¿Por qué el régimen castrista se escuda en la economía?
Elías Amor Bravo, economista
En
vida de Fidel Castro, el régimen nunca reconoció el desastre
económico producido por la apuesta absurda, y contraria a la razón
humana, del comunismo. La temprana eliminación por la llamada "revolución" de los derechos de
propiedad privada y del mercado como instrumento de asignación de
recursos asestó un duro golpe a la economía, pero después la
dependencia de la subvención soviética en plena guerra fría
provocó más daños que beneficios a una economía que nunca fue
capaz de definir su posición a nivel internacional, al tiempo que
provocó que Cuba se fuera quedando atrás en términos de eficiencia
y competitividad.
Pese
a todo, el régimen siempre encontraba alguna razón para culpar al
exterior de los males de la economía. Tras la caída del muro de
Berlín y la aparición de los graves problemas estructurales que se
habían larvado durante décadas, Fidel Castro fue capaz de tejer un
sólido argumentario sobre la economía que obligó incluso a
redefinir la medición de los principales agregados económicos, en
una controversia abierta con CEPAL a comienzos de este siglo. Fidel
Castro nunca reconoció públicamente que la economía que había
creado era un cúmulo de deficiencias insostenibles, quizás la mas
grave de todas fue el cierre de la industria azucarera, y lo peor es
que muchos lo creyeron.
Su
hermano heredó aquel desastre en 2006 y se puso a la tarea de
intentar resolver, mediante cambios tímidos y estéticos, los
principales problemas con el fin de ganar tiempo. Autorizar cuenta
propistas, ceder tierras estatales en arrendamiento o abrir los
hoteles y restaurantes a los cubanos y usar móviles, medidas que daban la
sensación, sin duda falsa, de que Cuba podría superar su atraso
endémico y aprovechar la condonación de las deudas de los
acreedores internacionales y un mejor clima de relaciones con la
presidencia de EEUU. Pero no ha sido así.
Y en
vez de huir hacia delante, Raúl Castro en ausencia de su hermano ha
dado orden de llamar a las cosas por su nombre y no crear falsas
expectativas. Lo que estos días se está escuchando en La Habana,
durante el periodo ordinario de sesiones de la octava legislatura de
la Asamblea Nacional del Poder Popular tiene mucho que ver con este
nuevo enfoque del régimen respecto de la economía y con el abandono del mensaje triunfal y mesiánico de Fidel Castro, por otro más apegado a una triste y compleja realidad.
Varios
son los cambios producidos.
Primero,
se reconoce abiertamente la grave situación de la economía.
Ciertamente, el término “recesión” parece un poco arriesgado
para referirse a la coyuntura actual, pero ellos ya verán. La CEPAL,
con más cautela, apuntaba a un crecimiento del 0,4% para el conjunto
del año. Al final, qué más da: recesión o estancamiento. Raúl
Castro en persona, ha sido el portavoz de las malas noticias, y dijo que “el
decrecimiento del PIB en el segundo semestre ha sido del -0,9% “,
identificando los factores que explican ese pésimo desempeño en
“las limitaciones financieras, a causa de la caída de los ingresos
por exportaciones y de los precios de los principales rubros(…) el
bloqueo o el huracán Matthew”. Como siempre, los problemas vienen
del exterior. En eso sí que existe coherencia con respecto a los
discursos de su hermano, al tiempo que se vende como un éxito, “que
no se produjo el colapso de la economía ni el regreso de los
apagones, como auguraban no pocos malintencionados medios
internacionales de prensa(…) además, se preservaron los servicios
de educación y salud gratuitos”. Que alguien pregunte a los cubanos sobre la pérdida de salario real a ver qué dicen.
Segundo,
se confía demasiado en el corto plazo, sin demasiado optimismo. La
realidad es que si en 2017 persisten las tensiones financieras,
cuesta creer que se pueda reactivar la economía hasta alcanzar un
crecimiento del PIB “en el entorno del 2 %”. Pasar de cifras negativas a un crecimiento de esa magnitud significa que en algún momento se crece por encima del 5%, lo que resulta imposible en las actuales condiciones. Es falso pensar que
esto se puede conseguir “cumpliendo tres premisas decisivas:
garantizar las exportaciones y su cobro oportuno, incrementar la
producción nacional que sustituya importaciones, y reducir todo
gasto no imprescindible”. Desde hace una década, y por medio de
los llamados “Lineamientos”, llevan intentando conseguir estos
objetivos sin resultado, ¿por qué habrán de tener éxito en 2017?
Además, esa dependencia de las inversiones extranjeras para
“continuar ejecutando los programas de inversiones en función del
desarrollo sostenible de la economía nacional, suena más a un
brindis al sol que otra cosa. Además, Raúl Castro reconoce al
referirse a las inversiones extranjeras, “esfera en la que no
estamos satisfechos y han sido frecuentes las dilaciones excesivas
del proceso negociador”, para añadir de forma explícita “es
preciso superar de una vez y por siempre la mentalidad obsoleta,
llena de prejuicios, contra la inversión foránea”. Una mentalidad
que bien podría superar con los cubanos, lo que permitiría sin duda
alguna, mejorar mucho más la economía nacional.
Y
tercero, el problema es el mismo de siempre. No se ha aprendido de la
experiencia histórica y se está perdiendo un gran momento para
hacer los cambios que realmente necesita la economía. Pero lo tienen
claro. Raúl Castro señaló al respecto “no vamos ni iremos al
capitalismo, eso está totalmente descartado, así lo recoge nuestra
Constitución”. Una negación que carece de sentido porque la
realidad es que ese “capitalismo”, como sarpullido o enfermedad incurable, en el que
piensa Raúl Castro es difícil de encontrar en algún país del
mundo y con ello, el régimen comunista de La Habana, no hace más
que alejarse de las grandes corrientes que sacuden el mundo, incluso
entre sus socios ideológicos como China o Vietnam. El ejemplo más
evidente de que no saben a dónde quieren ir. Más aún,cuando Raúl
Castro se contradice a si mismo, y dice “pero no debemos cogerle
miedo y poner trabas a lo que podemos hacer en el marco de las leyes
vigentes”. Una de cal y otra de arena.
Un
escenario ciertamente lúgubre para cualquier inversor extranjero que
esté planeando algunas operaciones en la economía castrista. El
mensaje de Raúl Castro ha sido claro: ni hay dinero ni se le espera.
Los que vengan a invertir ya saben lo que hay. Con mensajes de este
calado, lo mejor y lo más racional es orientarse hacia otros
destinos. Las inversiones en campañas internacionales de comunicación y marketing tiradas a la basura de un plumazo.
Sin embargo, lo que hay que preguntarse es por qué y ahora el régimen
se escuda en el deficiente comportamiento de la economía y lo hace
público. Da la sensación de que algo se esconde detrás de este
diagnóstico que no admite comparación posible con el pasado.
La
realidad es que la única opción posible para la economía cubana:
la vía hacia la libre empresa, la propiedad privada y el mercado, ha
sido rechazada abiertamente por Raúl Castro en su discurso en la
Asamblea, ¿tal vez para calmar a los sectores comunistas más reaccionarios del
régimen que desean que Cuba no cambie? O ¿tal vez porque Raúl
Castro planea una “glasnost” económica en profundidad y quiere
darle una justificación para impulsar los cambios justificados por
la gravedad de la situación?
Las incógnitas quedan sin respuesta.
Malo. Lo peor que puede ocurrir a una economía es la incertidumbre.
Con estos dimes y dirites y, voy y vengo, no se gana tiempo. Se
malgasta.
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