias
sostenibles de productividad y que acumulan una continua
ineficiencia, exigiendo subsidios del estado para poder compensar
pérdidas. La burocracia y la incompetencia dominan la gestión del
sector empresarial, en el que no ha podido entrar la iniciativa
privada.
La economía castrista es incapaz de potenciar los sectores
de servicios que amplíen el aprendizaje y las competencias de los
trabajadores. Lo que hace es exportar servicios profesionales a
países del eje bolivariano, movimientos de población que no se
manifiestan en ningún otro país del mundo, donde los profesionales
académicos son libres de elegir en qué país quieren prestar sus
servicios. Cuba, el régimen que la dirige, en contra del análisis
de Stiglitz, ni se encuentra preparada para el desafío mundial ni
tampoco ha sido capaz de identificar sus principales potencialidades.
Sorprende que Stiglitz haga referencia a dos
aspectos que según él “Cuba podría aprovechar y le harían
destacarse a nivel mundial: la agricultura y la energía solar”.
La
agricultura cubana, su especialización competitiva a nivel
mundial, fue destruida por Fidel Castro hacia 2002, que se encargó de cerrar
instalaciones de producción de azúcar, reduciendo la cosecha cañera
de la que había sido primera potencia mundial a niveles inferiores a
los de la etapa colonial. Los principales productos obtenidos por los
campesinos independientes se destinan al consumo interno, apenas
generan excedentes y se encuentran sometidos a la presión de los
intermediarios estatales. Desde hace décadas la agricultura cubana,
donde el estado sigue siendo el principal dueño de las tierras
cultivables, es un desastre, obligando a realizar importaciones de
alimentos por la escasa oferta interna. Ya nos dirá Stiglitz qué se
puede hacer para ordenar este sector.
Y con relación a la energía solar, es cierto
como dice él, que “Cuba, por su posición geográfica, posee una
riquísima dotación de sol”, pero eso no es suficiente y para
poner en marcha instalaciones de energía solar hace falta
inversiones, recursos económicos que la precariedad del régimen
castrista impide obtener por su obsesiva concentración en gasto
improductivo.
Las inversiones extranjeras difícilmente van a
invertir en instalaciones solares cuando la energía en Cuba está
subvencionada y sus precios son de los más bajos del mundo. Stilgliz
tampoco debió informarse de esta cuestión. Me hace gracia que
compare el caso de Estados Unidos, donde según él dice, “las
industrias del carbón y petróleo impiden que se potencie esta forma
valiosa de energía. Este no es el caso de Cuba”, claro que no. El
caso de Cuba es la dependencia de un petróleo subvencionado
procedente de Venezuela y que se intercambia por mano de obra
profesional. Cuando ese comercio irracional toque a su fin, ya veremos
de quién depende la energía en la economía castrista.
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