¿Tiene futuro la actividad bancaria en Cuba?

Elías Amor Bravo, economista
 
En Granma se preguntan por qué sigue siendo limitada la relación con las instituciones bancarias en Cuba. Buena pregunta. La respuesta es clara: no existe confianza. Nadie que esté en condiciones de asumir la petición de un crédito puede confiar en bancos que son oficinas del estado, prolongación de los procesos de control a la población, e informantes al partido y los órganos de dirección de cualquier indicio de acumulación de riqueza. Algo que en Cuba, conviene recordar, sigue estando proscrito.

El artículo de Granma da para mucho. Plantea situaciones traumáticas para la operatoria crediticia en Cuba, que sin embargo, son absolutamente normales en cualquier país del mundo. Desde los avalistas que ven como su compromiso con alguien se viene abajo por el quebranto de la operación, a los que asumen un crédito sin saber muy bien en qué consiste, básicamente porque en el régimen castrista, por desgracia, se abolió desde los primeros tiempos de la llamada revolución cualquier vestigio de la cultura financiera de los cubanos. Y hoy, 60 años después, no sólo existe desconfianza, temor y miedo hacia lo que se denomina banca en Cuba, sino que tampoco se tiene una idea, siquiera aproximada, de cómo funciona esta actividad.

Por lo tanto, no plantea problema alguno coincidir con la tesis de Granma relativa a “la ausencia de una cultura financiera y crediticia en la población”. El único responsable de que esa cultura financiera no exista en Cuba es la ideología del régimen que la gobierna, que no ha hecho gran cosa para mejorar ese conocimiento. Y por las informaciones que recibimos de la isla todos los días, sigue siendo poco proclive a ello.

Hay algo de ingenuidad en la información que proporciona Granma. Se piensa que la política de créditos en Cuba, entendida como una “voluntad del Estado” en la política denominada “lineamientos”, tropieza con dificultades para lograr sus objetivos de llegar a los trabajadores por cuenta propia, al constatar el limitado acceso a los préstamos.

Pero ¿qué quieren? ¿De de verdad se cree alguien en el régimen castrista que el crédito y la financiación dependen de la graciosa “voluntad del estado”? Cualquier manual de introducción a la economía les dirá que no. Que el estado está para otras cosas y que en cualquier caso, una política monetaria expansiva, dependiente del Banco central autónomo, en vez de beneficiar el desarrollo de un país, en ocasiones lo obstaculiza, cuando aparece el resultado de la inflación.

El crédito aumenta en una economía cuando existen perspectivas razonables de negocio entre los agentes económicos, cuando lo que se espera obtener en el futuro supera con creces el valor actual del coste de los préstamos. Para ello, tiene que existir dinamismo económico, capacidad de endeudamiento y sobre todo, ahorro de los privados y del estado, porque la banca no puede actuar solo con dinero del gobierno. Y en Cuba, por desgracia, nada de ello existe.

¿Qué proyectos de futuro tienen los emprendedores cubanos, los pequeños cuenta propistas, salvo sobrevivir a la presión fiscal asfixiante y la labor represora de la gama de inspectores y controladores que vigilan sus negocios?

¿Cuánto ahorro interno privado existe en un país en el que, por desgracia, la confianza de la gente en los bancos, como he señalado antes, es muy limitada? Una confianza que obedece a las numerosas confiscaciones y expropiaciones de depósitos de valor realizadas por el régimen desde 1959.

La falta de cultura financiera, a la vista de estos factores, es solo una anécdota. Y por muchos recursos que el régimen dedique a esta actividad, los resultados no pueden mejorar si no se liberalizan plenamente las fuerzas productivas de la economía.

Si no se introducen cambios reales en las políticas económicas de Cuba, acercando las mismas a las que existen en otros países, y la monetaria y crediticia es un buen ejemplo, nada se podrá hacer. Ahí están esos porcentajes lamentables de apenas un 6% de los trabajadores por cuenta propia que recurren a créditos, o un 1,4% de las nuevas cooperativas no agropecuarias, citando datos ofrecidos por Granma. Es decir, la actividad económica privada, la única que puede sacar adelante el país, vive de espaldas al sistema financiero. Háganselo ver.

No veo futuro a la banca sin reformas en el sistema jurídico de derechos de propiedad que restaure la propiedad privada como centro de la actividad económica productiva, y sitúe al gobierno en el papel subsidiario que se le confiere en todos los países no comunistas. Hay que restaurar la libre empresa privada como centro del sistema económico y privatizar todo el capital improductivo que actualmente se encuentra en manos del estado, yendo más allá de las entregas de tierras o los alquileres. Se necesita fomentar el ahorro privado, pero para ello se requiere que los cubanos puedan dedicar una parte de sus míseros salarios nominales a esta actividad. Y hay que fomentar el ahorro público, porque no es admisible que un estado que es propietario del 85% de los activos del sistema cierre todos los años su presupuesto con abultados déficits en gasto corriente e improductivo. 

Esa es la verdadera disciplina de la que tantas veces habla Raúl Castro y que sus “lineamientos” no han sido capaces de conseguir. Sin una orientación estratégica definida por estas coordenadas, los resultados de la banca, como ahora, serán deficientes en el futuro. Y lo peor es que nadie está haciendo nada para arreglarlo.

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