La prosperidad en el campo cubano o el cuento de la lechera
Elías Amor Bravo economista
La doctrina estalinista que rige el sistema económico y político cubano desde hace 64 no escatima esfuerzos para tratar de demostrar lo imposible. Lo último se han sacado de la manga una historia con la que pretenden demostrar que con una dirección acertada y el esfuerzo colectivo, es posible desbrozar la “mala hierba” de la improductividad en una cooperativa agraria que estaba prácticamente abandonada, muerta. Un ejemplo que se pretende extender al sector agrario cubano en esa huida adelante para producir comida en la que se encuentra el régimen de los hermanos Castro.
Lamentable es que los comunistas cubanos sigan creyendo en este tipo de cosas, cuando la experiencia dice lo contrario. El colectivismo es la vía directa a la pobreza, la miseria y el hambre. Una doctrina que emana de las reglas del comunismo científico, y que ha llevado a Cuba al desastre actual, que parece no tener solución. Inventarse historias, en estas condiciones, no deja de ser una imprudencia temeraria. No es este el camino que necesita la agricultura cubana para ser eficiente y producir más y mejor.
De modo que lo ocurrido en esta CPA Antonio Maceo de Granma es una historia singular, pero la cuestión a dilucidar es ¿Cuántas experiencias similares fungen actualmente en la economía cubana? Y en todo caso, los elementos que han facilitado el supuesto éxito de este proyecto, suele ser difícil que se encuentren en otros. Las fórmulas colectivistas con el diseño aplicado por el régimen cubano, nunca han dado resultado cuando se trata de producir más y mejor.
La historia no deja de ser sorprendente. Como se señala en el artículo, “a punto de ser disuelta hace unos dos años por sus bajas producciones, impagos a obreros y pérdidas financieras, la CPA Antonio Maceo, del municipio granmense de Guisa, muestra actualmente un panorama bien diferente en el que se cosecha productividad”. Y el resto del opúsculo es un culto a la propaganda comunista con el que se pretende presentar el caso como un éxito. No obstante, hay algunos puntos oscuros.
Con la épica que caracteriza a la prosa castrista, todo al parecer ha ocurrido gracias al empeño de un joven campesino Rudisney Roselló Arévalo que llegó a dirigir la cooperativa citada hace unos años, y lo primero que observó fue un panorama descrito como lastimoso, “tierras vacías, otras cultivadas a medias, obreros descontentos… deudas financieras e impagos” una magnífica descripción del panorama agrario cubano en la actualidad.
A Rudisney viendo aquello “no le faltaron ganas de virar”, que si bien asegura que no ha habido magia en la radical transformación que muestran hoy esas tierras dedicadas a cultivos varios y frutales, de lo que no cabe la menor duda es que para ese “viraje” no le quedó más remedio que contar con el apoyo de la organización comunista. Nada en Cuba se hace sin ese apoyo.
De modo que estando la cooperativa dominada por pérdidas que ascendían a más de dos millones de pesos, a punto de ser disuelta, y con deudas con empresas y del pago a algunos de sus trabajadores, la plantilla de 37 obreros, solo quedaba en 16 cooperativistas. La tierra disponible estaba deprimida y de 36 hectáreas cultivables, cedidas por los comunistas, solo estaban en producción 4, menos del 10%. En esas condiciones, producir era una quimera.
Y es aquí donde la prensa estatal barre para casa y pone en Rudisney Roselló Arévalo, palabras que en absoluto pueden ser ciertas, como por ejemplo, cuando destaca que “el trabajo en colectivo ha sido la clave que les ha permitido lograr, en apenas poco más de dos calendarios, las visibles transformaciones productivas que hoy muestra la CPA Antonio Maceo”. Bien está que le obliguen a decir determinado tipo de cosas, pero al final si se las acaban creyendo, allá ellos.
Sin tierra en propiedad, que habría bastado para mover los resortes de la producción, Rudisney se tuvo que entretener con aquello que los comunistas le dejaban hacer, como “trazar estrategias para pagar las deudas que existían con los cooperativistas” o realizar asambleas de la cooperativa para todo, como por ejemplo, “efectuar las acciones de preparación de tierra y siembra de la frutabomba y la guayaba de forma voluntaria, y el dinero que se ahorraría la CPA por pago a esas actividades lo emplearíamos en honrar las deudas con los trabajadores”.
Fíjense en la carga de trabajo hasta este momento; en realidad dedicarse al surco, nada de nada. Todo burocracia administrativa. Pero he aquí que la CPA consiguió salir del bache productivo en el que había caído, y como por arte de magia “la tierra respondería con mejores cosechas y los ingresos permitirían comenzar a pagar mensualmente los salarios, y a repartir utilidades cada tres meses; una realidad que animó a otros trabajadores a reintegrarse a la cooperativa”.
Sinceramente, ¿no les recuerda el cuento de la lechera?
No contentos con narrar los hechos hasta aquí, el artículo citó el caso de Yusdel Reyes Pérez, obrero reincorporado a la CPA, tras haberse marchado de allí en el año 2018, por dejar de cobrar su salario. Yusdel dijo que “hace un año me enteré de que esto aquí estaba cogiendo otro camino, y volví hace poco a probar suerte. La verdad es que el cambio ha sido grandísimo”.
Y aclara que el cambio es que donde antes había mala hierba ahora hay yuca, boniato, maíz, melón, pepino, guayaba, ajo, cebolla, ajonjolí… y todo ello con mejoras a los obreros que han vuelto a ocupar las 37 plazas de antes que en algunos casos han cobrado hasta 20.000 pesos o más cuando se culmina una cosecha, el doble de lo que cobra un Interventor provincial. Casi nada.
Las referencias de que han logrado funcionar como una familia, y que han atraído a otros para dedicarse a las tareas agrarias, han llevado a la recuperación de la CPA, en la que, cómo no, “también han intervenido varias organizaciones, con el apoyo para llevar a cabo trabajos voluntarios en la preparación y siembra de la tierra”. Ya se pueden imaginar qué organizaciones y bajo qué principios (el consejo popular y diversos organismos y entidades). En fin, lo mismo de siempre.
De lo que no hablan en la prensa estatal es de la cuestión de las tierras. Los esfuerzos para devolverlas a la producción han sido importantes y la amenaza de plagas está ahí por la falta de insumos. Pero lo más relevante es que la tierra que puede operar la CPA es la misma, no le permiten crecer las dimensiones ni mucho menos alcanzar alguna fórmula de titularidad privada. Las tierras siguen siendo del estado, el dueño de toda la tierra en Cuba, que la cede a capricho, sobre todo cuando la mala hierba se hace imposible de controlar.
Esta historia tendría un mejor final si la tierra de la CPA fuera realmente de los cooperativistas. Con ello, no solo producirían más, sino que obtendrían rendimientos más elevados. La propiedad estatal de la tierra frena la expansión del sector agrario cubano y limita sus posibilidades de dar de comer a todos los cubanos. Un ejemplo, de las 36 hectáreas cultivables con que cuenta la CPA, entre sembradas y listas para sembrar, hay solo 31 hectáreas. El eterno drama de siempre: la tierra no se aprovecha al 100%.
El caso de Rudisney en la Antonio Maceo, caso de ser cierto, es una excepción en el campo cubano. Para que nuestro protagonista no tire la toalla, el régimen comunista tiene que entender cuáles son los resortes de la productividad y la motivación. Nadie duda que la CPA Antonio Maceo, del municipio de Guisa, pueda tener un favorable momento para enfrentar futuras campañas. Pero esto solo lo puede hacer alejándose de las aburridas prácticas colectivistas, que no conducen a ningún sitio.
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