Ni almohadillas higiénicas son capaces de producir

Elías Amor Bravo, economista

¿Se imagina una consumidora española, italiana o china encontrarse con un problema de falta de almohadillas sanitarias al ir a comprar al mercado? En Cuba, no se lo tienen que imaginar. Saben perfectamente que ocurre, y, además, con bastante frecuencia. Un ejemplo más del desempeño desastroso de una economía incapaz de atender las necesidades básicas de los consumidores, y que por no se sabe bien qué motivo, utiliza al diario oficial del régimen para dar explicaciones de lo que no admite justificación alguna: la ausencia de productos en los supermercados, en este caso, básicos para la higiene.

La información ha sido publicada en Granma, en su edición de hoy. Al parecer, la Empresa de Materiales Higiénico-Sanitarios (Mathisa), estatal y bajo control comunista, como no podría ser de otro modo, informó que ante la ausencia de sus productos en los comercios, la fabricación de almohadillas sanitarias, que es su cometido, volverá a comenzar de nuevo, y por tanto los productos llegarán a las consumidoras, “cuando arriben las materias primas”.

Retrasos en la adquisición de materias primas provocados por “dificultades de financiamiento”. La pregunta es ¿cuántos años lleva funcionando esta empresa estatal castrista haciendo lo mismo? Sin duda, muchos, dado el control que existe del mercado interno. Pues bien, errores de este tipo, fracasos en la prestación del servicio a los consumidores, tienen un coste que, en general, suele ser elevado. Los clientes rechazan a aquellas empresas que no son capaces de prestar un servicio continuado. Los distribuidores, en cualquier economía normal, rompen sus acuerdos con los productores que son incapaces de cumplir con los plazos de entrega y vacían las cadenas de suministro. En Cuba, donde todo está en manos del mismo dueño, el único perjudicado es el consumidor final; los demás, ni se ven afectados. Y todo ello porque el productor, el vendedor, el distribuidor o el transportista, es el mismo paquidermo ineficiente: el estado. Y así van las cosas durante casi 60 años. Y lo que es peor, poco aire fresco entra en este cajón cerrado, salvo esa empresa vietnamita que dice que se va a establecer en el Mariel. Ya veremos.

La empresa de las almohadillas ha justificado la rotura del suministro por problemas financieros. Ya lo advertíamos hace algunos meses. El momento del relevo de Raúl Castro al frente del régimen va a coincidir con un escenario económico especialmente complicado. Básicamente porque nadie en Cuba ha reconocido la necesidad de adoptar medidas económicas que dejen atrás el sistema imperante en favor de una economía de mercado libre, que es lo que funciona bien en el resto del mundo. A las cosas hay que llamarlas por su nombre y dejarse de falsos remilgos ideológicos. Con una economía en funcionamiento de estas características, lastrada por un asfixiante nivel de endeudamiento y una baja, bajísima productividad, no resulta extraño que las mujeres se encuentren con escasez de almohadillas, da igual, con escasez de cualquier producto.

Por el contrario, en una economía dirigida por las demandas y necesidades de los consumidores, con absoluta libertad de empresa, no se podría justificar la rotura de la producción por problemas en la importación de ocho de las diez materias primas necesarias para la confección de las susodichas almohadillas sanitarias. Por mucho que resulte difícil que hubieran problemas financieros, lo que está fuera de toda duda es que los gestores de compras de las empresas privadas realizan una planificación anual cuidadosa y estratégica para contar con el apoyo de los proveedores, de modo que no se retrasen los suministros. Es la clave del por qué en una economía de mercado hay pan fresco y recién hecho todos los días por la mañana. No es gracias a un benevolente planificador que controla todas las panaderías, sino de otra cosa muy distinta a la que rige en el funcionamiento de las empresas estatales cubanas como esta que produce almohadillas.

De nada sirven las explicaciones de la directora general de la entidad a Granma. En una economía de mercado su cargo habría sido puesto a disposición de un consejo de administración interesado en que la empresa funcione correctamente y de servicio de calidad a los clientes. La cuestión es que en Cuba sería muy injusto obligar a dimitir de su cargo a esta señora directiva porque buena parte del fracaso de su gestión tiene una explicación en la orientación ideológica del sistema en que le toca funcionar. El drama no puede ser mayor.

Viendo estos ejemplos relativos al pésimo funcionamiento de la economía cubana, que ya ni siquiera es capaz de producir almohadillas higiénicas de forma continua, se podría pensar con afán derrotista que el sistema no tiene solución. Falso. La solución es un giro de 180º en la dirección de los asuntos económicos hacia la libertad y la propiedad privada. Soluciones como las que se anuncian en Granma, del estilo de suministrar la reserva para paliar la escasez, o dedicar más horas a producir para corregir los déficits y adelantar entregas que ya deberían haberse producido, lo que consiguen es tensar más la cuerda y dejar un terreno mal abonado para la dirección empresarial eficiente. El problema es de fondo, estructural, ideológico y de concepto. Y créanme, no se va a arreglar con la llegada de esa empresa vietnamita al Mariel. Eso solo será un remiendo. De los muchos que se han aplicado en los últimos años y que nos han llevado a la situación actual.

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